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Diseño suicida


Renuncio a reproducir informaciones que ya han sido suficientemente expuestas (incluso magnificadas) con profusión, en ocasiones con desmedida inquina. Llega el momento de inferir, también lucubrar, qué puede traernos el destino siempre irritado y aturdido por la estupidez humana. El tema muestra una casuística espinosa, recóndita, hasta retorcida, para analizarlo sin precedentes sustantivos. La conjunción planetaria —aquella de la que hablaba Leire Pajín, iletrada ministra de Zapatero hoy asesor de gobiernos exquisitamente democráticos— que las caóticas leyes astrales negaron por entonces, ahora se ha realizado trayendo confusión y zozobra. Partidos o grupos concretos invierten su tiempo laborable, a cargo del erario público, en buscar pruebas incriminatorias para aniquilar rivales políticos incómodos. Constituye una forma, al menos poco estética, de corrupción. 

Los últimos tiempos son indulgentes con vocablos de implícita carga peyorativa: corrupción, fascista, populista, etc. Todos ellos son definibles, no definidos; es decir, están abiertos a capacidad o posibilidad de matizar conceptos en oposición a algo afianzado. Bebible y bebido, verbigracia, pueden aclarar dichos matices. Nadie, salvo ingenuos pertinaces, creen que haya partidos —asimismo escasos individuos—provistos de fuerza moral para acusar de corrupción a antagonistas. Tal vez los haya porque los escrúpulos (mejor dicho, su falta) engendran cierta sensación de impunidad. Viene a colación el viejo proverbio “ver la paja en ojo ajeno y no ver la viga en el propio”. Declino eximir a nadie de responsabilidades o culpas cometidas durante su gestión político-social, pero me parecen poco equitativas, desiguales e injustas, las inflamatorias (a la vez que chabacanas) imputaciones de corrupción vertidas básicamente sobre el PP.

A tales personajes, ubicados entre la intriga y lo delincuencial, se suman ensoberbecidos medios audiovisuales casi todos comprados por Sánchez u otros sosias. Donde la cultura escasea, el conocimiento se adquiere cómodamente a través de las pantallas sin tiempo a discernir su autenticidad o podredumbre. Millones de ciudadanos llevan anteojeras en su camino consolidando el itinerario prescrito, “conveniente”. Resulta incomprensible, además, que individuos investidos de toda pureza e integridad ética sean incapaces de respetar la presunción de inocencia que exigen para sí y adláteres. “Comunismo o libertad se convierte en comunismo o comisiones”, Fernando Berlín dixit. Se ha tragado de golpe “presuntas”, ese vocablo que dilata la transgresión moral, social y jurídica. Hay algunos más amparados bajo una prerrogativa exclusiva que no alcanza al común.

Fuera de cualquier ambición tangible, o no, Isabel Díaz Ayuso es considerada enemiga peligrosa, letal, a batir, por Sánchez y Casado al alimón. Tal animosidad tiene una fecha rotunda: cuatro de mayo de dos mil veintiunos. Para el necio presidente supuso no solo un golpe fulminante en su egocentrismo sino la aparición precisa de quien le ganaba cualquier lance oponiendo humildad a altivez. Supuso para él la estocada indigesta a su soberbia dominante, ahora cruelmente mancillada. Casado, contradictorio e inseguro, concibió una fantasmagoría terrible: que su protegida lo traicionaría raptada por un deseo irrefrenable de poder. Puede que la génesis de esa pesadilla fuera impulsada por el afín, pero quien admitió como real aquel espejismo es culpable directo de las derivaciones posteriores. Tal escenario nos lleva a una probable conjura entrambos.

Ni todas las mentiras ni propaganda de Sánchez son capaces de ocultar la situación económica real de nuestro país, prácticamente en bancarrota; es decir, arruinados, sujetos a una deuda impagable y asfixiados por un gran descrédito internacional. Si no se dopara (palabro utilizado por Podemos con Rajoy) el empleo público, estaríamos ya en estanflación. He aquí el verdadero enemigo de Sánchez que lo llevará a la desaparición política y social. Algunos pensamos que Casado se ha dejado engañar confiándose a un presidente presuntamente informador, directo o indirecto, de datos tóxicos, ilegales, para aplacar a Ayuso, incluso deshacerse de ella. Su propia estratagema se le ha vuelto letal.

Como español y analista político me desconciertan dos hechos. Uno esconde actitudes doctrinarias, fanáticas, corruptas. Me pregunto cómo puede ser que varios contratos, presuntamente viciados hechos por la Comunidad de Madrid en los primeros meses de la pandemia, cuyo importe total no llega a dos millones, interesen semanas de programación en la Sexta. Mientras, millones de contratos, subvenciones y nepotismos muy sabrosos (en fechas perecidas) por un monto de miles de millones merezcan un silencio ¿cómplice? y la abstención ominosa de la fiscalía cuya obligación hubiera sido intervenir de oficio. Más Madrid, PSOE y Podemos, han salido en tromba endosando a Ayuso las peores lacras. Ángeles y demonios se conocen por los hechos, nunca por su fisonomía.

En mil novecientos noventa y seis apareció un libro escrito por José Díaz Herrera e Isabel Durán bajo el título “Pacto de silencio” y subtítulo: “La herencia socialista que Aznar oculta”. Se vislumbraba el acuerdo tácito entre los partidos políticos para tapar abusos diversos. Si lo que está ocurriendo ahora implicara quebrar las líneas rojas del supuesto proceder —sueño estéril— los españoles nos enteraríamos de la corrupción real, no de la continuamente aireada. La “casta”, toda ella, nunca desnuda sus vergüenzas.

El segundo hecho es quién va a coger las riendas del PP para deshacernos de Sánchez, político increíblemente destructivo. Hay analistas que sugieren la existencia de diversas sensibilidades dentro del centro-derecha y que los acontecimientos recientes significarían un golpe dado por una de ellas, en alusión al equipo de Ayuso. Salvo sorpresas de última hora, todo apunta a Alberto Núñez Feijóo como sustituto de Casado. Creo en la necesidad de dejar al margen cualquier sensibilidad porque, al fin, siempre habrá una con mayores probabilidades de triunfar en beneficio del país, del sistema y de los españoles.

Quien perciba animadversión al hipotético sucesor de Casado, se equivoca. Sin embargo, no lo juzgo candidato idóneo para enfrentarse no solo a Sánchez sino a su personal nacionalismo gallego. Gloria Lago, portavoz de la desaparecida “Galicia Bilingüe”, a la que utilizó y luego desdeñó, dice de él: “La palabra de Feijóo no vale nada”. Recordemos asimismo que hace escasas fechas, puso una prueba eliminatoria en gallego para opositar a la función pública. Estos y otros acaeceres hacen que Feijóo carezca de prestigio ni carisma para conjuntar afectos ni satisfacer repetitivas esperanzas siempre frustradas.

Si el PP no aprende en esta pugna de trincheras y devuelve cada golpe, si renuncia a la hegemonía educativa, cultural y mediática (no adoctrinadoras), si sigue preso de sus complejos y no deja de suscribir etiquetas grotescas, podría jugar solo en competiciones veraces que son las menos. Políticamente andaría errante, vacío, inservible. Si el próximo presidente del PP no comprende las normas de juego, seguirá diseñando un guion suicida porque el deterioro, la desafección, no los engendra la desconfianza sino la desilusión.

 

 

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