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Echando balones fuera


Malicia es una perversa cualidad de vida que impide convivir entre ciudadanos iguales. Asimismo, descubre incompatibilidades casi insalvables entre gobernantes y gobernados. Semejante distanciamiento juega un papel esencial a la hora de consolidar regímenes más o menos legítimos e incluso codiciados. “Panem et circerses”, sátira X de Juvenal, puede traducirse por “pan y circo”. Era la forma, ya en la Italia del siglo I, de “entretener” a los ciudadanos para sortear circunstancias delicadas y evitarle al poder momentos perturbadores. En España, aquel circo fue sustituido por los toros y ahora es el fútbol quien prioriza nuestros afanes. Cada lugar, cada época, conforman preferencias de acuerdo con gustos e intereses siempre referidos a espectáculos de masas. La concurrencia social, tornadiza y grotesca, ha mostrado a veces prelación festiva en lugar de pan.

Como he dicho, hoy el fútbol atrae con tal pasión al individuo que es capaz de inclinarse a él sin estudiar otra consideración. Baste avistar las concentraciones multitudinarias en Cibeles. Ningún otro acontecimiento, ni siquiera vital, tiene tanto frenesí impulsivo. Constituye —desde casi la infancia— el mayor hechizo personal, el peor adversario del político y de uno mismo. Esa expansión deportiva, ignoro si como venganza o contrapunto, fomenta la adquisición de expresiones que otorgan al ciudadano herramientas lingüísticas para resarcir tanto repertorio dirigente. Si “fuera de juego” invalida cualquier acción posterior en el balompié, la infracción de la regla ilegitima su resultante política. La moción de censura que llevó a Sánchez al poder se cimentó en una intoxicación jurídica de un magistrado, al menos, controvertible.

A la exaltación del “primer gobierno resultante de un pacto de progreso”, hito histórico pregonado por oportunistas que pasaron del paro al estipendio público, se llegó tras el fuera de juego realizado en repugnante génesis. Consecuentemente, todo efecto posterior presenta parecidos desmanes o atropellos. Así surgen suspicacias del pueblo que observa impaciente como un caradura hace y deshace a su antojo mientras deja el país con problemas irresolubles por métodos inofensivos. Exhiben demasiadas discordancias, aunque infiero maniobras varias para contentar a sus respectivas clientelas. Podemos y ERC, apoyos imprescindibles del sanchismo, jamás abandonarán el gobierno ya que viven ricamente pegados a su regazo. ¿Dónde irían, si no, Irene Montero, Ione Belarra, Yolanda Díaz, Alberto Garzón o Gabriel Rufián, por citar los más destacados?

Cuando el equipo goza de un resultado increíble, de una posición insólita frente a la lógica menos meticulosa, “echa balones fuera”. Esta expresión es indicativa de gentes que intentan esquivar cualquier situación respondiendo con evasivas y elusiones. A nivel individual, un “no recuerdo”, “me abstengo de responder”, “no tengo conciencia de ello”, desequilibra cualquier aprieto jurídico-político fundamentando; asimismo, exenciones provocadoras, despóticas. Torpezas, abusos, inepcias onerosas, del grupo de amigotes (denominado generosamente partido o sigla), gobierno e instituciones varias, suelen desagraviarse echando balones fuera; es decir, inventándose informaciones baladís para desviar la atención social centrándola en aspectos livianos o plenamente insustanciales. Hoy por hoy, Vox —cabeza de turco preferida— constituye el partido al que todos acosan y cuyo hostigamiento le produce paradójicamente copiosos réditos.

En demasiadas ocasiones, antes de echar el balón fuera se procura pegar patadas dolorosas al rival para crispar a la afición deseosa, por otro lado, de destapar un primitivismo manido, dogmático. Creo reconocer en semejante actitud el método rudo, palurdo, ultrajante, de una ideología que pregona a poco su talante incívico, antidemocrático. Ocurrió siendo presidente Rodríguez Zapatero —dechado de ignorancia, incluso estolidez supina— cuando (creyendo cerrados los micrófonos) le preguntó Gabilondo por las encuestas. Aquel respondió: “Van bien, pero nos conviene que haya tensión” jaleando una caza sin cuartel al rival. ¿Dimitió? ¿Pero qué broma es esa?, porque la pregunta tiene muy poca madurez. El desastre económico y récord de la prima de riesgo lo redirigió a Merkel argumentando que los países ricos eran responsables de conseguir el vigor europeo. Tesis semejante defendió Varoufakis, en la crisis griega, ante la llamada troika.

Cada equipo emplea fórmulas diferenciadas cuando despeja quebrantos inoportunos. Felipe González, en el caso Gal, llegó a decir: “Existe un intento claro de destrucción del gobierno y toda su terea en estos años. La estrategia se parece mucho a la empleada con Azaña en los años treinta”. Su escudero Alfonso Guerra, desatinado retozón, criticaba alegremente al juez, antiguo colega: “Lo que ha remitido Garzón al Supremo es un ataque directo”, apostillando cínico “sostener que los suplicatorios han de darse todos no es democrático”. Impulsaba la pauta para definir qué o quién era demócrata, progre o facha, leal o traidor, socialmente moral o inmoral. Emergió esa superioridad artificiosa de la izquierda que sigue corrompiendo lo que yo llamo conciencia social con el soporte sólido, remunerador, de medios sin decencia.

Aznar no se vio obligado a echar balones fuera porque la burbuja inmobiliaria y financiera dejó absortos a una oposición salpicada, mugrienta, a lo largo de casi cinco lustros. Quizás fuera ineludible meterlos en propia meta temeroso ante un PSOE a hipotético resguardo de aquel repudiable acto terrorista todavía hoy hermético, indescifrado. Rajoy, no obstante, mientras estuvo en la oposición mortificó a Zapatero con el compromiso de bajar impuestos cuando él gobernara. Nada más ganar las elecciones los subió con la excusa de que fue engañado con el déficit, olvidando su victoria meses antes en las elecciones autonómicas y, por tanto, conocimiento real de las finanzas nacionales. Nadie, ni PP por su ¿eficacia? en política económica ni un PSOE aseado, anterior al sanchismo, queda al margen del impúdico desinterés hacia el ciudadano.

Sánchez consigue el apogeo en dicha práctica, no hay quien le moje la oreja (reto bélico en mis años infantiles). Necio insuperable, mendaz extremo y ambicioso destructivo, presenta tres biombos y unos altavoces subvencionados, mayoritarios, cómplices, que le sirven de peana mezquina y erosiva para dar gato por liebre desde aquella moción rastrera. Feminismo invertebrado, discorde; intencionada y manipuladora memoria democrática junto al cambio climático, constituyen balones recurrentes para patearlos fuera de los límites marcados por la ética —incluso estética— pública. Tal escudo exige sociedades iletradas, con escaso o nulo juicio analítico. Siendo ministra del ramo Isabel Celaá, se aprobó en el Parlamento por ciento setenta y siete votos a favor la Lomloe, su ley educativa para conseguir el objetivo antedicho. Por cierto, PSC e independentistas catalanes han votado contra la obligación legal de dar clases en castellano.

El enigma encaja en esta máxima: “No se puede salvar a alguien de sí mismo”

 

 

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