La frase se atribuye a Otto Bismarck aunque seguramente es apócrifa, y dice: “España es el país más fuerte del mundo, lleva siglos intentando destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido”.
Pues bien, sea apócrifa o no, lo que no cabe la menor duda es que es una verdad absoluta que admite poca discusión.
Aún hoy, en que celebramos su día Nacional, sigue vigente ese afán que la inmensa mayoría de españoles no nos merecemos. Sé que estuvimos a punto de borrarla del mapa con la incivil guerra de 1936 y sus macabras consecuencias durante los diez años siguientes, pero aquí seguimos, en pie, unos con la bicolor y otros con la tricolor intentando apaciguar odios, claros rasgos de independentismo, repúblicas dentro del Estado monárquico constitucional y actitudes separatistas que podrían llevarnos a una difícil situación de convivencia.
Fuimos un imperio, y en la actualidad ya nos conformaríamos con ser una nación como las que nos rodean sin estar siempre pendientes de las proclamas que, gracias a la libertad que saboreamos, somos capaces de ir salvando una y otra vez.
No existe lógica divergencia de opiniones entre las formaciones políticas que conforman nuestro espectro social, sino un odio larvado que en cualquier momento puede conducirnos a un nuevo desastre.
Son numerosos ciudadanos los que se avergüenzan de nuestro glorioso pasado con sus hitos históricos: el descubrimiento de las Américas y la política de mestizaje que dio lugar a la hispanización de un Nuevo Mundo. Así somos y así nos ven; tenemos que pedir perdón, nos dicen hasta desde el Vaticano.
La “cosa” ha llegado a un punto en que el alcalde de Medellín (Extremadura) ha solicitado del gobierno de México -que celebra en estos días su independencia- que sean trasladados, a la localidad citada, los restos de Hernán Cortés, conquistador de aquel remoto país, ante el temor que puedan ser profanados dado el ambiente antiespañol existente en la actualidad.
Así nos va.
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