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El segmento de plata. Entre dos guerras


      Nací en 1945, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, justo un mes antes de que se declarara el armisticio definitivo que dio fin a la misma. Hoy, setenta y seis años largos después, nos encontramos inmersos en otra guerra que, aunque por el momento, se circunscribe al este de Europa, tiene todos los visos –y de hecho ya estamos sufriendo las consecuencias- de ampliarse en el tiempo y en el espacio con unas dimensiones desconocidas, por el momento, para todos.

       Al Señor Putin se le han encendido las ínfulas imperialistas y los “hijos de Putin” han tirado de armamento y han conseguido meter las cabras en el corral al mundo entero. Especialmente a los europeos. Han asomado la patita por debajo de la puerta, armados con cabezas nucleares, bajo la excusa -¿a quién me recuerda esta imagen?- de “liberar” al pueblo ucraniano. ¿De qué? Él señorito Putin lo sabrá.

      El caso es que, a los que pertenecemos el segmento de plata, la vida nos ha premiado con muchos años de paz, en la que no han faltado conflictos. Pero estos han sido siempre lejanos y circunscritos a unos territorios distantes y bastante localizados. Tan solo hemos estado involucrados en el conflicto de Sidi-Ifni y la “isla de Perejil”. Puedo recordar a bote pronto la guerra de Corea, la de Indochina, la de Vietnam, la del Sinaí, la de las Malvinas, la de Kosovo y otras muchas que surgen cada día. Pero ninguna tan grave, tan peligrosa y tan cercana como esta.

        No estamos preparados para esta situación. Ítem más después de los añitos que llevamos sufridos con la pandemia, los incendios, los volcanes, la crisis económica y laboral, la inflación y las trifulcas políticas. Tan solo nos faltaba esta nueva situación. Se nos avecina una etapa de carencia de ciertos artículos de primera necesidad, de subida indiscriminada de los precios, de algunas estanterías vacías en los supermercados y de miedo. Mucho miedo. Para que lo vamos a ocultar. Tenemos miedo ante esta “nueva anormalidad”.

      Somos de una generación curtida por una infancia difícil y una vida en la que poco a poco hemos ido mejorando nuestros niveles en todos los aspectos y que, en el ocaso de la misma, nos vemos amenazados por unas circunstancias difíciles que ya habíamos olvidado.

     Lo peor de todo lo está sufriendo ese desgraciado pueblo ucraniano que huye despavorido ante la apisonadora rusa que destruye y mata a mansalva. Unos lobos con piel de cordero que se esconden tras sus Popes mientras manifiestan con sus actos un neozarismo al que no le falta su Rasputín.

     Admiro la reacción del pueblo español, el andaluz y el malagueño –al que puedo observar más de cerca- que no han dudado en ponerse en la tarea de ayudar, apoyar y dar acogida a muchos de esos sufridos ucranianos que estamos acogiendo en nuestra ciudad.

     Pido a Dios que esto acabe pronto. No se merecen este sufrimiento. Nadie se merece ningún tipo de guerra. Estamos en el siglo XXI. A ver si actuamos en consecuencia. Hablando se entienden los países. Déjense de guerras.

 

 

 

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