Excavar en aquel monte y descubrir las ruinas de un próstilo fue, en principio, un verdadero acontecimiento. Quiso celebrarlo con los amigos, pero alguien le dijo que pregonar o declarar el hallazgo supondría poner aquella tierra a disposición de la administración que, posiblemente, expropiaría.
—Pero si no lo declaras, las consecuencias pueden ser peores —le advirtieron también.
Devino de un hombre tranquilo, estudioso, arqueólogo aficionado a persona marcada, agobiada, apesadumbrada por la carga de un dilema.
Optó, al fin, por declarar su descubrimiento, alegándose que podría ser una contribución a la cultura, a la arqueología, a la historia.
La administración, local, regional, estatal, “no estaba en aquellos tiempos por la labor de invertir en zarandajas culturales. Había crisis y pronto tendrían que centrar esfuerzos en las elecciones. Paciencia en la espera de tiempos mejores”, le dijeron.
Por su cuenta y riesgo ha reconstruido el templo griego y ha invertido dinero y tiempo en convertirlo en atracción turística,
El Ayuntamiento de la localidad está interesado en promocionar la visita al lugar de la reconstrucción, anima la promoción de bares y restaurantes y elogia el esfuerzo realizado como un modo de contribuir a la prosperidad de la zona.
Antonio García Velasco
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