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Polémicas políticas, no fiscales


Tiempo atrás, como siempre de forma artificial, las disputas políticas y sociales se centraban en los aspectos educativos y sanitarios. Eran años del “bipartidismo épico” donde la izquierda, en tiempos y pelaje, llevó la voz cantante. De aquellos polvos que condicionaron creencias inciertas, estúpidas, vienen lodos dañinos con esas ideas (comúnmente aceptadas) de que lo pernicioso proviene de la derecha. Por si fuera escaso el grotesco criterio, convertido en praxis propagandística, los medios de comunicación se venden a esa izquierda “picuda”, aparente, cuyo progresismo está hecho solamente de retórica hueca. Creo a pie juntillas que por medio hay dinero contante y sonante —según constatan los cientos de millones en propaganda institucional— pero además debe ser molón. Así lo ha de considerar quien alimente ese prurito progre de “innovación ética”.

Expertos en comunicación han ido considerando que los factores educativos y sanitarios preocupan poco a la muchedumbre porque suelen verlos lejanos o no se comprende el coste social que ocasionan, sobre todo los educativos. Sociedades cultas generan países prósperos, triunfadores, libres. Pese a creencias extendidas, hoy el grado de analfabetismo funcional referido a España es elevado en razón de medios humanos y materiales proporcionados. Tal situación, incontestable por otro lado, pone de manifiesto que inversiones y resultados no se ajustan necesariamente a proporción directa. Desde un punto de vista práctico, es razonable que dicho escenario influya en la productividad empresarial y, por tanto, afecte también al engranaje competitivo con otras naciones de nuestro entorno. Fíjense el daño económico producido por la politización educativa.

Lo que más desazona al ciudadano es cumplir con sus obligaciones tributarias, en mayor medida si advierte carencia compensatoria o mala gestión. Esta puede ser razón, o excusa, por la que últimamente haya sido elemento de confrontación electoral. Deslindar quién empezó primero a bajar impuestos, incluso como propuestas de futuro, resulta aventurado y complejo. No importa qué sigla se adelantó a sus rivales porque rápidamente tuvo que sortear gruesas andanadas descalificatorias por quien, a lo peor, antaño hizo parecidas sugerencias. Es razón inacabable del político utilizar diferentes varas de medir según autor y contenido. Asimismo, ante la falsedad evidente de uno u otro aserto, el ciudadano sigue con elogios o censuras a los diferentes culpables cuyos mensajes constituyen una anomalía estética por su nulo decoro y justificación. 

Las bajadas del impuesto autonómico referidas al Patrimonio, Transmisiones y Donaciones (en Madrid y Andalucía), han causado un tsunami de proporciones gigantescas. Tan desaforada respuesta indica que el PP ha acertado con su estrategia convirtiendo este asunto, de escaso alcance económico y embaucador calado social, en porfía política inquietante. Terminales mediáticas y tertulianos concretos utilizan estudiados argumentos para contrarrestar el efecto demoledor de aquella maniobra exitosa. Sin embargo, al llover sobre mojado, hacen el ridículo. Se fían de la menguada memoria colectiva sin reparar que los excesos verbales, de egocentrismo político asiduo y generalizado, quedan reflejados negro sobre blanco. Hace un lustro, cuando gobernaba Rajoy, líderes encarecidos del sanchismo estratega e inicial, exigían la bajada del impuesto patrimonial. Hoy, sin vergüenza ni rubor, piden su subida donde se ha reducido.

No es que le importe a Sánchez ninguna disputa fiscal —o de otro jaez— fuera del deterioro electoral, significativo por sí mismo, que pudieran acarrearle escaramuzas entroncadas con los asuntos del yantar. Las propias medidas de Ayuso o Moreno Bonilla, inclusive aquellas Autonomías que están esperando el disparo pepero de salida, arrastran cierta servidumbre política. Nuestros prebostes tienen una única idea que se convierte en objetivo esencial, irrenunciable: perpetuarse en el poder o conseguirlo si todavía no lo disfrutan. Lo demás son entretenimientos necesarios, imprescindibles cual siembra otoñal, para ir amasando los lujosos frutos circunscritos al poder. Resulta curiosa la propaganda gubernamental cuando afirma que el PP baja impuestos a los ricos mientras ellos quieren que paguen más las grandes fortunas. Una falsedad como otras muchas.

Esta tesitura donde el ciudadano se encuentra sometido a tributación confiscatoria, donde no se aprecia aumento y mejora de los servicios públicos en razón de las cantidades aportadas, genera frustración y desafecto. Encima, los voceros jamás mencionan el derroche sin sentido. Para ellos existe solo la disminución de lo obtenido, pero nunca el exceso de lo gastado. Esto constituye un elemento complementario de censura al gobierno porque el pueblo, la gente, distingue cada día con mayor conciencia el contraste entre lo que pregonan y lo que hacen. Cuando dice el PP que bajar impuestos redunda en mayor recaudación, las consignas que se repiten cual loros aleccionados expresan que esas tesis no se sostienen, constatando a la vez, y por idénticos motivos, la ilusoria consistencia de las opuestas. Se advierte pues una lógica revestida, ajena a toda lucubración rigurosa.

Al parecer, toda Europa ha bajado los impuestos de forma general a excepción de Sánchez y Orbán porque los extremos se tocan. Uno, tiene tics totalitarios buscando aliados cuyo rechazo a la democracia es incuestionable además de dedicarse a ocupar poderes e instituciones del Estado. El otro, radical, ultra, no es peor que el primero. Desconozco los pormenores del líder húngaro, pero entreveo los más recónditos defectos (¿tendrá algún mérito?) de nuestro oneroso presidente. En un silente rizar el rizo, se dice que el gobierno prepara nuevas subidas de impuestos más allá del gravamen a los ricos. Dicha evocación es el palo con la zanahoria porque todo el mundo debiera saber que esos que llaman “ricos” disfrutan de cien puertas y asesores fiscales para poder escabullirse. Precisamente los únicos ricos que yo conozco, porque es notorio, son políticos de antaño y de hogaño. Rectifico; hoy —día siguiente a ayer— dicen que van abajar impuestos a la clase media y trabajadores. Veremos, si ganan, cuando pase el año dos mil veintitrés.

Por los medios audiovisuales aparecen un tropel de mercenarios; en ocasiones, casi exigiendo el pago de impuestos como “solución patriótica” para evitar recortes al bajar los ingresos. Luego, ellos hacen de su capa un sayo. Los conozco bien. Se han agitado a mi alrededor. Eran y son partidarios de la sanidad y educación pública, pero ellos estaban en la sanidad privada y a sus hijos los mandaban a colegios concertados, e incluso privados. Se llaman a sí mismos progres, pero pecan de incoherentes. No eran mala gente, al menos los que yo he conocido, pero carecían de principios sólidos o se engañaban. Deduzco, por las encuestas, que hay multitud de personas digiriendo el mismo conflicto. Tengo esperanza de que todo se solucione satisfactoriamente fuera de cualquier polémica política, farragosa. La inmediatez es clarificadora: Sánchez y Podemos rechazan reducir ministerios y acabar con duplicidades que cuestan treinta mil millones de euros. ¿Patriotismo pagar impuestos? No, robo a mano armada.

 

 

 

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