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El hombre


         La creación y evolución del mundo en todas sus acepciones es un misterio; puede ser comprensible que sólo haya podido ser concebida y originada por un ente aún más superior que la misma creación. Y ello, a pesar de los conocimientos científicos que se tienen, hoy día, sobre este tema, tratando de dar explicaciones objetivas, según las teorías, sobre los procesos que pudieron dar a luz esta realidad cósmica. En todo este misterio surge la vida y, en su proceso evolutivo, se encuentra insertado el hombre como el ser más perfeccionado de la evolución, con capacidad para pensar, sentir, crear, transformar, destruir, amar...

         La evolución de la vida, desde sus más remotos principios, está llena de acontecimientos que maravillan la curiosidad del hombre, siempre sorprendido ante cualquier descubrimiento que explique el origen o la composición de algún elemento que tenga que ver con la propia naturaleza de nuestro mundo, incluido él mismo. Ahí está el interés por conocer los datos que aportan los análisis de los meteoritos, las observaciones astronómicas, los viajes espaciales o los yacimientos de Atapuerca. Se intenta componer, aunque sea a base de retazos, la historia de lo desconocido.

         El hombre mismo es un misterio. Dotado de cualidades que le hace superior entre todas las especies creadas; poseedor de una inteligencia que le permite discernir entre un origen, un desarrollo y un fin; una capacidad y un poder excepcional para profundizar en los abismos de la vida, desde el átomo hasta el universo; un mundo interior que le abre las puertas del gozo eterno...

         ¿Cómo responde el hombre ante esta evidencia que tiene a su alcance?

         La libertad que posee, como un medio irrenunciable para desarrollar su vida en este mundo terreno donde se encuentra, ¿hasta qué punto aplica y disfruta ese desarrollo en su más noble sentido?

         Las infinitas posibilidades que el hombre tiene a su alcance, con todos los recursos naturales y el desarrollo conquistado a lo largo de toda su historia, ¿hasta dónde éste responde a su responsabilidad de distribuirlo en un bien común para toda la humanidad?

         Cuando el hombre se cuestiona a sí mismo, cuando su conciencia trata de entender la razón de su existencia, de su naturaleza humana y de su mundo espiritual, de sus ideales o de sus utopías para transformar el mundo, ¿qué mundo? ¿El mundo que es común a todos los hombres o su propio mundo? Cuando estas interrogantes posibilitan hacer una reflexión honesta y sincera sobre su auténtica naturaleza, no exclusivamente biológica, entonces el hombre trata de ver la verdad que hay en sí mismo y en su proyección de servicio a una humanidad necesitada de verdad, justicia, paz y libertad.

         Esta verdad compromete al hombre, lo implica directamente a no encerrarse en sí mismo. Por esta razón, se trata de una responsabilidad individual y colectiva de la que nadie se escapa. Otra cosa es la realidad corrupta que vivimos. Porque no somos exclusivamente una naturaleza que nace, crece y muere sin más; el ser humano pretende conseguir metas más elevadas, aunque, si observamos las miserias que azotan esa naturaleza creada en millones de criaturas, concentradas en todos los Continentes de nuestro mundo, empezamos a dudar de las verdades que el hombre cree disponer en su protagonismo económico, social, político, religioso o humano.

         Desde antiguo, cada periodo histórico conocido del hombre aporta datos sobre la fidelidad e infidelidad de unos propósitos fundamentados en el bien común. La Historia escrita en los libros y en la propia vida recoge con toda clase de detalles la brutalidad de las conquistas, las venganzas, las reconquistas, como si el ciclo existencial fuera solamente la destrucción para justificar la liberación de no sé qué. Y hoy día se sigue actuando de la misma manera, sólo hay que mirar los últimos desastres humanos ocasionados en Europa, Asia, África o América por las invasiones de los derechos más elementales de los pueblos: su propia existencia. Da la impresión de que es ésta una constante en la historia del hombre. Pero no, también se conoce la fidelidad del hombre que busca en el amor, en la solidaridad, en su compromiso, esa verdad, esa justicia y esa paz universal. Para el creyente será su fe en ese Dios de la Vida que ama al hombre universal, para otros, será su utopía o su ideal por un mundo más humano, más igual para todos. A fin de cuenta, es lo mismo, la esperanza es común a todos.

         Igualmente, la Historia contiene el testimonio de mujeres y hombres cuya constante ha sido vivir de manera coherente con estos principios, aún a costa de grandes sacrificios, de grandes esfuerzos, de grandes riesgos, hasta, incluso, perder la vida en ello. Por esta razón, el hombre de ayer, de hoy y de siempre seguirá cuestionándose las razones de su existencia, las verdades que justifican o no su forma de vida para mantener esa fidelidad consigo mismo y con lo que cree.

 

 José Olivero Palomeque

 

 

 

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