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El Copo. La niña y la poesía


Alguien llora en una esquina. Se aburre. Todo es igual, machaconamente igual.

La que llora es una niña. La Universidad sigue encerrada en sí misma. Por las escalinatas de las Diputaciones suben los que buscan la publicación de sus fatuos escritos. En las puertas de los Ayuntamientos hay guardias con pistolas que controlan el paso a las “casas del pueblo”. En la mejilla izquierda de la niña ha petrificado una lágrima. Su rostro ha cambiado. La niña ha perdido la infancia.

Un beso lanzado al aire busca unos labios con ansiedad. Los poetas han dejado de crear, solamente repiten la plana. España, en su conjunto, pasa de todo. La niña extiende la mano. No hay tan siquiera un samaritano. Los fieles infieles celebran sus liturgias. No llueve. No hay amor. La inteligencia se vende al mejor postor. La felicidad es el confort.

Todos se miran de reojo. Nadie se fía del otro. El nuevo orden mundial está triunfando. Lo siento, yo tengo mis problemas. La niña de la lágrima petrificada tiene frío. La intelectualidad duerme; la ciudad con ella. La niña, no. Tiene los ojos muy abiertos. Lo capta todo; desde la otra esquina le siseo un poema revolucionario.

La tela de araña nos cubre. Somos cómplices del sistema del desamor. Nos interesa más una norma que un beso, un perrito caliente que un pan con aceite de oliva, un halago que una crítica, un euro que Dios, un yo que un nosotros, un polvo que la construcción del amor, una pistola que la libertad.

Queremos orden, mucho orden, más orden. La niña ¿qué mira? ¿qué busca? ¿qué quiere?

He cerrado la puerta de la vanidad. No deseo transitar por la plaza donde sigue incombustible la hoguera de las vanidades. Quiero ser yo.

¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal? ¿Qué te ocurre? ¿No sales?

Ha sonado un silbato. Otro. La niña de la lágrima petrificada ha sido retirada de la esquina, pero sigue con la mano extendida.

La poesía es la niña, y el poema su lágrima. La quieren retirar. No interesa.

¿Cómo eran los ojos de la niña? Responde tú, filólogo, que pasaste mil veces por la esquina donde estaba la niña de la lágrima petrificada, y nunca detuviste tu paso, responde tú.

Yo me quedo con su mano, seguro que su roce me hace más humano.

 

 

 

 

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