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Soy un dudante


Dudante es aquel que cuestiona las cosas. Que duda, si ni estar previamente convencido, de lo que dicen otros y que, incluso, pone en tela de juicio sus propios juicios. Es decir que las propias conclusiones las eleva a la calidad de duda en la trascendencia, o sea que aquello que hoy se ve como verdad puede que mañana no lo sea, una vez ampliado nuestro conocimiento en la materia sobre la que emitimos el juicio. Por tanto la verdad del ser humano radica en reconocer que las conclusiones de su pensamiento están mediatizadas por el propio conocimiento de la materia de qué trata, sabiendo que mañana tendrá mayor conocimiento, si no lo evitan los dogmas que bloquean el pensamiento. Libérese, pues, del corsé dogmático y abra su mente que, como decía Einstein, “es como un paracaídas, solo funciona cuando se abre”. En el pasado existen ejemplo de bloqueo del conocimiento por el propio catolicismo, en el presente lo existe por otros credos y culturas de la sumisión incluida la nuestra.

Dudo, luego existo, es el equivalente a pienso, luego existo; porque pensar es dudar y quien no duda no piensa y quien no piensa no existe como ser pensante, característica propia de los seres humanos, porque ya da por sentada la verdad anacrónica del momento y elude la verdad venidera en el futuro. Cada día evolucionamos, cambiamos en función de lo aprendido, y mañana, desde la nueva dimensión del conocimiento debemos volver a pensar sobre lo ya pensado y valorar la cuestión según el nuevo momento. Hay “verdades” científicas que trascienden en el tiempo, pero otras, de tipo subjetivo, interpretativo de la propia existencia, son movibles.

No me gustan las fes y los dogmas anclados a lo divino, al credo y las religiones, pues no aguantan la crítica del pensar. ¿Por qué he de creer algo que otros no creen sin cuestionarme donde puede estar la verdad, o si esa verdad es posible para el conocimiento humano? Ninguna fe o credo es creíble para mí cuando veo que existen tantas, cuando veo que son manifestaciones que fraguaron una cultura social excluyente, cuando sirvieron para sembrar guerra y confrontación en lugar de acercamiento, para dominar y establecer estructuras sociales de poder.

¿Qué dios es el verdadero? ¿Tal vez el que cada cual crea? ¿O el único dios es el que conforma un todo (panteísmo), o una energía cósmica que nos coloniza para desarrollarse en nuestro interior mientras crecemos para luego volver al cosmos infinito que se nutre de ella? No lo sé, pero sí sé que cada cual está en su propio camino, que en función de donde se encuentra así será su pensamiento, dependiendo de lo que sabe, de lo que entiende, de cómo computa los estímulos que percibe, siempre sujeto por los limitados órganos de sus sentidos, sus emociones, prejuicios y condicionantes diversos.

El científico duda, hipotetiza y concluye según los resultados de su investigación que se mueve condicionada por el método y los instrumentos que usa para tal fin. Las leyes y principios matemáticos y físicos que conforman el universo es la génesis de una verdad hipotética que se concluye en base a esa premisa, pero también sabe y entiende que existen variables, conocidas o no, que pueden condicionar las conclusiones, y que coexisten verdades ocultas que escapan a nuestro conocimiento actual... por eso se investiga. Siempre recordaré, cuando yo estudiaba los antiguos cursos de doctorado, la explicación de un profesor que decía que la investigación es como un panal de abejas con celdas o dependencias donde habita el conocimiento, cada puerta o ventana que abres de un hexágono te lleva a otro lugar donde existen otras cinco puertas que dan a un lugar desconocido cada una.

El ser humano ha necesitado creer en algo para resolver la duda existencial y así evitar la duda que atormenta el pensamiento cuando ese ejercicio es mentalmente lesivo y rechazado por la impotencia de ejercerlo.  En esos casos es más fácil creer que pensar, es más fácil integrarse en un colectivo ideológico que ser crítico disidente. Adoctrinar sujetos que no piensen fuera de lo establecido es la base de la implantación del poder. Si enseñamos a pensar acabaremos siendo cuestionados por aquellos a los que enseñamos y perderemos el poder y la influencia de nuestro propio pensamiento o credo, cayendo en la simetría que no reconoce nuestra superioridad. Debemos mantener la asimetría (yo pienso más y mejor que tú, sé más que tú y, por eso, tú me has de dar la razón y creer en lo que te digo), que conlleva el poder del conocimiento para colonizar las mentes de los demás mediante el uso de nuestro razonamiento en un campo mental de barbecho ajeno.

Pero, por suerte, también existieron aquellos que practicaron el sano “deporte” del pensar para afrontar los retos existenciales y desarrollar la necesidad del conocimiento. No es un hábito educativo implantado, no solemos enseñar a nuestros hijos a pensar, ni tampoco lo hacen en las escuelas mediante los programas establecidos. Nos enseñan a ser, a ser lo que ellos quieren, los integrados, los sumisos, a comportarnos con arreglo a las normas, y quien no lo hace se desacredita.

Pero la sociedad siempre evolucionó por aquellos genios que pensaron, por quienes cuestionaron las cosas, investigaron y crearon, desde el conocimiento y la fantasía, procurando acercarse a la verdad contrastable y no a la verdad impuesta desde la fe y la aceptación de la hipótesis sin confirmar.

Por tanto yo soy dudante. Lo soy porque me gusta conocer y entender lo que veo, contrastarlo y pensar que nada se puede creer o negar si no se tiene la convicción absoluta de ello. Ser dudante es ser agnóstico del credo, aplicado a la religión. Un dudante no es creyente en un dios, ni es ateo, porque esa duda no está resuelta. Un dudante puede ser ignóstico, entendiendo el ignosticismo como la duda sostenida hasta que quien te plantea la cuestión no lo haga con la precisión adecuada para decidirte. Un ignóstico, ante la pregunta de si cree en dios, repreguntará a su vez: ¿Qué es para ti ese dios? Y luego verá si comparte o no ese pensar. Un ignóstico no ve las religiones como una forma de trascendencia, sino como una realidad social inmersa en la cultura del entorno que condiciona las estructuras del pensamiento y el desarrollo de esa sociedad. Duda, en todo caso, si esa estructura o cultura social es la adecuada para el buen desarrollo de la gente y su evolución. Busca sistemáticamente un modelo mejor que eleve el desarrollo personal, intelectual y material de los seres humanos en su conjunto.

Yo, sinceramente, me siento bien siendo dudante, aunque, a veces, me pregunte para qué narices hemos venido a este jodido mundo y luego me responda: Para pensar y desarrollar la inteligencia, para comprender el mundo y mejorarlo, para ser y elevar la perfección de la especie... ¿Será para eso…? No sé, sigo dudando, pero mientras tanto seguiré pensando.

 

Antonio Porras Cabrera

 

 

 

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