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Reclamo al sentido común


En el fondo, los seres humanos somos tan iguales que solo hay que escarbar un poco en nuestro interior para encontrar al otro.

(De mi libro: Muy reales máximas, aforismo y apotegmas… Editado por Amazon 2023)

Ayer, cuando salí del Teatro Cervantes tras asistir al concierto de la Orquesta filarmónica, o sinfónica, de Málaga, paseé por las calles del centro, mientras caminaba hacia mi casa.

Me sorprendió ver la crisis y a esta España medio rota. Era un clamor popular que gritaba al aire el sufrimiento y dolor que nos acosa. Miles y miles de ciudadanos malagueños y visitantes, clamaban, en diferentes idiomas, con una copa en la mano, sentados en las terrazas, andando por la calle, observando la iluminación de Calle Larios danzando al compás de la música, como este empobrecido país nadaba en la miseria y el descontento… entiéndase el sarcasmo.

Las terrazas llenas, sin lugar donde sentarse, bulliciosas calles con gente por doquier, jóvenes y menos jóvenes, disfrutado de una ciudad reluciente como un ascua encendida. Risas, carcajadas, alegría y chácharas, besos y saludos, miradas sorprendidas que oteaban nuevas manifestaciones navideñas: luces, música, fachadas iluminadas y toda una oferta audio visual que nos abduce.

La Plaza Uncibay a tope, las calles adyacentes intransitables, la Plaza del Carbón con sus terrazas repletas, Calle Granada a rebosar y, el colmo, Calle Larios con su alfombra humana sorprendida y suspendida por el reclamo de sus luces cambiantes al ritmo trepidante de tonos navideños. En la Alameda empezaba a diluirse el gentío y era más un tránsito de entrada y de salida hacia el reclamo del Centro.

El flujo económico se palpaba en el ambiente. La economía va bien, muy bien, a la vista de estos escenarios. Parece que esta crisis, a la que se nos ha sometido recientemente con el COVID y la influencia de la guerra, no se está resolviendo mal, por mucho que algunos interesados y mal agüeros pretendan hacernos ver lo contrario.

Entonces pensé, cuán lejos están estos políticos de la realidad, como nos pretenden comer el coco para sus propios fines… ¿por qué quieren amargarnos la existencia con asuntos menores negando la mayor?  España es uno de los países más estupendos para vivir la vida. Su diversidad, su paz ciudadana, su fraternal entendimiento entre la gente es muy superior a lo que nos quieren hacer pensar. Vi paz, sosiego, diversión, respeto y ganas, muchas ganas, de compartir las vivencias y alegrías que nos ofrece nuestra ciudad sin distinción de clases ni procedencia.

No diré que no haya quien lo pasa francamente mal, no negaré que es conveniente que la solidaridad humana ayude, a través del Estado y los impuestos, a la gente que padece para cubrir sus necesidades mientras otros disfrutamos de solvencia, aunque sea relativa. Rechazo las actitudes egoístas que ponen en sus ojos una venda para no ver la cara oculta de esta luna. Esas ascuas de luz que embellecen la ciudad, también me hacen pensar en el gasto que generan y si no habrá otras cosas de interés que requieren parte de esas inversiones. El sistema económico que tenemos tiene muchas lagunas, las ideologías políticas cada vez se centran más en el egoísmo insolidario como forma de crear actitudes abocadas a un neoliberalismo darwiniano del mercado; o sea, que el que pueda lo disfrute y el que no pueda se chinche, sin valorar el fraternal espíritu cristiano y humanista que ampara la solidaridad, mirando solo el propio ombligo o el de su grupo ideológico o de poder.

Yo, que he viajado por bastantes países del mundo, que pateé la geografía española, que conocí y disfruté muy diferentes culturas, climas y gastronomía, siempre dije que para conocer mundo está el viaje, pero para vivir está tu país, tu ciudad, sobre todo Málaga, su clima, su gastronomía, su luz, su gente, su oferta cultural, sus playas y la brisa veraniega que palía el calor del largo estío.  Tiene un otoño placentero, un invierno nada crudo, y una primavera donde eclosiona el colorido en sus flores y el perfume del jazmín.

En este país, cuando consigamos aislar a los sujetos tóxicos, a los sembradores y cultivadores de odios y desencuentros, a las vehementes que en lugar de buscar sinergias siembra el conflicto y la confrontación a través del insulto y la descalificación, seguro que viviremos mucho mejor con el respeto, y ese espíritu fraternal que todo ser inteligente es capaz de potenciar para estructurar la convivencia. Pero, para ello, hemos de empezar por los políticos que son adalides del debate, a no ser que el sentido común se imponga a través del propio pueblo. Da pena ver la hiel que sale por la boca de algunos de ellos cuando hablan.

Pues eso, amigo lector, nosotros, como ciudadanos, somos las garantes del sentido común, y por ello hemos de imponerlo; pero antes habrá que crear el contexto para no dejarnos llevar por sesgos que nos acerquen a la locura de ese mundo de confrontación que nos imponen… Seamos inteligentes.

 

¡FELIZ NAVIDAD!

PD: Excusen que me cite a mí mismo y a mi libro recién salido del horno, pero la frese es consistente y responde perfectamente al continente de ese sentido común al que aludo.

 

Antonio Porras cabrera

 

 

 

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