De sobra es conocido que la ignorancia crea individuos moldeables y la sabiduría da libertad y poder de elección. El poder, mal gestionado, en muchos casos revierte en codicia. El conocimiento bien empleado engrandece al hombre, lo magnifica, de ahí la importancia de los grandes investigadores que han pasado a la historia y a los que tanto debemos.
Un exceso de autoestima, de ego, acaba por destruir al ser humano; pierde la noción de la realidad y lo convierte en un ser superficial, que cree estar en posesión de la verdad y basa su bienestar en acumular riquezas, para llegar a la cima envuelto en una falsa gloria. Cae en el error de algunos jóvenes, en creerse inmortal. Cree que si traspasa las barreras de lo cotidiano llegará al podio, sin mirar a cuántos dejó en el camino, pero en ese podio no hay medallas de oro ni de plata, sino que comprueba, tarde o temprano, que la caída al abismo ya estaba anunciada aún antes de nacer y es cuando se da cuenta del significado de la palabra efímero. Una vez más se da de bruces contra su soledad. Dicen que solo el que ama y sabe compartir encuentra consuelo en este arduo camino no se sabe bien adónde. Hemos llegado a un punto en que el pensar nos da miedo y ese miedo se apodera de nosotros y nos conduce al consumismo más atroz.
Si imperase ese afán de ayudar a los demás, de respetar y de no avasallar, se podrían mejorar muchas cosas, desde la libertad democrática, sin odios ni envidias. Esto parece una utopía, pero es el comienzo para encontrar una mejora en las relaciones a todos los niveles. Vivir en paz y en armonía está en nuestras manos. No hay fórmulas nuevas. Es importante aprender del pasado para no cometer los mismos errores o, incluso, peores.
Como dice la periodista y escritora Matilde Asensi: “El arte y la cultura aumentan la armonía, la tolerancia y la comprensión entre las personas”.
(Fragmento escrito en mi novela LA SOLEDAD DEL CUERDO)
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