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Cuando el bien se encuentra escupido por todos


Únicamente puedes entender el bien como lo que no puede desarrollar nunca algún mal con lo que dices o con lo que haces. Por eso, desde primeras, hay que poner muy claro, clarísimo, lo que es el mal o cualquier mal, o todo lo que conlleva mal en todo lo que alguien dice o en todo lo que alguien hace.

Así que el mal es lo que estorba a cualquier proyección de la racionalidad o del equilibrio en el ser humano. Sí, eso,  el que no genera bien, sino siempre sinrazón y equivocación. El mal (tan esquivo a tener y a admitir una información racional por asumirla) siempre equivale a que se hace un daño (gratuito o remediable) a la vida, al eficaz funcionamiento de la sociedad o a algo esencial (como lo es la Naturaleza).

El mal, ¡bueno!, es no entender las cosas de una forma equilibrada, sino el entenderlas para lucrarse unos poderes o para complacer a unos fanatismos muy sutiles (pues se atribuyen ellos el hacer el bien por cara dura) o para complacer solo a tus propios beneficios.

El mal es, en voluntad, el deseo ni más ni menos del daño, o el no hacer nada (en indiferencia) para evitar el daño, o el no ayudar a los que sí de verdad lo pueden evitar o lo intentan (al menos) evitar.

El mal, en un impacto con el entorno, es el tener y el mantener una vista gorda o una colaboración indirecta o una complicidad (ya sutil o no) con algo que es indecente o terco o abusivo en cualquier acción individual o social.

Sí, el mal es no favorecer a algo que sea útil para algo imprescindible o para algo esencial, como es la vida. El mal es el no colaborar para que se difunda todo racionalmente (y jamás telebasuramente). ¡Por sensatez! Y que se valore que sea… ¡por sensatez!

El mal es el no prestarse uno diariamente a ayudar a lo que sí hace un bien de una manera obvia u objetiva, claro, como es el ayudar a tal persona que sí lo racionaliza todo y sí lo demuestra todo sin equivocaciones, en firmeza y en esfuerzo racional, valiente y sin trampas.

El mal es siempre también el crearte una falsa prioridad (por error o porque no sabes elegir las cosas responsable o correctamente); y, en tal falsa prioridad, atiendes tú antes a algo muy (pero que “muy”) secundario a algo que ya es únicamente lo primordial.

El mal el no querer tú enterarte (porque no aplicas suficientemente un sentido de responsabilidad o de ética) de lo que es cualquier mal. Y así vas tú con una ceguedad o con una renuncia indecente o indignante al bien sin que quieras contraponerte a tanta miseria humana o estupidez o prepotencia o mierda que no puede pasar desapercibida. ¡No!

 

José Repiso Moyano

 

 

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