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Cornejo, el boxeador


Su nombre de combate era Cornejo y no Conejo o Comejo como algunos le decían por confusión o falta de atención al leer su nombre. "Cornejo es un arbusto de madera muy dura. Y tú tienes madera para ser un campeón", le dijo su entrenador de boxeo.

Sus padres habían consentido que fuera al gimnasio, pero no sospechaban que se entrenaba para boxear. Una noche volvió a la hora de acostarse y no de cenar. Se percataron de los hematomas de la cara y le estropearon la alegría del primer combate de verdad, que había ganado como pensaba ganar muchos más.

—Me he dado un golpe... Un pequeño accidente.

—Tienes que gastar cuidado... Iré a ver qué clase de entrenamiento te están dando —dijo su padre.

—Ni hablar, papá. El incidente ha ocurrido fuera del gimnasio.

—¿Te han asaltado en la calle? —preguntó sofocada la madre.

—No, mamá. He resbalado y me he dado contra un banco de esos que están poniendo en las aceras. Eso es todo.

No se atrevió a dar ni mostrar el dinero ganado por el enfrentamiento en el ring.

Como los billetes iban aumentando los dígitos en la cuenta bancaria, Cornejo llego a decir a sus padres que le había tocado la lotería y tuvo que inventar muchas otras excusas para justificar el efecto de los golpes recibidos o las ausencias por viajes para boxear.

Cuando tomaron conciencia de las aficiones y ocupaciones de su hijo, Cornejo era celebrado como campeón nacional; había ganado lo suficiente para rescatar de la pobreza a sus progenitores y darles una vida acomodada.

—¿Por qué nos lo has tenido oculto, por qué? —preguntó su madre.

—Simplemente porque nunca habéis querido que fuese boxeador.

 

 

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