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Mi generación


Como es de suponer, en todas las épocas contenidas en la historia de la Humanidad se han producido acontecimientos que han influido poderosamente en la evolución de la vida, de la sociedad, de los pueblos, de las civilizaciones, de la cultura, de la economía, etc. En nuestro país, España, como en toda Europa, quienes hemos nacido en la primera mitad del pasado siglo XX, hemos sido testigos de procesos de cambios brutales y obligados;  sobre todo, muy acelerados en un periodo de tiempo muy corto. Y no me refiero solamente a esos cambios que la tecnología ha incorporado en nuestra manera de vivir, que ya de por sí ha transformado tantas cosas; quiero centrar un poco la atención en los comportamientos, en los modelos de vida a los que nos hemos visto obligados a adaptarnos en las relaciones humanas en todas sus formas: a nivel familiar, en las costumbres sociales, en las modas, en el uso de los recursos materiales, en los procesos de trabajo y de producción, etc. Los roles que en cada momento de nuestra existencia definían nuestros principios y valores, el significado de las cosas que eran y siguen siendo esenciales para sobrevivir dignamente en nuestro mundo relacional, todo ello ha ido cambiando los modelos de comportamientos de manera acelerada; nos hemos visto abocados a aceptar otras formas de vida que no eran las nuestras; porque se trata de sobrevivir sin perder la conciencia de la realidad  o sucumbir en la confusión con nuestras respuestas, tantas veces inadaptadas por los acontecimientos que van emergiendo constantemente.

Un dato que, por tratarse de vínculos familiares, no deja de ser significativo en mi generación: salvo las habituales excepciones, los hijos estábamos subordinados en todo a nuestros padres; cuando llegamos a la condición de padres, hemos acabado subordinándonos a nuestros hijos. Conforme han ido pasando los años, más acusado se produce este fenómeno tan contradictorio. Como padres nos hemos visto obligados a asumir situaciones impensables cuando aún no habíamos llegado a esa condición de paternidad.<u> </u>La sociedad ha dado pasos de gigante sin dejar tiempo a prepararnos para esos cambios tan brutales. Para no morir en el intento de objetivar nuestra respuesta, procurando no perder nuestra propia identidad, hemos tenido que hacer grandes esfuerzos para atender con coherencia nuestras responsabilidades familiares.

Una gran mayoría de esta generación ha tenido que comenzar su vida laboral a muy temprana edad. Unos comenzamos a los 14 años, nada más salir de la escuela; otros, incluso antes, sin acabar sus estudios primarios; los más afortunados, comenzaron más tarde con mayor formación. Los que buscábamos mejorar nuestra cualificación académica y profesional, tuvimos que recurrir a compatibilizar los estudios con el trabajo y nuestras otras muchas responsabilidades. La guerra civil española y sus consecuencias en la postguerra paralizaron el desarrollo de una población que necesitaba crecer con el mismo ritmo de otros países europeos, a pesar de sufrir los devastadores efectos de dos guerras mundiales. Quedamos estancados hasta que llegó el despegue deseado, lógico cuando cambian las circunstancias sociales, políticas y económicas. Acabó un régimen que encorsetaba e impedía una evolución natural. Para llegar a las mejoras en las condiciones de vida, nuestra generación tuvo que enfrentarse durante años a confrontaciones reivindicativas sociales y políticas no exentas de riesgos. A partir de aquí, se produce un proceso de desarrollo que, a quienes ya vamos acumulando años de nuestra vida, nos coge sin la vitalidad necesaria para adaptarnos a tantos cambios en los modelos de comportamientos sociales, novedades que nos cuesta asimilar. Incluso se nos critica como si fuéramos antiguallas cuando mostramos nuestras disconformidades.

Las nuevas generaciones, nacidas a partir de la década de los años 70 del pasado siglo XX, van aportando nuevas ideas con una mentalidad más abierta y, afortunadamente, con mejores posibilidades de acceder a unos estudios superiores; aparecen nuevas creaciones, sobre todo desde la aparición de los nuevos instrumentos tecnológicos, cada vez más sofisticados. Hoy, parece que está generalizada la dependencia de la telefonía móvil que tantas aplicaciones contiene. Se aprecia como algo normal porque son cosas de esta época, de estos tiempos, que no son los nuestros donde ni siquiera existían los teléfonos móviles. No obstante, procuramos comprender cuanto nos es posible para no quedarnos atrás en el uso de estas herramientas.

También es cierto que nuestra generación ha significado, en nuestra historia, una especie de bisagra que ha impulsado esas transformaciones favoreciendo que sea posible ese desarrollo, teniendo que renunciar a muchos privilegios y comodidades. Me siento muy orgulloso de pertenecer a esta generación que tanto ha trabajado en beneficio de las siguientes generaciones.   

 

 

 

 

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