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El metadelito


¿Existe el concepto “metadelito”? Si entendemos que el prefijo meta, según la RAE, “significa 'junto a', 'después de', 'entre', 'con' o 'acerca de'…”, cabría inferior, bajo mi modesta opinión, que un delito que se ejecuta para tapar a otro delito podría ser conceptualizado como tal.

Y es que a uno se le caen los palos del “sombrao” cuando observa determinadas actuaciones en el mundo de la política y la gobernanza. Estamos inmersos, desde hace algunos años, en uno de las mayores escándalos de corrupción política vividos en los tiempos presentes, sin obviar el peso específico de otros muchos, sean de un partido o de otro, donde determinadas actuaciones, rayanas en lo mafioso, acaban infringiendo leyes, normas y éticas para satisfacer determinados intereses de corte partidista, dejando suficientemente claro que, para ciertos políticos o partidos, por no decir todos, la gente, el ciudadano, no es lo importante, sino el ejercicio del poder. En este caso, el de más actualidad informativa es el caso Bárcenas y sus diferentes vertientes. El poder, al fin y al cabo, no es nada más que la capacidad legal de decidir sobre la gestión y orientación de recursos, en su sentido más amplio, y las políticas a desarrollar con los mismos.

Hemos visto, durante muchos años, yo diría que durante toda la historia, cómo en nuestro país y en todo el mundo, el político usó de forma torticera el ejercicio del poder para beneficiarse él y los suyos, sobre todo cuando no se sintió fiscalizado por la ciudadanía y con las manos libres para fijar mordidas para sí y sus adláteres. También somos expertos en el nepotismo, como dejó bien clarito nuestro insigne Pérez Galdós en sus Episodios nacionales y los cambios de gobiernos con las consiguientes “censatías”, por sistema de despojos, del funcionariado del partido saliente para poner a los propios del entrante. El enchufe siempre fue una inestimable forma de ejercer el nepotismo y conseguir un buen trabajo, siendo el pago de favores un excelente método para lograr esa recomendación, mediante el regalo al protector, por ejemplo, de un buen jamón, en función del valor otorgado a la prebenda conseguida, cuando no de un pago pecuniario a modo de adquisición de la misma.

Hemos asistido a casos de corrupción que te hielan la sangre en las venas, casos obscenos por su forma y por cómo quisieron taparlos, con esquivo cinismo, negación, manipulación mediática, incluso dejando en evidencia su incompetencia para ejercer el poder y el control sobre el mismo, diciendo que se habían enterado de su existencia por la prensa. Hemos asistido, también, a un insano y perverso ejercicio de buscar, a modo de chantaje, escándalos ajenos, cuando no montarlos o maximizarlos, para tumbar al contrincante político, que dice muy poco en beneficio de la ética y del sano ejercicio democrático.

Existe otro factor preocupante, como es la tolerancia social a la corrupción y el bajo coste electoral que se paga por ella. Tal vez, esa corrupción, esté tan arraigada en la propia sociedad que acabe siendo un elemento justificador de la ejercida por el ciudadano de a pie, facilitando o limpiando conciencias de los corruptos defraudadores de impuestos. Si los otros, los políticos, lo hacen, por qué no hacerlo yo. Hay, pues, una especie de sesgo similar al confirmatorio que consiste en dar crédito, o confirmar, aquello que viene a reformar mi propio pensamiento, dejando a un lado el espíritu crítico cuando el afectado es mi partido. Yo le llamaría a este otro: Sesgo de tolerancia, que es la elevación del nivel de tolerancia cuando el partido afectado por corrupción es el mío y un nivel mínimo cuando es el oponente. Detrás está la actitud del “y tú más”, justificación que tanto se oye.

Aceptamos, lamentablemente, que la corrupción está a la orden del día, que las mordidas existen, que los políticos se venden, que los partidos juegan sucio para conseguir financiación, que existe el pesebrismo, el periodismo venal, que la hipocresía política lleva a esconder estas cosas mostrándose como todo lo contrario, y que el corrupto, para ellos, siempre está en la acera de enfrente. Pero hay casos que sobrepasan todos los esquemas, yendo más allá.

El caso Kitchen, tan de moda en estos días por su enjuiciamiento y la comisión de investigación del Congreso, con un exministro al que parece no le dará crédito ni Marcelo, su ángel de la guarda, está resultando escandaloso, no tanto por el delito en sí, que también, sino por el agravante de haber usado, supuestamente, recursos públicos y a la propia policía según declaraciones de algunos miembros perteneciente a este meritorio cuerpo, como es el caso de Francisco Martínez, que fuera secretario de Estado de Seguridad, para substraer la documentación incriminatoria que pudiera tener Bárcenas para atacar al PP, su caja B, los sobres y demás impresentables y delictivos tejemanejes del partido y los implicados.

Por tanto, de probarse los hechos imputados, estaríamos ante un metadelito, pues se intenta tapar un delito cometiendo otro que va más allá, si cabe, del delito, o delitos, iniciales. Llevando, incluso, a la propia policía a ejercer una acción ilegal para tapar pruebas de presuntos delincuentes, mediante la organización de un operativo policial específico con esta finalidad, algo contranatural. Sigo manteniendo siempre el concepto de presunto, dado que será el fallo judicial el que determine u otorgue la calificación definitiva.

Concluyo que el votante puede ser un cómplice necesario y consciente si, conociendo la corrupción de un partido, le vota para otorgarle nuevamente el poder. Finalizo reclamando la dignificación de la política y rechazo a los políticos y a los grupos de poder que la deterioran, utilizan y manipulan en beneficio propio practicando la deslealtad y la corrupción. No estará de más citar a José Ortega y Gasset: “Jóvenes, haced política, porque si no lo hacéis se hará igual y posiblemente en vuestra contra”.

 

 

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