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Discípulo Vs. Maestro


En pasada columna aseveraba: “el maestro ofrece a los demás, y sobre todo al aprendiz, la brújula que le marca la dirección a seguir”. Eso es cierto. Es una verdad indubitable pero no significa un seguidismo irracional, todo lo contrario; a medida que el aprendiz va creciendo en conocimientos, que le llegan de diversas fuentes una de las cuales, y no la menor, es la del maestro, va conformando su propia estructura de pensamiento que, poco a poco, lo independiza de él y de los demás; se hace autónomo.

Eso es deseable y el buen maestro, en su ejercicio magisterial, suministra los nutrientes culturales para que el discípulo pueda crecer y desarrollar sus propias armas intelectuales; incluso cuando genere teorías contrarias a las de su maestro, éste se sentirá satisfecho. Es el fruto obtenido de una buena pedagogía.

De la misma manera que el padre siente orgullo de que su hijo lo rebase en todo, así, el buen maestro, se encuentra muy satisfecho con el triunfo de su discípulo. Los padres y los dedicados a la enseñanza estarán de acuerdo con esta aseveración.

Por eso la elección del buen maestro es vital para el alumno. Ortega en la conferencia que referí afirmaba: “Ved ahí a vuestros hijos que los entregáis a un educador: ponéis vuestro oro en las manos de un orífice cuyo arte desconocéis. ¿Qué idea del hombre tendrá el hombre que va a humanizar vuestros hijos? Cualquiera que sea, la impronta que en ellos deje será indeleble”.

De ahí que, en diversas ocasiones, he reiterado la ineludible necesidad de que sean los padres, que desean lo mejor para sus hijos, los que elijan el centro orífice, en el decir de Ortega, al que entregue sus hijos en la seguridad de que el oro entregado en basto, será devuelto refinado: Convertido en una joya.

La educación, la buena educación, es el progreso del educando que se manifiesta con nitidez, cuando el discípulo rebasa al maestro. Así Aristóteles, que recibió las enseñanzas de Platón en su Academia, compite  con su maestro creando el Liceo completando su obra, con la suya propia, con su saber enciclopédico. Así: el legado de la obra de Platón y Aristóteles constituye, casi dos milenios y medio después, la base sobre la cual se construye todo edificio filosófico.

Gloria por siempre a los buenos maestros y a sus discípulos que siguieron la orientación de su brújula, porque de ellos será la inmortalidad.

 

 

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