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Humo, atropello y necedad


Humo es vocablo de larga tradición y empleo. Ignoro si su primer servicio contribuyó a conservar ciertos alimentos o a enviar señales codificadas a largas distancias. Ambos casos, cumplidos miles de años, fueron auxilio infinito al hombre en coyunturas agresivas, penosas, duras. Después, su historia fue transcurriendo sin pena ni gloria, con tibia indiferencia e incluso desdén. Puede que en el Medievo y siglos posteriores constituyera reseña bruja o metáfora criminal de la Santa Inquisición cristalizadas en piras arbitrarias, vindicativas e inhumanas. Los tiempos fueron gestando novedosas inercias que introdujeron, al compás de estilos sociales desinhibidos, conductas alegres, libidinosas. Ciertos sectores envolvían sus cuerpos, tal vez sus mentes, con el humo del cigarro que cegaba sus ojos e iba quemando —además de sus vidas— la angustia vital prohijada por un existencialismo sin respuesta. Tuvo gran protagonismo evasivo-lírico-musical durante todo el siglo XX.

Poco a poco fue perdiendo romanticismo y hoy persevera como cimiento, peana, de refranes o biombo sutil de políticos ruines, pérfidos, pragmáticos, con escasos rudimentos liberales. Curiosamente, la transparencia “se vende” más y mejor cuando el oscurantismo se adueña del entorno. A mayor gloria, y sin conocer qué motivos lo respaldan, no suelen pagar peaje electoral, por supuesto jurídico. Surge un círculo vicioso perverso cuando la sociedad pretende corregir menoscabos notables en el proceso de arraigo democrático. Nadie es culpable único, pero si agente medular loable o mezquino. Cualquier sistema democrático mide su salud y vigor a través del arbitraje ciudadano; es decir, del compromiso riguroso que asuman sus integrantes mayoritarios: los representados. Echar culpas exclusivamente a quienes nos gobiernan, además de pretexto inmoral, conforma la manera artera, innoble, de justificar nuestra negligencia.

Sánchez —lo más seguro jaleado por su jefe de gabinete—  se convierte en experto fogonero. Adalid del recoveco, aviva humaredas que enturbian o desvían el centro de atención cuya querencia e interés general pueda ocasionarle contratiempos. Aparte distintos señuelos, crea carnaza concreta, específica para ingenuos o dogmáticos atraídos por un populismo ilusorio. Verdad y eficacia aparecen vacilantes en este país que se descuelga a pasos agigantados de toda solidez económica y democrática. No imagino qué ocurriría si el escenario actual lo hubiera ocasionado la derecha. Cabe preguntarse ante, esta incógnita, qué poderosas razones esgrimen unos u otros para inspirar manifestaciones tumultuosas en las izquierdas mientras la derecha transita cabizbaja sin dar señales de mínimo vigor. Sin embargo, esta aprende rápido y empieza a competir por hacerse con un espacio antaño exclusivo.

Escoltado por una selecta artillería mediática, el presidente (cada día más autócrata, endiosado, quizás paranoico) levanta gigantescas humaredas —ya casi inútiles— para tapar incompetencias, dislates e ilegalidades. Su visor está fijo en Madrid y Ayuso, hada madrina popular, se torna pesadilla cruel, incisiva, contra los vaivenes habituales de Sánchez. Ahora le ha vuelto a ganar el pulso con las medidas cautelarísimas de la Audiencia Nacional. El PP, en su conjunto, le sirve de tiro al blanco para aligerarse de hechos calamitosos o poco dignos y que este legítima aceptando frecuentemente las acusaciones ante un sonoro, escandaloso, silencio culpable o cobarde. Aparte, el gobierno actúa sin programas ni principios, a salto de mata, por instinto; desnuda un “santo” para tapar otro mientras ofrece un marco decadente, irrisorio. España dibuja cierta analogía con una Gioconda oscura, desvaída, cadavérica.

ERC ha pasado al cobro el viejo libramiento otorgado por Sánchez cuando la moción de censura descabalgó a un Rajoy medroso, lívido, padre de desdenes infames. El presidente se ha puesto enseguida en posición de firmes engrasando la propagandista y espuria maquinaria político-mediática recreando algunos vocablos vanos: “concordia”, “interés nacional”, “diálogo”, “magnanimidad”. Junqueras, auténtico líder, sigue la farsa escribiendo una carta trucada anunciándose fiel constitucionalista y aceptando el indulto que ayer repelía. Amnistía o nada, intimidaba fiero. ERC se ha equivocado al presionar a Sánchez en el peor momento. Las primarias andaluzas, el desastre electoral que se viene anunciando, las continuas derrotas electorales y jurídicas contra Ayuso, el setenta por ciento (incluyendo un alto porcentaje de votantes socialistas) de españoles contrarios y los fondos europeos lejos, proclaman lo inadecuado del momento.

Las reflexiones de Laura Borrás referentes a distintos (quizás opuestos) análisis y estrategias entre ERC y JxCat sobre el enfoque independentista, los dicterios entrambos para erguirse con el purismo independentista, hace imposible cualquier convivencia o diálogo. Sánchez se encuentra prisionero básicamente de su ignominia, pero también aparece distante, encadenado al lance elitista, de poder, desatado en Cataluña. Constituye una contienda de amor/odio fraternal cuyo resultado es incierto. Emergen tenues, o no tanto, imputaciones de traición que aportan perspectivas rupturistas a corto plazo. Cualquier cesión económica o competencial, ahí estriba el fondo del “conflicto”, implicaría un atropello a los derechos humanos —exigidos por la Laura, así con el artículo usual— de ambas Castillas, Extremadura, Andalucía o Murcia, verbigracia, en desamparo ancestral. El PSC, presunto intermediario constitucional, queda en tierra de nadie, intrascendente; portavoz entusiasta de la nada existencialista.

Decía lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. En concordancia, si “la ignorancia es muy atrevida” la ignorancia supina es temeraria, suicida. Padecemos un gobierno de indocumentados, narcisistas, arrogantes, cuya indigencia moral les lleva a acometer tropelías sin límite. Muchas son evidentes y la gran mayoría presuntas. Confundir el país con su patrimonio personal y a los ciudadanos con vecinos estúpidos fomenta un comportamiento irregular, cuando no delictivo. Me pregunto qué razón les lleva a cometer acciones recusadas en cualquier democracia, por endeble que sea. Sin enterarnos cómo, el bipartidismo ha corrompido el sistema dejándonos un escenario deprimente donde la impunidad reina sin freno ni límites. Jesús Laínz aseguraba días atrás que los izquierdistas de la Segunda República eran los mayores ladrones de la Historia de España. ¿Está seguro de su aserto o necesita perfilar algún reajuste?

Pese a la creencia errónea de que hoy la juventud está más preparada que nunca, maduremos lo dicho por alguien conocedor de las interioridades educativas: “Gracias a la instrucción hay menos analfabetos y más imbéciles”. Su secuela anima a Rafael Mayoral —creador de una cooperativa presuntamente “dopada”— a “correr a gorrazos” al gobernador del Banco de España por rechazar las tesis podemitas del SMI. Sánchez, más osado en su necedad, reclama desde Argentina a los españoles comprensión y magnanimidad mientras él prepara un cambio constitucional favorable a Cataluña. Llamarlo cínico e impresentable no constituiría delito de injurias sino expresión ecuánime, procedente, de definiciones intrínsecas y atributos evidentes.

 

 

 

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