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Yo no quise tomarme las uvas de la ira


No, no quise, me negué en redondo. Me tomé mis doce uvas pensando en la paz, en el amor y el entendimiento entre los seres humanos, en la empatía y la convivencia respetuosa, en el ejercicio leal de la democracia y en la aceptación de la ley y el sentido común como forma de articular la convivencia.

La primera uva se la dediqué a la salud, la segunda al amor, la tercera no fue al dinero sino al deseo de que nadie pase necesidad para llevar una vida digna… y así fui desgranando mi ideario, mi dedicatoria, evocando paz, libertad, fraternidad, empatía, igualdad, solidaridad, respeto, concordia, creatividad… No, no le di opción al odio, a la deslealtad, a la ira y al sufrimiento, al insulto y la provocación. Andaba centrado en la mejor forma de comerme las uvas de la vida para nutrir mi alma, mi espíritu creativo y solidario, para ser algo mejor este año y aportar mi granito de arena a una sociedad más justa y humanitaria.

Durante el año 2021 escuché gritos, insultos, descalificaciones interesadas, exabruptos en boca de quienes deberían dar ejemplo en el templo de la democracia. Tanto que me sonrojaron y causaron vergüenza ajena. Fueron discursos que pretendían llevarnos al desencuentro, al desencanto a caballo de falacias, de mentiras y medias verdades, de análisis interesados y manipulados, de descalificación e insultos que todos hemos oído en el hemiciclo. El insulto en política, y en todo debate, aflora cuando la argumentación es inconsistente. A veces las palabras destilan odio, pero la faz también, el gesto bronco, el grito y el talante, la crispación y su culto, hasta reafirmar un mensaje de desencanto y desafección política. Mas en política la desafección, la no implicación, se paga cara y la renuncia al ejercicio de la democracia da paso a regímenes o sistemas totalitarios que cambian tu soberanía por la exigencia de tu sumisión.

Yo esperaba que, en tiempos difíciles como estos que nos ha tocado vivir, el sentido de Estado se impusiera en quienes deben ejercerlo como responsabilidad máxima. Pero no, no se vio el trabajo de hombro con hombro, codo con codo, sino desprecio, palos en las ruedas y acritud como forma de debate. Cada cual, haciendo un acto de cinismo e irresponsabilidad, se aplica los éxitos y coloca los fracasos en tejado ajeno. La lucha partidista persiste, antepuesta a los intereses ciudadanos, para arrimar el ascua a su sardina de cara al voto… y eso duele, o ha de doler al votante concienciado y comprometido.

Hay representantes, en el mundo de la política, que matan el sentido común y con ello hieren la democracia. Muchos anteponen sus intereses de grupo a los generales de la ciudadanía, pues solo buscan alcanzar el poder usando las armas y recursos más abyectos. Convierten en anatema lo que hace el contrario olvidando que ellos ya lo hicieron. Esta ruta nos llevará a mal puerto si no somos capaces de poner pies en pared y plantarles cara para exigirles que cumplan con sus obligaciones, antes de que acaben con la propia democracia… pero esto, tal vez, podría ser el objetivo solapado de alguno de ellos añorante de pretéritos tiempos.

Lo peor es que si se siembra odio y rechazo en el propio parlamento, debemos saber que germinará en los hooligans de cada formación, porque, en este país, el sentido de la democracia escasamente existe, tras tantos años de historia confundida entre desencuentros y contiendas de las dos Españas que ya encontramos al nacer.

El ciudadano sensato, con sentido común, si es que existe, debe tomar nota, ser crítico, alejarse de ejercitar de hooligan y recurrir a su racionalidad, para ejercer su derecho constitucional mediante un uso adecuado de su voto, sin dejarse arrastrar por histrionismos interesados del personaje político megalómanos y ególatras. Debe controlar, en lo posible, el sesgo confirmatorio, de todo seguidor de un grupo, que distorsiona la realidad.

Es bueno, bajo mi punto de vista, empezar el año negándose a comer, en Nochevieja, las uvas de la ira y evitar la intoxicación por odio…

No sé si se podrán conseguir unos partidos políticos comprometidos con la ciudadanía antes que con sus propios intereses partidistas, que piensen y tengan actitudes estadistas, capaces de construir consensos, de ceder algo particular para conseguir otro algo colectivo, que argumenten y no insulten, que sean ejemplares para la convivencia ciudadana.

Pediré a los Reyes Magos una escuela donde se aprenda educación política, donde enseñen principios y valores democráticos, empatía política, pero ¿dónde conseguimos el profesorado que ha de dar las clases?

 

Antonio Porras Cabrera

Feliz año 2022

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