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El Copo. Andalucía afónica


El gran presidente del gobierno de España reunió a sus presidentes territoriales para echar un rato sobre el parné a repartir; uno de ellos, el de Cataluña, se ausentó porque lo suyo es ir por libre para obtener mayor tajada por lo bajini; otro, el de Euskadi, va con la “tropa” y, al otro día, en máxima soledad; Sánchez aguanta lo que le echen porque es sabedor que el Falcon y demás calderilla depende de los votos vampirizados. 

 El resto se cabrea un poquito de cara a la galería, pero no mirando fijamente a los ojos del resto de la muda población que conforma España; y entre ellos, nosotros los andaluces.

 Andalucía es un pueblo afónico. Una corriente de aire secular, de siglos de existencia, ha cercenado su voz: la propia.

 Pobre del pueblo que pierde su palabra, su voz, su decir, su cantar, su utopía. Palabra y utopía van siempre unidas; y si no recitamos la palabra del pueblo, su poesía y su ilusión, aquel -el pueblo- muere.

 Y es que nuestro pueblo vive de la limosna concedida, del palo de golf, del subsidio de desempleo, de la copla española, del toro bravo y de los espetos, de la playa, de tronos y pasos, y de los presupuestos a repartir.

 Y a un pueblo que vive de la limosna se le tapa la boca con facilidad. Es un pueblo mudo y fiel hasta la muerte con sus amos, con los vampiros que viven a su costa, con los domadores que apaciguan su paupérrima inquietud. Y cuando un pueblo asiente en silencio, enferma. El andaluz no grita, sino que asiente; no habla, sino que balbucea. Son los “logopedas” patriarcales los que hablan por él.

 El andaluz tiene patologías en la voz; pero no es por hablar, sino por callar en demasía.

 

 

 

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