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La España vaciada


Desde hace unos meses, se viene hablando de la España vaciada como visualización del problema social que significaría, respecto al asentamiento humano, el abandono del medio rural y fomento extremo del urbano. Esta visión sociológica empieza a revelar la insólita apatía o inepcia del gobierno central y autonómicos. Rehúsan entrar “a fuego” sobre dicho tema de vitalísimo componente económico debido al desamparo agrario y la consiguiente dependencia alimentaria nacional a que obligaría la desaparición del sector. Se quiere corregir “digitalizando” pueblos y aldeas del interior históricamente olvidado. ¿Van a modernizar la vejez, única habitante de estas zonas a poco? Si alguien lo consiguiera, ¿serviría de mucho esperar la muerte frente a la pantalla hiriente de un ordenador? A las buenas, estas gentes aliviarían su información, pero no su aislamiento y miseria.

Conozco el entorno campesino, nací en él y nunca he desertado definitivamente de su escenario. Mi hermano, agricultor incorregible, me actualiza cualquier detalle que surja sobre determinadas contingencias nacionales o comunitarias. Sé por él y las propias reseñas que voy obteniendo en mis largas estancias veraniegas, la despoblación acelerada de mi localidad. El municipio ha disminuido en pocos años más de trescientos habitantes. ¿Qué razones pueden esgrimirse? Sin duda, escasa (por no decir nula) rentabilidad de las propiedades —allí generalmente diminutas y diseminadas— falta de futuro para una juventud sin horizontes claros, ausencia de servicios compensadores, etcétera, etcétera. Ahí se necesita la intervención gubernamental si no queremos ver, a través de este proceso degenerativo, asolador, las entrañas descarnadas de media España.

Vaciada y vacía implican matices que les dan un singular rasgo distintivo. Vaciada ejerce función adjetiva asumiendo papeles atributivos de última hora. Cierto que políticos recientes ofrecen general querencia a usurpar libertad de cátedra sobre improvisaciones semánticas. Este intrusismo ha provocado el uso indigesto de palabras que trivializan o banalizan, cuando no escamotean, graves asuntos nacionales. Vacía, constituye “acción realizada o en transcurso final”. Necesita un sujeto al cual referirse y la severidad del contenido se ajusta a la servidumbre social —llamémosle crediticia— que exude aquel. Si nos referimos a individuos aislados, sin ningún protagonismo, que se encuentren vacíos o llenos poco influye en el devenir de los pueblos. Sin embargo, el mismo marco apuntando instituciones tiene efectos altamente favorables o perniciosos.

El primer vacío que distingo se circunscribe a frases cuya lectura y contexto han sido escarnecidos, están putrefactos. El poder, cualquier manifestación del mismo, procura (desde siempre) rodearse de un laberinto ininteligible, sin escapatoria. Intereses políticos han creado idearios fraudulentos para su calado pleno en la sociedad. Resulta así que el cimiento primero, imprescindible, de la democracia son los partidos políticos encargados, a su vez, de crear las normas del sistema —tal vez régimen— a su albedrío. Cualquiera de nosotros, interesado por asuntos sustantivos, conserva conocimientos empíricos, adquiridos a lo largo de años, suficientes para acertar en el análisis de la situación actual y las causas que nos han llevado a ella. Apunte diferente es que dogmas, filias y fobias, enturbien nuestro intelecto permitiendo, acopiando, tesis descabelladas.

Ciertamente, consolidar una democracia precisa la existencia de partidos, pero no de las representaciones exclusivas, patrimoniales, que padecemos en este país. El veintisiete de junio, con Aznar de presidente, se aprobó la Ley 2/2002 sobre configuración y gestión de Partidos. Votaron a favor, PP, PSOE, CiU, CC y Partido Andalucista. En contra, IU (a excepción de Llamazares que se equivocó de botón), PNV, BNG, ERC, ICV, EA y CHA. Años después, siendo Rajoy jefe del ejecutivo, se aprobó la Ley 3/2015 de treinta de marzo, sobre control de la actividad económico-financiera de los partidos, remitiendo siempre al Tribunal de Cuentas aportaciones de afiliados, donaciones privadas, operaciones asimilables, etc. El quid de la cuestión estriba en que dicho Tribunal de Cuentas significa poner la zorra a guardar el gallinero.

Sí, la democracia por estos lares está vacía de contenido toda vez que rezuma formas abiertamente tiránicas. Lo curioso del caso es que quienes siembran rumores de dictadura en los adversarios, practican una autocracia avasalladora a la sombra impune de las etiquetas asignadas. Excluyo comparaciones dado el sectarismo reinante; indico sólo que cada cual confeccione su lista. En realidad, hemos conocido un bipartidismo fiscalizado por grupos antiespañoles ante la incomparecencia de PP y PSOE a la hora de pactar una Ley Electoral que evitara condicionamientos insalubres. Sánchez, ahorrándome calificativos, alcanza el clímax (más allá del desprecio a la razón institucional y económica) del político desaprensivo, impresentable. Espero, junto a millones de compatriotas, que su indecencia política le ocasione un definitivo peaje. El socialismo francés de Hidalgo, pocos días atrás, ha obtenido un irrisorio dos por ciento de votos.

Los conceptos, valores y ética sociales transitan intransigentes ante una muchedumbre incapacitada para exigir orden, soberanía. Si el pueblo ha perdido la batalla, las Instituciones son esclavas del poder político. Poder legislativo, judicial en sus diferentes ramificaciones, TC, CGPJ, Tribunal de Cuentas, Medios, han caído —o están a punto de hacerlo— en las garras de este régimen despótico con corteza (lo único notorio, tangible) democrática. Importa la sustancia, que ni conocemos ni gozamos, ya que la cáscara es apariencia vacua, necia, útil para escamotear derechos y libertades ciudadanos.

Cuando no hay vacío hay podredumbre, valga la redundancia. Sánchez y gobierno (junto a acólitos deslenguados, asimismo con memoria y estética laxa) aventaron descarados: “El pacto PP-Vox —extrema derecha en su terminología— debilita la calidad democrática”. Ya no es la hipérbole cualitativa sino el cinismo manifiesto cuando olvidan, y ellos si son extrema izquierda en sentido específico discorde al extensivo, el pacto sanchista con Podemos, independentistas y Bildu. Mantengo, desde hace años, que fascismo, nazismo y extrema derecha no existen hoy; son etiquetas corruptas y corruptoras lanzadas por la izquierda con objeto de eternizar su apego desordenado al poder. Vislumbro, no obstante, movimientos sociales nefastos para la pervivencia de un PSOE desaparecido, emponzoñado por un caudillo indecoroso, pícaro.

Termino con un mensaje premonitorio, infausto para el acoplamiento social, institucional y político; en definitiva, adverso para dar consistencia a la convivencia entre españoles. Me refiero al ocaso de Ciudadanos que Juan Marín traduce abordando a otro partido: “Vox debe desaparecer de la vida pública”. Desde mi punto de vista, debe ser extinguido únicamente el que atente con claridad, y a través de resolución judicial, contra la Constitución. Basta de vacíos aborrecibles.

 

 

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