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El Copo. De la muerte


El sol ha cambiado de lugar. Cuando camina a poniente, nace anaranjada una ligera sacudida de recuerdos sin futuro. Es entonces, por un instante, cuando siento.

A mi alrededor y conmigo, sin la fértil compañía del riesgo, brota, cuando amanece el tedio, la tarde que oscurece la sensualidad del despertar. 

Ni siquiera puedo achacar mi muerte al otro. Ni siquiera puedo empujar la daga del suicidio. Ni siquiera el desconocido Dios me sirve de excusa. Nadie es culpable, tal vez la brisa que dejó de besar.

El chasquido del asombro ha dado paso a una serie de goznes que cierra el paso luminoso del vértigo de ser. Tan sólo en mi sombra, grotescamente alargada, intuyo la silueta del que fui.

Se ha esfumado mi capital de visiones. Tengo la certeza de saber lo que pisan mis pies, lo que palpan mis manos, lo que abarca mi vista. Y también sé -y es lo peor- que el pálpito de mi corazón es idéntico al de todos los seres que deambulan sumisos hacia la muerte.

Aunque intento abrir la ventana del asombro, nada ocurre; y es que nada detiene la asesina sombra de la seguridad. El suicidio a la VIDA se ha consumado mientras la EXISTENCIA transcurre.

Los milímetros del mañana está perfectamente encajados. Sé todo lo que va a acontecer.... y lo asumo, pero en la quietud de la "espera" trazo una línea con tiza de esperanza.

 

 

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