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La maldad de todos


En el fondo de todos los fondos de cualquier actitud-acción humana, siempre es posible estar por encima de la ley, de la sociedad o de la vida en alguna compleja circunstancia, ¡pero nunca por encima del bien y del mal!  He ahí la importancia o la prioridad que tiene y que tendrá la ética siempre para los seres humanos.

Sí, actuar al margen de la responsabilidad es inimaginable porque, al instante, se instalaría la ley del horror o la ley de cualquier desequilibrio; por seguro, ya que sería el “todo error o mal vale” por lo que sea en finalidad desequilibrada, sería la destrucción “a sus anchas”.

Pero resulta que el bien sólo está establecido por la ética (racional) desde que se ha desarrollado la civilización humana, a modo de una disciplina o gestión conductual que siempre es ineludible o imborrable en cada acto humano. O sea, el bien es únicamente un producto racional con función moderadora, sancionadora y equilibrante.

La maldad pura es el no ayudar al grito de la verdad, ¡exacto!, pero sólo basada en eso: en razón neta y en quien se sacrifica opiniones o gratuidades porque el equilibrio de la razón se imponga en el mundo. Con tal base, la maldad pura es expulsar a quien da racionalidad en todo tema o contexto de cualquier protagonismo social, y hacerle así la vida imposible.

La maldad pura es el negarse alguien a seguir, a escuchar, a hacer visible, a ayudar, a consolar o a proteger a lo que representa un mejorar este mundo con más ética y razón, ¡obvio! No se puede explicar de una manera más sencilla.

La maldad pura es el que alguien se deje convencer por opiniones y no por explicaciones diáfanas totalmente racionales; es el que alguien atienda a un entretenimiento sin antes advertir o responsabilizarse si tal entretenimiento quita espacios sociales al que razona para que sea ése el bien para la sociedad.

En definitiva, la maldad pura consiste en tomar esos caminos en donde siempre se anda con confusiones, eludiendo deberes éticos y, en evidencia, con trampas hacia ti mismo y hacia los demás. Pero todos pueden sutilmente generarla, con sus consentimientos, con sus seguimientos, con sus silencios o con sus manifestaciones. Y, teniendo desinformación, siempre.

Por seguro, todos pueden abrazar e, incluso, idolatrar a la maldad pura. He ahí que yo me cuido cada segundo, cada milésima de segundo, de no ser miserablemente uno que lo haga.

 

José Repiso Moyano

 

 

 

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