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Interrogantes y certidumbres


He oído con frecuencia que la felicidad elige solo a quien nuca se pregunta nada; en otras palabras, a quien muestra indicios de simpleza. Sin embargo, simple concuerda con infeliz creándose así un bucle de difícil discernimiento y final. Puesto que conozco algo el recorrido conceptual de nuestro idioma, vislumbro aquí una paradoja y no una discrepancia.  Individuos torpes —con poca, casi inverosímil, sensibilidad emocional— tienen un umbral perceptivo muy reducido. Ello les lleva a entorpecer su presencia incluso oliéndola cercana, inmediata. Aunque felicidad y escenario nacional, asimismo exterior, presenten puntos cuya intersección puede sugerirse, considero extemporáneo centrarse en ese bien moral tan espinoso como esquivo. Los tiempos de zozobra imponen interrogantes aun con tensiones empalagosas, descarnadas.

En el mundo irreflexivo e insolidario que nos rodea, el mayor interrogante ahora mismo persigue, como única respuesta, cuándo terminará la pandemia del Covid. Secuelas psíquicas, físicas, económicas o actitudinales, ocupan obsesiones posteriores; lo primero es precisar temporalmente el terror del que no nos ha inmunizado estas vacunas prematura y pomposamente ponderadas por Sánchez y sus folletinescos e imaginarios grupos de “expertos”. Llevamos dos años desde que la improvisación y el predominio del feminismo ideológico sobre la praxis sanitaria —inobservando iniciales protocolos— ha cercenado proyectos vitales y, sobre todo, derechos y libertades individuales. Hemos pasado de aquel machacón setenta por ciento para conseguir la inmunidad de “rebaño” (nunca mejor dicho) al noventa y tantos por ciento sin alcanzarla. Todo un engaño.

Definir interrogante es asunto necesario, inteligible, inequívoco. Acudimos a él cuando nos mortifica un problema no aclarado o una cuestión dudosa. El existencialismo, la vida misma, se reduce a ese enigma aborrecible, especie de mosca cojonera que molesta mientras persigue, redimiendo al mismo tiempo, nuestra pereza. Pese a lo enmarañado de la coyuntura y tal vez en defensa propia, para salvaguardar el trance mental, decidamos ir del botellón inconsecuente a “es lo que hay” justificador. Deduzco que dicho esfuerzo no es suficiente ni adecuado para pasar el trago actual, pero la alternativa —igualmente poco funcional, a priori— llevaría a turbulentas frustraciones muñidoras del inmovilismo confortable, desesperanzador. Reconozco el laberinto diabólico que abruma al individuo, a los diferentes grupos sociales, sin armamento apropiado para protegerse.

Ignoro qué alcance pueda tener una mayor o menor confianza (desdeño ceguera) del individuo, pero la sociedad —toda ella— sufre el desencanto de sus políticos. Antes lo sufría de sus señores, sirva la redundancia. No cambia el poder sino la nomenclatura. Desde hace tiempo, al feudalismo se le confunde con ese albor autocrático circunscrito a fórmulas de pureza liberal. ¿Qué fue si no Hitler, el Frente Popular español o Chávez posgolpista?, verbigracia. Ayer, como quien dice, manifesté que debemos juzgar los hechos en lugar de la fisonomía de las cosas. No obstante, obcecados por una conciencia social aleccionada, ahíta de publicidad y dogmas, convertimos el ejercicio mental en algo obsoleto, perezoso, insípido si no arrogante. Tal atenuación de esta realidad que nos oprime, tal vez modele, fuerza la necesidad o esparcimiento de los interrogantes con el mismo grado de satisfacción que si lanzáramos encendidos brindis al sol.

Un dicho popular asegura que dinero es la respuesta al casi cien por cien de preguntas (quizás se debiera redondear descartando el casi). Ciertamente, don dinero presenta facetas enigmáticas, con claro-oscuro retorcido, confuso. Dos informaciones, ordenadas por Cronos, me han servido hoy para realizar una rueda de preguntas dejando abiertos los interrogantes al dictamen de ustedes. El primer comentario/dato, oído en la Sexta, provenía de al menos dos intervinientes. Se relataba que las dificultades avistadas ya (económicas entre otras de menor enjundia), la vislumbrada fractura del gobierno y un PP desgarrado, aconsejaba el adelanto electoral augurando otro triunfo de Sánchez. Alguien diferente aventuraba su negativa loando de antemano el máximo sacrificio del que antepone deber de Estado, patriotismo, a intereses personales. ¿Qué les parece, amigos lectores? Decidan su respuesta íntima ahora y cuando toque den la electoral.

Mi segundo dato provino de uno, entre varios diarios digitales que ojeo cada mañana. En él se publicaba que el Parlamento Europeo aprobaba la resolución que concede a Ucrania el estatus de candidato a ser socio europeo. Se contaron seiscientos treinta y siete votos a favor, trece en contra (entre ellos Miguel Urbán de Izquierda Anticapitalista) y treinta y seis abstenciones (dos de Izquierda Unida y una de Bildu). Me pregunto sin ensañamiento ni “acritud” alguna, ¿qué significa ser anticapitalista? Me suena a paradoja insulsa; parecido a manifestarse antisólido, antilíquido o antigaseoso. Veamos, la civilización se nutre de un proceso donde intervienen: materia prima, mano de obra y “capital”. Marx lo utilizó para analizar el devenir histórico iniciando el método falsario, constatada su generalización, de terminar con el capitalismo malévolo cuando solo consiguió añadirle “de Estado”. Intenten averiguar vida y patrimonio de cada líder marxista en el mundo.

Certidumbre se relaciona con subjetivismo excitable, dogma, fe, infalibilidad, cohesión intelectual; nada que ver con conocimiento seguro y claro de algo propio, certeza. Es decir, certidumbre constituye únicamente afinidad intelectual con algo o alguien sin explorar realidades indiscutibles. Vislumbro diversas certidumbres basadas en la lógica. Sánchez debe adelantar elecciones obligado por las medidas que Europa le va a imponer como ocurrió con Zapatero en mayo de dos mil diez. Podemos desaparecerá a medio plazo y surgirá una nueva izquierda (¿Frente Amplio?) vestida de boda —no descarriada ni folklórica, presuntamente democrática— bajo el liderato de Yolanda Díaz. Ciudadanos recobrará vida si no comete los errores habituales.

El PP da sus noveles primeros pasos y no me han gustado. Siguen ingrávidos lejos del planeta realizando un intrusismo aeroespacial. González Pons, presunto Secretario General, y el presidenciable han calificado a Vox (único peligro hoy para el presidente) “extrema derecha”. ¿Han oído alguna vez a Sánchez denominar a Podemos “extrema izquierda”? Diferencia sustantiva. Me mojo: Feijóo nunca presidirá el gobierno. Sánchez seguirá algún tiempo, no sé si completando la siguiente legislatura. Le sustituirá Abascal con mayoría muy mayoritaria —salvo concierto PSOE-PP— si no absoluta.

Mis certidumbres disfrutan de argumentos sólidos. Que vaticinan tiempos angustiosos es cierto y me intranquiliza, pero conociendo el percal del pueblo y de nuestros políticos tengo pocas dudas al respecto. Queda una solución y lo saben todos; sin embargo, no interesa a ninguno: Ayuso. ¿Harán un pacto para cargársela políticamente, también a Vox, al nuevo partido de la izquierda y remozarán el bipartidismo? No lo descarto.

 

 

 

 

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