Publicidad

La muerte de Miguel Ángel Blanco dio la puntilla a ETA


Tal día como hoy, 12 de julio de hace 25 años, fue asesinado Miguel Ángel Blanco Garrido, concejal del PP en el Ayuntamiento de Ermua, tras dos días de angustia ciudadana ante la amenaza de ETA con darle muerte si no trasladaban al País Vasco a todos los presos de la organización terrorista.

No se atreverán a matarlo, pensé en ese momento. Si lo hacen será el principio del fin de ETA, firmarán la sentencia de muerte de la propia organización terrorista, su desaparición definitiva a medio y largo plazo.

ETA venía matando indiscriminadamente, desde tiempos de Franco, sobre todo a guardias civiles, policías y militares. Justificaba su guerra en el rechazo a la dictadura. Y créanme si les digo que había mucha gente en toda España que, en el fondo, veía con cierta tolerancia y simpatía aquella lucha armada contra el dictador… su hecho más trascendente fue el asesinato de Carrero Blanco, que era el delfín de Franco para seguir manteniendo vivo al régimen del llamado Movimiento del 18 de julio tras su muerte.

Pero, si ya era reprobable por atentar vilmente contra vidas inocentes, sin distinción de edad o sexo, dados sus ataques a casas cuartel donde murieron mujeres y niños, lo fue aún más, si cabe, cuando llegada la democracia mantuvo la violencia criminal como forma de imponer o defender su ideario. Extraños intereses de poder se entremezclaron, enconándose sus planteamientos hasta crear un pensamiento enquistado resistente a cualquier argumentación lógica, mantenido en una estructura organizativa alienante que atrapaba a mentes fanáticas en un mundo irracional que nadaba contracorriente a caballo de las armas, de la violencia y de ese pensamiento enquistado atrapado en la obediencia y la lealtad al proyecto etarra, cuyo abandono podía ser la pena de muerte para el desertor.

Soy consciente de que en el País Vasco las cosas no eran como en el resto de España.  Eso lo vi claramente en una visita que realicé a Bilbao el año 1979. Tengo una imagen grabada en mi retina de la puerta de un cartel de la Guardia Civil: mientras dos guardias bien armados, vigilaban la descarga de suministros de intendencia de una furgoneta, básicamente alimentos, observé la cara de curiosidad de una pequeña, una niña de no más de 6 años, mirando la calle por la rendija que dejaba abierta la puerta del cuartel mientras descargaban. Me embargó una sensación de tristeza, desasosiego e incomprensión al ver la expresión de aquella carita infantil. Pero, además, me puse nervioso al pensar que podía haber algún atentado y, dado que nosotros estábamos parados esperando que concluyera la descarga, encontrarnos en el meollo del asunto; mi coche tenía matrícula de Málaga.

Posteriormente, en los años 90, estando en Mondragón por presentar una ponencia en un congreso de salud mental, le pregunté a un compañero, mientras compartíamos mesa y mantel, qué tal les iba. Bajando algo la voz me respondió que allí muy bien si no hablabas de política y te señalabas.

En aquella guerra cruel y sucia, el sufrimiento social era evidente, el desencuentro y el odio se cultivaban sistemáticamente y el resultado era aquella violencia asesina que sembraba paranoia, pues no sabías hasta donde podían llegar tus palabras o ideas. Según lo que expresaras podías ser objetivo de ETA o entrar en la lista de sospechosos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado… deduje, por aquel comentario del amigo, que las pareces tenían oídos.

Yo, como demócrata, soy de los que piensan que el derecho al librepensamiento, a la libertad de ideas y credos, es la base de la convivencia, sostenida en el respeto a ese derecho universal del ser humano, y todo demócrata está obligado, por sus propias convicciones, a sembrar y cultivar el ambiente adecuado para que se pueda ejercer la democracia y la libre expresión de las ideas. Ciertamente que veníamos de una etapa de imposición, de negación de ese derecho por un régimen totalitario que accedió al poder por el ejercicio de la violencia, pero estábamos en una nueva era con tendencia a superar un pasado desde el reencuentro en otra dimensión de justicia y libertad. En ello se estaba en aquél 1979 al que aludo.

Cuando secuestraron a Miguel Ángel Blanco me dije que no se atreverían a matarlo y me equivoqué, como ya he referido. Aunque casi cada día era habitual despertarse con la noticia de un nuevo derramamiento de sangre, en este caso, dado el impasse que significó la amenaza de muerte, provocó un movimiento, un revulsivo, que movilizó a una gran parte de la ciudadanía para evitarlo. Todos nos sumamos a la condena de los hechos y rechazamos el execrable crimen. Habían sobrepasado todos los límites, ya no eran solo el reprobable asesinato de los agentes del orden que representaban, según ellos, al Estado opresor, sino un representante electo del propio pueblo, al que ellos decían defender, con lo que daban una patada en el trasero a la propia representación democrática, es decir se la propinaban a los ciudadanos que lo habían elegido como su representante para defender e implementar su ideario dentro de los cauces constitucionales.

En aquellos tiempos el mayor deseo de cualquier demócrata era que desapareciera ETA y que el pensamiento del independentismo vasco se sustentara con la palabra y no con las armas y el terror, entrando en el mundo de la política aquellos que lo defendían. El mismo Aznar, posteriormente, en un incomprensible mensaje habló del Movimiento Vasco de Liberación y de generosidad y apostilló: "Si los únicos que han sido inflexibles, inmovilistas e irracionales tomasen la decisión de dejar de serlo, de dejar la violencia, yo sabría ser generoso", en un contexto de acercamiento de presos a las cárceles vascas. ¿Podría significar aquello un entendimiento entre las partes para negociar el finiquito de ETA?

No, no fue así. ETA estaba sumida en una espiral de violencia difícilmente controlable. Debía ser derrotada por las armas y la inteligencia, siendo detenidos sus dirigentes, quedando descabezada la asociación. Y así fue. El último atentado de ETA en España se dio en Calviá, donde asesinó a dos guardias civiles en 2009, Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvá. Aunque su último asesinato fue en Francia, en un tiroteo con la gendarmería francesa, causando la muerte al agente Jean-Serge Nèrin, en marzo de 2010.

Hoy ETA no existe, el planteamiento independentista se defiende con la palabra y no con las armas. Hemos ganado los defensores de la libertad, los que entendemos que la palabra esta para expresar las ideas y esa expresión es respetable como derecho universal de todo ser humano libre.

Lo ocurrido en el pasado no ha de ser olvidado. El sufrimiento habido debe ser reconocido y las víctimas homenajeadas. Mas, dadas las circunstancias no debe ser usada la bestia para hacer política de confrontación. El llamado espíritu de Ermua significó un punto de inflexión donde la muerte de Miguel Ángel Blanco acabó derrotando a ETA desde la unidad de los demócratas. Esa es la memoria que debe quedar en nuestra mente, la unidad de todos diciendo, con las manos alzadas, ¡NO AL TERRORISMO!

ETA fue una pesadilla que ha desaparecido, demos las gracias a quién, o quienes, corresponda y no despertemos al bicho dándole pábulo…

 

Antonio Porras Cabrera

 

 

Comentarios
    No hay comentarios
Añadir comentario
- campo obligatorio (*)

Normas de uso
  • Esta es la opinión de los internautas, no de El Faro de Málaga
  • No está permitido verter comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • Reservado el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.