Publicidad

22 de abril, Día de la Tierra


Pobre Tierra, lacerada por el hombre, herida de muerte, agoniza ante la indiferencia de quienes hoy lanzamos a los cuatro vientos la exigencia de su derecho a vivir. El ser humano es el peor y más perverso de sus hijos, el más agresivo, el más inconsciente de la necesaria simbiosis con ella.

En nuestra cultura, la judeocristiana sustentada en la Biblia, aparece una equivoca interpretación del Génesis 1:27,30. El hombre no es el dueño absoluto de la Tierra, sino el usufructuario y responsable, como ser inteligente, de su conservación y cuidado. No domina para someter y explotar irracionalmente sus bienes, sino para protegerla y guiarla en un proceso sostenido en el tiempo, en el que ella le nutra, junto al resto de los seres que la habitan. Sin embargo, hoy nos hemos convertido en el tóxico que la lleva a la muerte…

Y es que, en el fondo, el dios creador es la propia Tierra, la del panteísmo de Baruc Spinoza, la Naturaleza. Ese el Paraíso y el pecado es agredirlo, porque la agresión lleva el castigo, que es la muerte del propio paraíso, su inexorable pérdida.

Estúpidos somos y seremos mientras no nos demos cuenta de que, al final, la Tierra nos acabará arrojando de ella, dejándonos a la intemperie, sin su protección, mientras hiberna para volver a surgir de su propia raíz. Se depurará del tóxico, lo expulsará para quedar de nuevo, con el tiempo y su regeneración, en disposición de volver a dar oportunidades a otros hijos que la puedan amar en sana convivencia creando una nueva primavera.

Pero la Tierra es fuerte, ya lo ha demostrado a lo largo de los tiempos, durante millones de años. Mutó y cambió según las circunstancias. Crio y alimentó a muchas y variadas especies que fueron naciendo y muriendo durante milenios, apareciendo y desapareciendo. Sirvió de soporte, de continente para la vida. Pero la vida tiene muchas manifestaciones. Con el milagro de la existencia y las desconocidas leyes mayores que la sustentan, sigue su inexorable peregrinar entre multiformes manifestaciones de vida.

Nosotros, esos engreídos dioses menores, nos creemos el centro del cosmos, la esencia de la existencia, cuando estamos sumidos en una caverna del inmenso cosmos, desde donde solo vemos las sombras de la realidad proyectadas en nuestras mentes. Somos pequeños dentro de nuestra propia e irracional megalomanía, somos una nimiedad de inconsistente trascendencia.

Pero luchamos por la Tierra, matamos por ella, morimos por ella… mas no es por su amor, sino por poseerla, por avaricia y codicia, por acceder a sus recursos por hacerla nuestra y explotarla, por tener el control de sus nutrientes para dominar a los demás, a quienes los necesitan para subsistir.  

Aquellos que la aman de verdad y son consecuentes con ello, en realidad no tienen el poder en el mundo, porque el poder sobre los seres humanos, por lo general, se produce con quebranto e imposición, y la buena gente no ejerce ese quebranto que es propio de otros sujetos de espurios intereses, de principios y ética rechazables. Los que la aman, aunque lo griten a los cuatro vientos a pleno pulmón, no tienen la influencia requerida para cambiar estas cosas de la vida que nos llevan a la hecatombe final, al momento en que la Tierra, ya exhausta, deje de suministrar nutrientes, entre en hibernación y espere a la extinción de las especies que la han devorado y degradado hasta el límite. Luego, cuan ave Fénix resurgirá, irá eliminando radiaciones con los miles de años, surgirán nuevas vidas compatibles con el nuevo entorno, y se volverá a reproducir el eterno retorno nietzscheniano, un nuevo ciclo, un borrón y cuenta nueva, un repetir lo ya habido con ligeras sutilezas.

El poder de aquellos que la aman, la única forma que tienen de luchar contra su destrucción, es enseñar a los demás a amarla. A posicionarse en su lugar para unir fuerzas y crear hábitos y costumbres sanas y respetuosas con el entorno. Pero eso es tan difícil cuando el mundo se mueve por el dinero, por el negocio, por intereses bastardos, donde lo importante es tener y poseer más que los demás para marcar infantiles diferencias. Mientras el egoísmo siga campando a sus anchas por esta ruta existencial, todo será inútil, estaremos perdidos, porque los locos ególatras seguirán decidiendo el camino de la debacle como forma de su empoderamiento.

Hoy, al menos, casi por compromiso social y por celebrarse el día de la Tierra, pensamos, reflexionamos y comentamos el problema con mayor profundidad. Solo falta que, esa semilla que hoy se siembra, agarre y pueda cultivarse en los limpios corazones de la gente para concienciarse más del problema. Tal vez podamos frenar antes de salir disparados por el precipicio, lanzados al abismo…

 

Antonio Porras Cabrera

Comentarios
    No hay comentarios
Añadir comentario
- campo obligatorio (*)

Normas de uso
  • Esta es la opinión de los internautas, no de El Faro de Málaga
  • No está permitido verter comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • Reservado el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.