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Remanso de paz


¡Qué sensación tan placentera se experimenta siempre que se siente! Es el sosiego del espíritu. Alcanzarla no tiene precio. Ya manifestó Marco Aurelio: “La tranquilidad perfecta consiste en el buen orden de la mente, en tu propio reino”. Y el mismo Buda dice: “Aquellos libres de resentimiento, con seguridad, encontrarán la paz”. Y es que el resentimiento es nefasto para el que lo alberga porque lo proyecta contra sí mismo y contra los demás, pero es que le crea, por si fuese poco, un sinvivir continuo, una verdadera lucha que no merece la pena. Se hace daño a sí mismo y a cuantos lo rodean.

            El gran Mahatma Gandhi refiere: “La persona que no está en paz consigo misma será una persona en guerra con el mundo entero”.

            Muchos buscan la anhelada paz por caminos que, en muchas ocasiones, los aíslan.

            ¡Qué hermoso sería vivir en un mundo, donde la PAZ fuese la que imperase! Podríamos cerrar los ojos por breves instantes e imaginar cómo sería. La mente tiene ese poder. La satisfacción experimentada sería tal que el hombre pondría todos los medios a su alcance para erradicar el mal de este mundo, por encima de cualquier deseo egoísta. Ni la riqueza ni el poder dan semejante gozo. Solo los necios creen que sí, pero como aventuró Immanuel Kant: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca”.

            Esto es en lo que se refiere a la paz interior. Hay espacios que contribuyen a sentir esa indiscutible sensación. Aquel lugar que visité, y que parecía ser eterno, falsa quimera porque en lo terrenal nada lo es, te transportaba a un oasis de armonía. Los sentidos se diluían por cada rincón de su estancia. Admirablemente decorado, con exquisito gusto, no olvidaba el más mínimo detalle. La música y el arte confluían en tan sublime esfera. El tiempo se detenía y en las caras de sus visitantes podía verse la claridad que da la luz. La tristeza y las preocupaciones no tenían cabida, se detenían con solo cruzar el umbral. Ese era el motivo de querer volver, aún antes de partir, el sosiego del alma era posible conseguirlo y te convertía en mejor persona. Lástima que los necios no lo conozcan.

            ¿Cuántas veces nos sentimos abrumados, tensos, inquietos, privados de calma y sosiego interior? ¿Cuántos momentos oportunos perdemos, cuando estamos conflictuados, apesadumbrados y quejándonos por cosas que, si, realmente, las observáramos desde otra perspectiva, no tendrían tanta importancia como aquel poder que le estamos dando? ¿Y los estados de disfrute, acaso nuestra energía no queda oprimida ante la imposibilidad de fluir naturalmente por todos los canales del cuerpo, cuando experimentamos una gran fatiga o agobio?

 

 

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