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El segmento de plata. Escuchar


     Desde hace mucho tiempo he conseguido valorar la diferencia entre oír y escuchar. La mayoría de las personas lo consideran un sinónimo porque piensan que es lo mismo: utilizar el sentido del oído. Cuando se trata de describir la relación que hay entre el emisor del sonido o voz y el receptor de los mismos, se denomina de forma gradual: estoy oyendo, estoy oyendo con atención, estoy escuchando.

     Nos encontramos en un mundo lleno de sonidos que casi siempre se convierten en ruidos. El ruido no es más que un sonido desagradable al que se intenta no prestar atención. Ya nos hemos acostumbrado al ruido exterior y a veces al interior. Es más no podemos vivir sin el. Nos molesta el sonido del silencio. Llegamos a casa y encendemos automáticamente la televisión; arrancamos el coche y se enciende automáticamente la radio; vamos por la calle con unos auriculares constantemente puestos que nos convierten en sordos de cuanto pasa a nuestro alrededor; vamos conectados al teléfono móvil y, en apariencia, hablando solos como locos. Definitivamente nos pasamos el día entero oyendo.

     La maduración que te da los años te permite mejorar tu capacidad de escucha. Es obvio que escuchando se aprende más que hablando. Con esta actitud se evita la “contraposición de monólogos”. Esa situación en que ambos interlocutores esperan -oyendo, pero sin escuchar- a que el otro respire para largar su propio rollo. Terminan como empezaron. Con sus ideas únicas. Como si fueran políticos.

    Quizás alguno de los dos lleve razón, pero se pierde la oportunidad de aprender después de digerir y asimilar el discurso del otro y de transmitir la respuesta oportuna. No la primera que se te ocurra. En el dialogo con la administración pasa lo mismo. Casi siempre te oyen, pero casi nunca te escuchan. Por eso, cuando encuentras los interlocutores adecuados, lo agradeces sobremanera. ¡Qué decir de alguna reclamación o consulta telefónica con un banco, compañía de seguros o suministradora de servicios! Te ponen un robot a tu servicio al que terminamos mandando a esparragar.

     Termino deseando que consigamos eliminar ruidos, desconectar altavoces, despojarnos de auriculares, apagar televisiones y escuchemos, no oigamos. Esto ayudará a que, finalmente, comencemos a ver al otro, no a mirarle.

 

 

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