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Salud pública


Ya se sabe que toda crisis presenta una oportunidad para obtener beneficio en el proceso de reajuste o resolución de la misma. Los amigos de la sanidad privada, donde se mueven intereses económicos por encima de los sanitarios o de salud integral, están al acecho y a la menor oportunidad se lanzan a por su objetivo. La guerra contra el virus deja extenuado al sistema sanitario público, sobre todo si no se le apoya en ese combate y se enfrenta al enemigo sin los medios adecuados… por tanto, podrá caer o diezmarse hasta perder su competencia plena y, tras el deterioro, casi provocado por el abandono, aflorará la privada como elemento de élite, de calidad respecto a la pública, dado que saben manejar mejor el marketing y vender el producto, acostumbrados a la competencia de mercado, donde la calidad se juzga, especialmente, por la percepción, más que por criterios y datos concretos que garanticen su objetividad y, además, cuentan con el concierto de determinados grupos políticos de ideología afín.

En todo caso, en el mercado, incluso en la política, la elección se hace entre dos o más opciones, en función de la comparación entre ellas, intentando elegir la mejor o menos mala. No es lo mismo elegir entre las mejores, donde el adjetivo “mejor” alude a la calidad, lo que implica elegir entre dos cosas buenas, que determinar la menos mala, en cuyo caso iremos huyendo de la peor y nos conformaremos con algo que, siendo malo, resulte menos lesivo que la otra opción. Es una forma de competir en el mercado y, sobre todo, en la política, donde antes que presentar y defender el propio proyecto, que genera compromiso y coste, andan intentado dejar en evidencia al del contrincante mediante la descalificación; sería algo así como: “Si mi contrincante es más guapo que yo, lo más práctico es romperle la cara para que pierda su belleza y yo, sin mejorar, seré más atractivo para la elección”. Tal vez sea ese el método que están siguiendo quienes pretenden potenciar la privada mediante el deterioro de la pública. Si nos paramos a observar las inversiones en la sanidad pública respecto a la privada veremos comunidades, cuyos dirigentes están claramente alineados con las políticas neoliberales, donde las inversiones se orientan en determinada dirección para ofrecer los servicios sanitarios desde la privada. Consideremos el ejemplo de la gestión y evolución de las listas de espera, pruebas complementarias e ingresos, que son desviados al sistema sanitario privado, cuando, en teoría, la pública se ve sobrepasada. Las listas de espera pueden surgir por una mala gestión de los recursos, tanto humanos como materiales. Mas el recurso a la privada para aliviar la pública establece un sistema de asimetría soportable, dado que el eje fundamental sigue siendo el sistema sanitario público y no conlleva el reaseguramiento para el usuario.

Por otro lado, existen matices importantes respecto a la misión o macro-objetivo de las instituciones o empresas sanitarias. La sanidad pública ha de objetivar, por definición, la salud del ciudadano como su misión principal, la salud entendida desde una perspectiva integral, o sea desde los aspectos biopsicosociales, dado que el bienestar de los ciudadanos es función de los gobiernos y sus políticas sociales. Por tanto, la política razonable de una Estado y su Gobierno debería ser incrementar los aspectos preventivos de la enfermedad y la educación en hábitos sanos que minimicen la incidencia de patologías; así sufriría menos la economía del país, se incrementaría la felicidad de la ciudadanía, habría menos bajas laborales, se reduciría el gasto sanitario en fármacos y medios dedicados a la curación, etc. Realmente este es el beneficio de los estados en un sistema interactivo que abarca todas las estructuras e intereses del país, bajo la concepción holística de la sociedad; o sea, una sociedad sana, competente, educada, con buenos hábitos de consumo, donde sus aspectos biológicos, psicológicos y sociales se ubiquen en óptima situación.

Pero… siempre hay un pero. En el tema sanitario la salud no es un negocio, en todo caso el negocio es la enfermedad, que requiere medicamentos, técnicos facultados, instrumental y aparataje de alta tecnología, macro-hospitales, etc. Allá donde hay negocio aparecen las inversiones de capital, porque el dinero llama al dinero. Es lógico, pues, que la sanidad privada, cuyo objetivo principal, sin duda, es ese negocio, se ha de mover, prioritariamente, en el mundo de la sanación de la enfermedad y no en el de la prevención, salvo que se le compren y paguen adecuadamente determinadas actuaciones orientadas a tal fin mediante programas específicos.

Existe un problema añadido, de no menor importancia, como es la concepción de la sanidad pública universal, o sea la oferta igualitaria de un sistema sanitario para todos los habitantes del país. ¿Está la economía en disposición de ofertar la mejor calidad para todos, o al menos en su nivel óptimo? Siempre habrá quien prefiera una atención selectiva, especial, de clase más elevada y, además, se lo pueda pagar, volviendo a los añorados tiempos pretéritos donde el pudiente tenía acceso a una sanidad de cierta calidad, mientras a los pobres se les dejaba en manos de la beneficencia. La irrupción de la clase media, en la segunda mitad del pasado siglo, potenció el sistema sanitario que ofertaba la Seguridad Social, que es el embrión de nuestro sistema sanitario público con la creación del Servicio Nacional de Salud (SNS), ese que ha hecho frente a la pandemia, que está agotado por el combate, por la lucha contra un enemigo que ataca en oleadas. A él le aplaudimos para animarles cuando marcharon al frente y lo criticaremos cuando vuelvan cansados y hastiados de tanto luchar. Tal vez, entonces, nos olvidemos de sus servicios y le condenaremos al ostracismo mientras la privada oferta servicios más atractivos para los que puedan permitírselo.

Mas, todo esto, requiere una profunda reflexión para orientar la operatividad del sistema sanitario público hacia la prevención, intentando minimizar la incidencia de la enfermedad, pues ello aportará un mayor beneficio a largo plazo; o sea, potenciemos la salud para no tener que curar la enfermedad, que es más costosa.

 

Antonio Porras Cabrera

 

 

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