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¿Fue un resbalón lo de Garzón?


Parece que el ministro Garzón ha introducido en el debate político, y de consumo, el espinoso asunto de la ganadería intensiva o industrial y su incidencia en la salud y el medio ambiente, lo que despierta, además, una reflexión sobre el empleo de carnes en nuestra dieta alimentaria o, al menos, hasta qué punto se debería consumir y con qué calidad. Como ministro de consumo está en su derecho y, además, obligado a vigilar la idoneidad de los productos que el ciudadano pueda encontrar en el mercado, eso creo que no se lo puede negar nadie, otra cosa es la coordinación que debe existir, entre los ministerios de un gobierno de coalición, para evitar dar pábulo a una oposición que ya ha mostrado suficientemente su estrategia opositora, salvo que se pretenda dar la batalla argumental para dejar a esta en evidencia.

Al parecer, también es un tema que preocupa especialmente en la Unión Europa, que define su nueva PAC —Política Agraria Común— favoreciendo el modelo de explotación “familiar y profesional”, pretendiendo establecer unos criterios bastante restrictivos, para minimizar el efecto contaminante de la ganadería intensiva y su influencia en la calidad de los hábitos alimentarios de la población. Pero no olvidemos que en el resto de Europa, sobre todo en los países del centro y norte, suele existir una mayor concienciación respecto a las políticas medioambientales y, tal vez, de salud pública, así como a la sostenibilidad de los procesos productivos en el tiempo, rechazando o limitando aquellos que resulten agresivos con el propio entorno.

También, en España, algunas comunidades autónomas, han orientado su política hacia un mejor control de esta actividad industrial o intensiva para procurar la mayor calidad posible del producto cárnico y evitar, o minimizar, los efectos nocivos que genera en el medio ambiente. Castilla-La Mancha, Aragón, Cataluña o Navarra prohíben o limitan la construcción de nuevas explotaciones de ganadería intensiva, aunque ahora, en algún caso, muestren su desacuerdo con las declaraciones de Garzón o con su oportunidad.

La propia UPA (Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos) aplaudía al ministro Planas, el de Agricultura, Pesca y Alimentación, que es a quien compete la regulación y la política ganadera, cuando defendía una explotación sostenible y respetuosa con el medio rural y ambiental, en la línea que define la UE, que, por cierto, ya ha llamado la atención a España sobre la contaminación que producen estas “macrogranjas” intensivas.

Podríamos considerar, por otra lado, que este tipo de explotaciones establecen una competencia, si bien no desleal pues se ajustan a la ley, sí lo es económica, dado su menor coste de producción al masificar la cabaña de ganado y, por qué no decirlo, con una posible menor calidad del producto, lo que podría llevar al pequeño ganadero a la ruina.

En el debate se introducen otras variables significativas, además de los efectos contaminantes en la atmósfera, el subsuelo y las aguas o los malos olores, como son: el maltrato a los animales con su hacinamiento en granjas masificadas, el forzado engorde o cebo con alimentación a base de piensos compuestos, el uso excesivo de fármacos ?sobre todo antibióticos y en algunos casos el infractor uso de hormonas de engorde?, el forzado desarrollo de su crecimiento y su repercusión en la calidad del producto con un mayor acúmulo de grasas, etc. Ese conjunto de variables deben estar en el debate, sabiendo que ambas explotaciones ganaderas pueden convivir, pero sometidas a un control efectivo mediante normas que garanticen los intereses de la población, la calidad del producto y el equilibrio y sostenibilidad del proceso respetuoso con el entorno. No obstante, ante la imagen de una granja de cerdos hacinados, comparada con otra pastando en la dehesa bajo el encinar, yo creo que a nadie se le ocurriría no diferenciar la calidad de ambos productos.

Tal vez el ministro Garzón no sea un experto en el manejo de la oportunidad y, sabedor de que el PP va a su caza y de todo lo que huela a Sánchez y su gobierno, debería haber pensado que no es buen momento para sacar a debate determinados temas que pueden ser usados como armas arrojadizas por el PP, que sigue con clara intención de cercar la Moncloa, intentando rendirla en las próximas elecciones generales caiga quien caiga, y tapando sus históricos errores con el ruido que generan estos asuntos del Gobierno. Ahora bien, si su pretensión era introducir en el debate público la necesidad de posicionarse respecto a esta materia puede que lo haya conseguido, si bien no en la medida de un debate aséptico y constructivo para dilucidar y establecer políticas adecuadas que clarifiquen y afronten el problema en su justo término.

En este tema, dejando de lado el conflicto político que todo lo “enmierda”, sería interesante discriminar entre quien habla pensando en el bien y la salud personal y ambiental, y quien anda arrimando el ascua a su sardina para mayor gloria de los suyos, sea económica o política. Así como quienes plantean un debate serio, con la verdad por delante, y quien manipula y tergiversa la información y los datos que la fundamentan. Tal vez la cosa no sea fácil porque cada cual se ancla a una verdad relativa o parcial que pretenden, usando técnicas de marketing como los procesos de “maximinización” (maximizo la importancia de mis argumentaciones e intereses y minimizo la del contrincante político; o sea, todo lo bueno lo hago yo y todo lo malo lo hace el otro), imponerla como verdad absoluta, mientras sustraen al ciudadano la información fidedigna que le permita la creación de un buen juicio u opinión; o lo que es lo mismo, lo llevan a la engañifa.

Una vez más, es bueno empezar a despejar las incógnitas sobre los verdaderos empeños del mundo de la política y no dejarse llevar por intereses espurios de quien más grita, manipula o miente. A uno le fastidia que vengan a romper o alterar el sosiego necesario para aclarar los propios pensamientos, intentando colonizar nuestro razonamiento con sus influjos. En todo caso, como demócratas militantes, nos corresponde aportar nuestra visión responsable y razonada sobre este y otros asuntos de la res pública, sin dejarnos llevar por bulos, manipulaciones e injerencias, dentro de lo posible. Con la política se ha de ser muy crítico para evitar ser manipulado y no dejarse llevar por emociones partidistas, sino por un razonamiento objetivo, si es que se tiene la necesaria capacidad de juicio. Si no tienes esa capacidad para formar tu propia opinión es muy posible que acabes siendo prisionero de la de otro, que te ha colonizado.

 

Antonio Porras Cabrera

 

 

 

 

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