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Después de la pandemia


El cielo está cubierto de nubes grises, a veces anunciando la descarga de aguaceros que riegan los campos,  las calles y jardines de la ciudad. El agua es bien recibida por ser un bien necesario para la vida, cuando ésta llega sin provocar inundaciones de ríos y arroyos. En el tiempo presente y desde hace ya unos meses, da la impresión que una terrible borrasca cubre completamente el Planeta Tierra y no se aleja; al contrario, sigue provocando constantemente inundaciones de dolor y sufrimiento en miles de criaturas en el mundo entero: ningún continente se libra de esa borrasca en forma de pandemia que se llama COVID-19.

Mucho se ha escrito ya y se sigue escribiendo y hablando en todos los medios de comunicación sobre las consecuencias sanitarias, políticas, sociales y económicas que afecta a cada país; cada uno trata de asumir su realidad, con grandes dosis de incertidumbre, sin saber, a veces, cómo reaccionar y responder para minimizar los efectos desastrosos de este problema. Nuestro país, España, tampoco se libra de padecer las cifras alarmantes de población contagiada y fallecida por este virus; así como las dolorosas consecuencias socio-económicas que arrastra tras de sí esta pandemia.

Los Gobiernos afrontan esta situación como si se tratara de una guerra contra un enemigo común, microscópico, sí, pero que puede ser y es letal. La ciencia trata de buscar ávidamente un remedio que sea capaz de destruir o controlar a este oponente a la vida, a este virus, que no para de avanzar en su invasión del Planeta. Los hospitales se colapsan ante la avalancha de enfermos contagiados en sus diferentes estadios de infección. La escasez de los recursos sanitarios, cuando no se ha podido prever anticipadamente semejante demanda de servicios urgentes, tal vez sea una de las consecuencias de decisiones políticas erradas, adoptadas en años anteriores con los recortes presupuestarios para la Salud Pública. A eso se le suma la serie de medidas económicas y políticas que, ahora, en este punto de la batalla, los gobernantes tratan de aplicar para paliar el desastre productivo en las empresas, el desquiciamiento que trae consigo el desempleo, la pérdida de poder adquisitivo de las familias afectadas y un sinfín de desajustes sociales y económicos. La humanidad demanda soluciones. Soluciones eficaces.

También es cierto que en los momentos de crisis, en las situaciones límites, del comportamiento humano surgen acciones de solidaridad muy importantes que demuestran el poder que tiene una sociedad cuando se une en una lucha común, en este caso, erradicar el virus COVID-19. Los valores de una conciencia humana, solidaria, sobre todo, con las poblaciones más vulnerables de nuestro mundo, no paran de brotar; pueden ser razones de peso para esperar lo que deseamos: un cambio radical en los comportamientos sociales y políticos; al menos es una esperanza que está ahí, a las puertas de otro posible mundo un poco más humano. Es obvio pensar que todo esto puede ser un deseo, una utopía, una ilusión; pero es lo que necesita este mundo de hoy.

