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La dignidad no es indiferente


Nunca habrá dignidad en quien no tiene o no demuestra una voluntad clara de hacer el bien, en quien no se esfuerza porque el bien gane, sí, en quien no se mueve porque la ética o la razón gane.

Nunca, nunca y nunca habrá dignidad en ese pueblo que olvida su historia, sus luchadores, sus errores, sus primeros caminos, sus logros en “libertades”, sus deudas morales o sus ideales de futuro, ¡obvio!

Con la dignidad han jugado mucho (o han manipulado mucho); pero, la dignidad, es objetivamente lo que cada ser humano merece en función de lo que hace o dice a favor sólo de una mejora en el mundo, es decir, de un no participar en destruirse un bien, sí, por parte de él de un no-daño que se garantiza en el mundo.

Por lo tanto, la dignidad no puede ser producto de algo indigno que alguien lleva a cabo irresponsablemente, ¡nunca!  La dignidad, en claridad meridiana, no puede ser un tributo o premio que den los irresponsables, que impongan los poderosos o que publiciten los manipuladores de uno o de otro medio de comunicación.

La dignidad es lo que totalmente merece (con un aval racional) quien ya se ha esforzado siempre en facilitarle a algún bien un buen camino; y ése bien puede ser un valor ético, el preservar la Naturaleza o el amor a la vida, o el equilibrio de la razón en la sociedad.

Sí, la dignidad no es una moneda de cambio entre amiguetes, ni es una bandera entre hipócritas y, ni siquiera, un “hacer la pelota” o una alabanza ciega o estúpida de tal supuesta bondad de todos.

Quiero decir, la dignidad ha de ser digna ella misma de no confundir a nadie o de no engañar a nadie, ¡siempre!, ha de ser digna del bien mismo; porque, si no, estará en el mismo camino que tiene el error o que tiene la doble moral. La dignidad no puede parecerse nunca a la falsedad, ni aunque sea un poco.

Tendrá, entonces, que ayudar a la libertad, a la justicia social, a la convivencia tolerante de todos y, sobre todo, a la verdad.

Lo que pasa (en dejadez o en maldad) es que cada interés inmoral vende una seudodignidad, o cada partido político o cada “buenista” que no quiere aceptar unas reglas limpias, ni la razón… ¡ni la nada!

 

José Repiso Moyano

 

 

 

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