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Mentes positivas, mentes brillantes


Hoy, en estos días, donde el recuerdo adquiere grandes dimensiones por lo que fue y por lo que perdimos, en décimas de segundo, y que daríamos cualquier cosa porque volviese a instaurarse el ayer, el título de tu novela “En busca del tiempo perdido” es ampliamente sugerente y, se convierte en nuestro mayor deseo. Sí, así es, inmortal Marcel Proust (París 1871-1922). En ella te metiste de lleno en tu mundo interior, te dejaste llevar por los caprichos a los que nos somete ese recuerdo, con el deseo de aferrarte a los instantes. Eres capaz de recrear cómo un sabor te puede transportar hasta tu niñez y te adentras con sabia maestría en un laberinto donde las digresiones o saltos en el tiempo solo son factibles.

            Quizá, si te hubieran dicho que tus luces y tus sombras darían paso a la luz, no lo hubieses creído pero el Kosmos, palabra griega que, a su vez, se relaciona con el orden, así lo estimó oportuno y así te llevó a frecuentar los salones de la princesa Mathilde, de Madame Strauss y de Madame de Caillavet, donde conociste a Charles Maurras, Anatole France y León Daudet, entre otros. En un primer momento, tuviste que sufragar los gastos de tu primera edición. Creíste en ti y como afirmaste: “La literatura comienza donde termina la opacidad de la existencia”.

            En 1896 Marcel Proust publicó “Los placeres y los días”, colección de relatos y ensayos.

            En 1905, tras la muerte de su madre, comenzaría esa búsqueda interior que lo llevó a la fama y así creó “En busca del tiempo perdido”. Fruto de ese trabajo sería “Por el camino de Swann (1913), cuya publicación tuvo que costearse él mismo. El segundo tomo “A la sombra de las muchachas en flor” (1918) le valió el Premio Goncourt. Los últimos volúmenes de la obra fueron publicados por su hermano Robert, después de su muerte. En dicha novela el escritor trata de reconstruir su vida a través de lo que él mismo llama la “memoria involuntaria”.

            Como dice Antonio Gala: “La inadaptación a lo imperfecto es lo que mejora al hombre”. Estoy segura de que Proust intentaba adaptarse a la situación que le tocó vivir, como tantos otros.

            Arthur Schopenhauer en “El arte de ser feliz” afirma que “Al menos nueve décimos de nuestra felicidad se basan únicamente en la salud”. Y frase colosal es la dicha por el mismo Marcel Proust: “Aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”.

 

 

 

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