Esta borrasca pasará y los efectos de su paso por la Tierra dejarán su huella. Creo que esta experiencia, por muy dolorosa que vaya a ser, debería servir para reflexionar, con honestidad y honradez social y política, y provocar ese cambio tan anhelado por la sociedad. La humanidad está sedienta de paz y justicia, de transparencia y credibilidad, de ética a la hora de gestionar el rumbo de este mundo, país a país, pueblo a pueblo. Los Gobiernos, los partidos políticos, los estamentos sociales y económicos, en definitiva, quienes asuman responsabilidades políticas y humanas, sociales y económicas, deberían aunar todos los esfuerzos para crear una forma diferente de hacer política y de gestionar los recursos de una economía basada en el bien común. ¿Será esto posible? Cuesta creerlo cuando estamos viendo en nuestro país comportamientos irresponsables y de confrontación agresiva en esa gestión, precisamente en el tiempo que se está llevando a cabo esta batalla contra la pandemia. Los partidos políticos transmiten, con su forma de proceder, intereses de grupos de poder enfrentados, en lugar de mostrar una fuerte solidaridad y responsabilidad para salir airosos de esta situación. Pero la respuesta social debería ser también un elemento importante para influir poderosamente en los diferentes niveles de gobierno. Se trataría de reivindicar la aplicación del mismo testimonio que la sociedad ha mostrado durante estos momentos de nuestra historia, asumiendo cada uno, desde nuestras casas en el confinamiento y en la aplicación de las medidas sanitarias, la responsabilidad requerida para evitar y controlar los posibles contagios, así como esa respuesta solidaria demostrada dónde y cuándo ha sido necesario darla. También es correcto reconocer la falta de civismo de quienes se comportan irresponsablemente, sin pensar en las consecuencias de su insolidaridad. Lo mismo que ocurre en la política, sucede en la sociedad. Son ejemplos paralelos que también se contagian.

Esa será, pues, la segunda parte de esta batalla: cambiar hábitos de vida en las familias y en la sociedad; que la política sea verazmente y de hecho ejercida como política al servicio de toda la población, pensando en ella y para ella y no en los propios intereses de quienes ostentan poder e influencia o se afanan en poseerlo; que la economía no discrimine a quienes más necesitan, es decir, los que carecen de los recursos imprescindibles para vivir con dignidad; ¡para ello habría que suprimir tantas corrupciones a todos los niveles! Vuelvo a decir: utopía; sí, pero así ha evolucionado la vida y se sigue construyendo la historia de la humanidad.

Hasta aquí, los buenos y anhelados deseos. Ahora queda cómo definir la manera de abordar los diferentes frentes abiertos para volver a lo que, hasta la llegada del coronavirus, era nuestra “normalidad”. Este concepto de “normalidad” merece y necesita una profunda reflexión. ¿Cómo ha sido la forma de vida que hemos llevado? ¿Cuál ha sido y sigue siendo la trayectoria de enfrentamiento soez y despiadado de los partidos políticos a la hora de desarrollar sus responsabilidades parlamentarias? ¿Qué pensar de esa contaminación de la atmósfera, ríos y mares? ¿Cómo se van a corregir esas terribles desigualdades que llevan a la miseria a tantas familias? ¿Cómo se abordará la aceptación de las migraciones humanas sin tanta discriminación? ¿Cómo se dotará de los recursos necesarios a la Sanidad y a la Educación? ¿Cómo se abordarán los problemas del desempleo de miles de trabajadores y del cierre de las pequeñas empresas? ¿Cómo se orientarán después las relaciones internacionales, dentro y fuera de la Unión Europea, ahora tan cuestionadas? Y tantas otras interrogantes que no facilitan la aceptación de esa “normalidad” que posiblemente deseemos ahora, después de sufrir esta dolorosa crisis.

Ahora se hace necesario modificar todo este proceso de vida que hemos llevado. Se trata de definir esa otra humanidad que todos necesitamos para dar sentido a nuestra existencia sin provocar tanto dolor y sufrimiento en el mundo. Se ha demostrado hasta qué punto somos todos los seres humanos vulnerables. ¡Digo todos! Nadie se escapa, por muy poderoso que sea el que piense que esta historia no va con ellos; aunque, lamentablemente, recaiga más sobre los grupos humanos más desfavorecidos y, por lo tanto, más vulnerables. La fragilidad de la vida nos la están demostrando esta y otras crisis que hemos padecido. Y sin caer en el tópico de que “no aprendemos de la historia”, la realidad nos demuestra  que, o cambiamos los esquemas de pensamiento y la forma de vida que hemos llevado hasta ahora, o vendrá otro virus a alimentar y recomenzar otra crisis. Producir ese cambio es el reto de nuestro país y de toda la humanidad, sin engaños ni manipulaciones.

 

                                                        José Olivero Palomeque             

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