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El Copo. El brazo afable de Moyano


“Los compañeros me los da el escalafón, pero los amigos los elijo yo”; y así es. Puedes estar rodeado de compañeros de partidos, grupos de escritores, concejales, diputados, etc., y no tener nadie en el que depositar ese instante de confidencialidad, alegría o lo que sea; tal vez sea esa la razón por la que se afirma que “un amigo es el mejor tesoro del mundo”.

 Un servidor va ya cuesta abajo; son 85 tacos y una buena cantidad de operaciones los que transporto en la espalda y, lo que son las cosas, no son muchos los amigos con los que cuento en esta última etapa de la vida.

 Además, con la ataxia a cuesta y cada vez más presente. Esta rara enfermedad, consistente en la pérdida de mielina en las extremidades inferiores y, por tanto, el escaso caso que mis pies hacen a las órdenes del cerebro es, para mí, lo peor que me puede ocurrir. 

 Tengo miedo al pequeño paseo que me lleve al refugio de un güisqui, y compartir un rato de fútbol o política o bobada, da lo mismo, con un grupete de amigos que rondan, año arriba o año abajo, la bella cantidad de 60 años de edad.

 A pesar del canguelo, casi todos los días salgo -cayado en mano- al encuentro del Esperanza, cafetería en la que se reúne la panda. Solicito el brebaje, e iniciamos la charla, broma o la seria conversación que consigue que me sienta uno más, o sea, como Pepe, Manolo, Rafa, Ignacio, Moyano, Diego, Julio, etc.

 Cuando las manecillas del reloj se acercan a la fatídica hora de las diez de la noche -tiempo de recogerse- me incorporo y no siento mis piernas, para qué hablar de los pies, acelero el cerebro y le doy las órdenes correspondientes que, de forma dispersa, van llegando a mis extremidades inferiores.

 Todos vivimos en el mismo entorno y se “pelean” por ayudarme. Moyano no habla, abre afablemente su brazo y cobijo mi mano en él. Y marchamos a casa, abro la puerta del portal, entro y me encamino al ascensor. Cuando voy a entrar en él, miro hacia el portal y, tras los cristales de la puerta, lo veo esperando que penetre en él y me cobije en casa.

 No se enfade nadie. Lo digo porque todos: Pepe, Diego, Manolo, Ignacio etc., también lo hacen.

 Benditos sean, vale la pena ejercer de padre de ellos, al tiempo que de amigo.

       ¡Viva la amistad!

 

 

 

 

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