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El virus se tomará las uvas con nosotros


Estamos a punto de concluir un año. Un año aciago, donde la pandemia ha vuelto a resonar con estridencia. No está vencido el virus. Es astuto y ladino, metafóricamente hablando, y consigue burlarnos con sus mutaciones para escapar del cerco. Mal augurio es ese. Ya se vislumbra en lontananza un nuevo estado o circunstancia establecida, pasando de contingencia a persistencia. Sabemos, cada día más, de su conducta, pero es cambiante e imprevisible en muchos aspectos. ¿Acabará siendo un virus más, como el de la gripe, que cada año muta y requiere nueva aplicación de la vacuna, para mayor gloria y riqueza de la industria farmacéutica?

La ciencia, que puede ubicarse a conveniencia de la institución que la sustenta, deja cabos sueltos. El sistema de salud y la medicina en general se someten, cómo no, a la dinámica establecida, que mantiene su actitud curativa por encima de la preventiva, si bien la vacuna es de componente preventivo. La investigación y sus grandes inversiones se dirigen, con cierta lógica, a buscar remedios a la enfermedad con la intención de curarla, en este caso, como ya he comentado, desarrollando prevención desde la farmacología. ¿Qué sería de los laboratorios, de su investigación, evolución y desarrollo, sin la enfermedad? Con esto no quiero, líbreme Dios, denostar o descalificar el trabajo y la investigación de estas macroestructuras multinacionales, sino llamar la atención sobre sus intereses principales y primigenios,  a la par que constatar el déficit educativo de la ciudadanía para ejercer prevención responsable como primera y principal forma de evitar la enfermedad.

Es concluyente el dicho popular, porque el pueblo es sabio en la aplicación de ciertos refranes: “Más vale prevenir que curar”. Y cuando se ha de prevenir o curar es básico conocer y entender las circunstancias y el problema para mejor discernir. La ciudadanía tiene en sus manos algunas conductas saludables importantes para soslayar la enfermedad, y esas conductas, aunque a veces sean confusas por el desconocimiento preciso del patógeno, son claves para la lucha. Pero se han de asumir de acuerdo a los criterios científicos que forjan los expertos, aunque hay algunos, tan lógicos, que solo requieren sentido común y un poco de sensatez.

La ignorancia, como no comprende ni siquiera dónde está la fuente de la información veraz a la que se ha de dar crédito, busca entre las redes y se pierde en el marasmo de noticias, opiniones y dictados, sin diferenciar entre contenidos sólidos, a los que confunde y confronta con ocurrencias y elucubraciones inconsistentes. Sorprenden los negacionistas acérrimos que sustentan su posición en aceptar, como válidas, premisas secundarias forjadas en mentes inexpertas en la materia, por mucho conocimiento que tengan de otras o en su liderazgo social en campos diferentes. Todos hemos visto actores, artistas o personajes de la farándula o el deporte y otros lares dando lecciones y dictados, incluso con tono agresivo, defendiendo su negacionismo con argumentos baladíes y teorías conspiranoicas. He de reconocer que me produjeron cierta desazón las declaraciones de Miguel Bosé en la entrevista que le hizo Jordi Évole en la televisión. El fondo y la forma de su argumentario, su faz y su tono expresivo, aunque pudieran descalificarlo para el observador, también podrían encontrar campo abonado para germinar en otras mentes.

Es cierto que el futuro que nos aguarda, o acecha a nuestra descendencia, tiene muchos retos y amenazas, porque la ciencia y la tecnología son imparables, tal como vemos. Pero lo que, bajo mi punto de vista, no se puede confundir la contrastada eficacia de las vacunas con digresiones fantasiosas, negando, incluso, la existencia del virus y, por tanto, las medidas preventivas básicas de corte social y conductual que prevengan el contacto.

Tal vez deberían pensar que, si no quieren caer bajo las garras de poderes ocultos, o sea gestión de la Big data, y la nanociencia, a la que se ha llamado Cuarta Revolución Industrial, sería mejor se alejaran de las redes sociales y la tecnología, pero eso acabaría dejándolos en el ostracismo del futuro. No dudo que el proceso evolutivo que seguimos debe ser vigilado de cerca para que ese inmenso poder del conocimiento no sea utilizado para recrear la figura del Gran Hermano que describe George Orwell en su distópica novela 1984. De hecho ya hay quien dice que estamos viviendo en los inicios de una sociedad orwelliana, que sustenta estas paranoias o elucubraciones.

No quiero entrar en el análisis de la libertad personal para asumir conductas transgresoras de las normas preventivas para el contagio, pues considerando al ser humano, en su doble vertiente, como ser individual y social, la línea divisoria que determina el espacio de libertad propia y la invasión de la zona de los demás, requiere una mayor reflexión que merece otro espacio. Pero sí hacer constar que los espacios comunes no son lugares donde cada cual, a su libre albedrio, pueda hacer lo que le venga en gana, sino que deben ser respetados evitando contaminaciones lesivas para los demás. Esperemos tomar conciencia de esta realidad y los riesgos que conlleva la interacción social como sistema propagador de la pandemia, si no se toman las medidas adecuadas.

 

Antonio Porras Cabrera

http://antoniopc.blogspot.com

 

 

 

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