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Figuras y figurones.


Tal vez el atrevimiento trascienda mi faceta de articulista vocacional, con pleno sentido porque en ella pongo todo empeño, bordeando la narrativa donde los personajes suelen ser creación del autor. Yo no lo haré; por el contrario, huiré de fantasías, maniqueísmo y subjetivismo disolventes. No conozco a ningún protagonista de los que voy a analizar. Tampoco conocerlos sirviera de plena conciliación entre juicio, aproximación y realidad. Pretendo con la mayor honradez y, alejándome por igual de filias o fobias, desentrañar al individuo —más allá del ropaje o de la ocasión— centrándome siempre en el disfraz que le une, o desune, al ciudadano. Seguramente cometeré errores porque el propio ser, indiferente de quien sea (autor o juzgados), ayuda a ello. Hasta es posible que uno u otros presenten fluctuaciones fenomenológicas que haga complejo acertar sus rasgos.

Desfilarán por este laboratorio peculiar, sui géneris, políticos solos o adosados a quienes conforman un tándem simbólico en el quehacer nacional. Quisiera, a su vez, discriminar conceptos para evitar lecturas ajenas a mis intenciones ecuánimes, generales. Si en alguna ocasión precisara salvedades, delimitaría segundos significados. Figura es metáfora, sin más, que contribuye con cierto desenfado a referirnos a una persona común obviando detalles particulares. A veces, tirando de ironía, e incluso sarcasmo acompañado por altas dosis de espectáculo, suben al Sancho de turno a ese Clavileño enmaderado y guasón. Esta variante, viene definida únicamente por marginales e indolentes. Figurón concita unanimidad plena: ”Persona que le gusta presumir o aparentar ser y tener más de lo que es y más de lo que tiene”.

Sánchez obliga a profundizar los modos del ser sartriano. Desde luego no es un ser en-sí (natural, libre), ni tampoco para-sí (con conocimientos); es el ser para-otro, aquel que puede revelarle lo que es. Su naturaleza, su percepción, quedan adscritos inmanentemente a la falsedad; su sustancia existencial es la mentira. Fuera de ella no hay nada. Alrededor puede vislumbrarse algo, siempre postizo, avieso, porque surge al margen del ser en-sí. Ontológicamente sería un ser absurdo, paradójico, siempre a expensas de juicios sinuosos por presentarse deforme, cuando no amorfo. Uno, amalgamado —con cierto instinto fatalista— a esta sociedad heterogénea, impía, contemplativa, desarrolla querencias perezosas, olvidadizas, cuyo mayor encono es propiciar el “borrón y cuenta nueva”. No lo voy a hacer por principios propios y decoro presunto de mis compatriotas.

Sentadas las bases, ¿quién y qué es Sánchez? Quevedo, su socarronería —incluso hipérbole zumbona, maliciosa— nos muestra, con lirismo o sin él, los aparejos exactos, justos, para detallar su figura quisiera sin estridencia: Sánchez es un hombre a una argucia pegado, un artificio superlativo, acérrimo practicante del timo. Su larga trayectoria arranca con distintivos anexos a la picaresca exaltada literariamente por entonces. Su vida pública, casi inmediata o solapada con el proceso estudiantil, empezó pronto en tiempo y siguiendo su norma natural. Desde muy joven utilizó las armas que la propia naturaleza proveyó y él utilizó ayuno de encomienda. Filtrando y filtrándose continuamente entre exquisitas seducciones tan fingidas como enredadoras e histriónicas, abatía ristras de competidores mientras “concertaba” títulos y amigos ocasionales si le eran vitales.

Aparte episodios previos, de escaso lustre —algunos municipales, representativos y adscritos a ese poso postizo, innato, indeliberado— le interesaban los medios y afiliados al PSOE. Conocida discretamente su indigencia e incapacidad, le quedaba por jugar la baza del retorcimiento mercadotécnico, promocional, donde se sentía cómodo. Persigue el escaparate porque su imagen adulterada, sofisticada, magnifica la nada donde se expone y la convierte en objeto de deseo. Eso fueron para él (escaparates) los innumerables programas de televisión en que participaba con mucha pompa y nulo contenido. Así consiguió sustituir a Rubalcaba en la secretaria general, obligado a dimitir cuando exhibió un talante desaforado, estúpido. Como no puede negársele cierto poder de seducción (dominado siempre por la farsa) encandiló a un alto porcentaje de afiliados con, por desgracia, evidentes carencias de cultura general y política. Luego los olvidó.

De nuevo dueño de la secretaría general, se rodeó de una Ejecutiva afín y fue aclamado césar indiscutible del “sanchismo”. Se inicia la etapa más convulsa y oscurantista desde la muerte de Franco. Ignoro quienes se confabularon (contubernio franquista) para iniciar un proceso jurídico contra el PP por supuesta corrupción. Tras este biombo impúdico surge la moción de censura bien trabajada por un figurón y traicionada, ¿cómo no?, por un PNV adúltero. Nuestro impostor se hace con el poder sostenido por siglas falsarias e interesadas. Unidas Podemos, esquiva la democracia mientras intenta copar cuotas de poder. ERC, pretende interferir en el gobierno de España mientras se dice antiespañola y codicia competencias varias y financiación nacional. Del PNV queda por añadir el deseo insatisfecho de un concierto fiscal mágico que le haga olvidar sus inclinaciones felonas.

Su cabriola perfecta consistió en dar el abrazo del oso a Unidas Podemos y ERC. A los primeros les entregó un poder viciado, cautivo y casquivano. ERC ha conseguido alguna reunión “bilateral”, algunas palabras, compromisos a largo plazo, tipo cambio climático, y probablemente billetes de monopoly. Quien engaña solo es fiel a sí mismo y, aun necio sin competencia, sabe que le quedan cuatro días; por ello no va a permitir a nadie ni una victoria. Él es el más mendaz del país. ¿Alguien zaherirá su egolatría que es el otro ídolo progenitor? No creo que lo permita. Por lo demás, hablar de gestión, de formas, de integridad estética (al menos), de logros en la pandemia y crisis coyuntural o endémico-estructural, sería algo obvio, repetitivo, cansino. Sánchez es un pobre apéndice de Sartre, de Quevedo, merodea el espacio pícaro, siempre presente en la metamorfosis española, y cambia el refranero porque ahora se dirá: ”la mentira tiene las patas largas”.

A Redondo —de empaque inteligente, hábil— en principio, lo veo un consultor “mercenario”, poco fiable. Aquella frase que le emparejaba a Sánchez si caía al barranco, determinó una inscripción funeraria ajena a dicho deseo. Sánchez es quimera, nada, pero él no lo sabe y por tanto nadie puede acompañarlo ni siquiera al barranco épico. A Redondo, Iván, pese a su envoltura no le acompaña un particular sentido común, o sexto sentido, a tenor de algún tropiezo sonoro. El primero e impropio fue aliarse con las emociones humanas siempre generosas, menos cuando hambre y futuro siniestro aparecen en un horizonte repleto de abusos. La comunicación no sacia ningún tipo de apetito y si lo justo abruma las entrañas sociales aparecen insurgencias contra quienes poseen su control. El segundo, infravalorar a sus rivales. Al final, ha resultado un figurón del que el “informado” supone intervenciones brillantes.

 

 

 

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