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No se puede ser más torpe


Aberración, enseña el DRAE, significa grave error del entendimiento. Cierto que las aberraciones lunáticas —no lunares— del ejecutivo y de cuantos viven a su sombra (básicamente los medios audiovisuales), marcan un récord difícil de superar. Sin embargo, y como de pasada, políticos adscritos a la caverna (o no necesariamente) transitan por veredas tan extravagantes y necias como las conjeturadas. Pese a ello, torpezas a nivel personal acaso motiven episodios risibles o carnaza de redes sociales sin más. Consideraría innecesario, pero si refrescante, señalar alguna de tantas barbaridades dichas por personas a priori con basamento cultural, pero de grosero proceder dialéctico. Es injusto centrar las manifestaciones burdas, en una u otras siglas, sesgando incluso gravedad o efectos denigratorios.

Cuando algún miembro de la izquierda radical, totalitaria, ofrece datos que reflejan bondades favorables o carencias del rival, suelen escudarse en latiguillos teóricamente sólidos: “No lo digo yo, lo dice…”. Jugando al paralelismo, puedo afirmar que el PSOE es el partido manipulador por excelencia. No lo digo yo, lo dice la Historia de los siglos XX y XXI. A partir del segundo decenio del primero, dicho partido abandonó su insustancialidad política para desempeñar un papel algo más relevante. Ya, por entonces (aun con menos necesidad que ahora, ayuno de praxis doctrinal) se decía neto defensor del “proletario y feminista”. No obstante, colaboró con la dictadura primorriverista para perseguir a los cenetistas y se opuso al voto femenino por ser hipotéticamente favorable al catolicismo y a la derecha. A poco, su demagogia acabaría en Guerra Civil.

Salvo excepciones, los líderes políticos y sindicales codiciaban el poder en exclusiva. Tras la guerra estuvo desaparecido dejando al PCE exiliado organizar las asociaciones vecinales.  Fueron invadidas, al principio de la Transición, una vez conseguido el poder tras aquel curioso (puede que patético) Golpe de Estado. Presto al autobombo ético e intelectual, reubica al adversario en laberintos demoníacos, casi patibularios. Mientras, manipula la democracia con alegatos paradójicos, de mal pagador; o sea, “entre dicho y hecho hay largo trecho”. No existe maniobra más ignominiosa que criminalizar a rivales que mantienen intacta una mínima posibilidad de alternancia en el poder. Quien pretenda obstaculizar, impedir, un cambio censor, estable y consistente, arremete contra la convivencia pacífica, el bienestar común y transgrede los principios democráticos.

Sobre definición o concepción política hay diferentes versiones sin que ninguna se ajuste a la actividad habitual. Hablan de arte, voluntad, servicio y otros rasgos que son meros cánticos de sirena para gentes ingenuas o escasas de criterio. “No hay peor ciego que quien no quiere ver” es uno de tantos refranes surgidos de la usanza popular. Su precisión escapa a interpretaciones o comentarios utilitarios; es de una veracidad plena, definitiva. Solo un país previamente amaestrado —con sistema educativo que genera mediocridad— consiente una democracia sucia, apestosa. Tanto, que resulta imposible equipararla a cualquier otra de nuestro entorno, aunque alguna tampoco lidere el trofeo de calidad. Congruentes con el supuesto, políticos enyugados al pueblo (o viceversa) han elegido vías indecorosas desde los primeros pasos. Cada vez hay más hipocresía y repugnancia.

Las prospecciones rigurosas sobre intención de voto dicen que los españoles estamos hartos del gobierno social-comunista, vendedor de humo y agente de miseria. El equipo apéndice demuestra día a día una incompetencia difícil de superar, ya por estupideces (que turban y, al mismo tiempo, conmueven), ya por propuestas quiméricas, irreales. Sánchez, el patrón, diseña diversos planes para eternizarse en La Moncloa soñando una autocracia sui géneris, quizás no ilusoria sino demencial. Esparce semillas con el objetivo de que en dos años den el fruto que ahora mismo parece negársele. Podemos, ERC y PNV —de momento, porque todos ofrecen opinión inestable— son apoyos imprescindibles, pero onerosos dentro y fuera. Asimismo, episodios de PP contra Vox, que la prensa tácita aplaude sin cesar, tienen un claro beneficiario amén de múltiples damnificados.

El PSOE (sanchismo), en el congreso de octubre, estudia presentar una ponencia marco con algunos curiosos presupuestos. Por ejemplo: “democratizar la carrera judicial”; o sea, dejarla huérfana de toda independencia y someterla a sus dogmas. El capítulo Regeneración Democrática, Justicia, Memoria Democrática y España Constitucional lleva como debate sustantivo laicidad y democracia. Cuando el marxismo habla de democracia con tanta insistencia, echémonos a temblar: quieren la dictadura envuelta en papel atractivo. Para no asustar al personal, llama ahora “Estado multinivel” lo que antes era “Estado federal”, ambos asimétricos en Cataluña. Sánchez, insignificante en Europa y EEUU, no necesita aduladores políticos y mediáticos nativos; él mismo cincela su particularidad: “Me defino a mí mismo un político que cumple. Desafortunadamente, la oposición solo grita”. No finjas, ocultas cínicamente el rasgo que te define: desfachatez.

Este gobierno social-comunista que nos lleva al desastre asienta sus logros en la mentira, el escaparate propagandístico y la imagen. ¿Algún éxito particular en gestión sanitaria, pandémica? ¿Y apoyos internacionales tras arrojarnos Marruecos migrantes sin control? ¿Acaso se despacha con visible eficacia el problema económico estructural agigantado por el Covid? ¿Es quizás un acierto la política institucional y de convivencia que el gobierno, afanoso, incansable, viene proponiendo? No, en ningún caso. Eso sí, hace titánicos esfuerzos por cerrar acuerdos con partidos rotundamente constitucionales: PSC, Unidas Podemos, ERC, PNV, Bildu y otros mínimos. Todo lo demás sería pedir peras al olmo. ¿Alguien se extraña que coloque al PSC (Partido de los Socialistas de Cataluña) en el elenco constitucional? Analicen con precisión su trayectoria durante cuarenta años.

Considero innecesaria una exposición, siquiera somera, de manifestaciones y hechos lamentables que Sánchez ha esparcido en tiempo y espacio. La última, comprar al PNV la existencia del lehendakari y obviar la inexistencia del presidente catalán en la Conferencia de Presidentes para reunirse posteriormente de forma bilateral. Antes o después habrá una insurrección general porque el “negarse” al enaltecimiento de Sánchez aporta notables réditos crematísticos. Un epílogo notorio sería: hay que echar con urgencia a Sánchez y cohorte. Tal medida exige, al menos, la confluencia de PP y Vox. Desde la moción de censura, presentada por Vox, el PP no para de hacer cabriolas y decir sandeces contra Vox, a favor del sanchismo; es decir, de que España caiga al barranco. Vinculados a cruzadas similares a las de la izquierda (más con el sanchismo), el PP es cómplice del escenario actual. He leído, y estoy de acuerdo: “Casado no puede ser presidente, no reúne condiciones para ello”. Le pregunto a él y a su círculo asesor con respecto a Vox: “¿Se puede ser más torpe?” Observad a quién cuida y con quién pacta Sánchez, mentecatos; lanzad vuestros complejos fuera y aprended de Ayuso.

 

 

 

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