“Recacha” es una palabra que no se contempla en el Real Diccionario de la Lengua Española, pero que es de un moderado uso en buena parte de Extremadura y, esencialmente, en Andalucía.
La “recacha” emerge cuando en tiempos de frío y umbría uno va paseado y se encuentra que unos rayos de sol, venciendo al “nublao”, impregnan de calor una parte de la fachada de cualquier edificio; uno siente un calor especial, un bienestar pasajero que le gustaría fuese eterno si tuviese a mano una silla o un poyete donde poder consolarse con esa caricia que parece dorar el cuerpo de uno.
Lo estoy pasando mal a nivel personal y social; el primero de los niveles viene dado por los años de existencia, los achaques que brotan a diario, la casi reclusión en casa, la falta de movilidad, etc.
El social viene dado por los últimos años del “bichito” que ya parece finiquitar y, últimamente, por la guerra/invasión o invasión/guerra entre Rusia y Ucrania retransmitida en directo antes, durante y después de intentar llevar algo de alimento a la castigada boca de lamentos.
Es difícil encontrar o crear momentos de bienestar aunque sea de forma pasajera, algo semejante a la “recacha” que percibo cuando, a la vuelta diaria de tomar el grato menú de La Viga, me detengo, cayado en mano, para formar un trípode con mis piernas, para percibir, oler y degustar durante un breve espacio de tiempo los rayos de sol que, a través del Colegio “Manuel Alcántara” -¡oh Manolo!-, tonifican mi cuerpo.
Tus flores, hija, el vergel de arco iris que has creado en nuestra terraza es una maravillosa “recacha” en la que los ojos quedan enganchados, ella y su “despiste” total, y los pequeños Rambo, Gin, Kiwi y Coco -parejas de perros y gatos- dan una luz especial a nuestro rincón.
“Los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos, hombre de luz que a los hombres, almas de hombre les dimos”.
Pues eso es lo que deseamos, eso y un poquito de “recacha”, de calor humano. No hace falta más.
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