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La buena noticia. Los “vacunaos”


    A lo largo de nuestras vidas no habíamos sentido una sensación de libertad semejante. Por primera vez en muchos meses nuestras familias nos han dejado disfrutar del “recreo”. El grupo de “puretas” que nos hicimos amigos a finales de los cincuenta, aquellos que nos reuníamos los primeros viernes de cada mes para comer juntos y disfrutar de un largo almuerzo lleno de emotividad, alegría y recuerdos, volvíamos a los buenos tiempos.

   Desde el mes de febrero del pasado año bisiesto-siniestro veíamos pasar cada primer viernes de mes con añoranza. El teléfono y el Whastapp nos mantenían en un contacto esperanzado, precursor de la llegada del día feliz en el que nos volviéramos a encontrar (con la distancia reglamentaria).

   Este último viernes nuestro sueño se ha hecho realidad. Para una decena de nosotros la llegada al lugar de encuentro no significó un esfuerzo excesivo. El autobús o el cercano parking nos permitieron acercarnos al club de playa donde nos reunimos. Sin embargo para uno de nosotros –Cayetano- el viaje fue de más de 3000 kilómetros desde Tenerife.

   Lo de menos importancia fue lo que comimos; mucho y bueno. Ni lo que bebimos; moderadamente suficiente. Lo verdaderamente relevante es el sentimiento de gratitud hacia aquella Virgen que nos congregó a su alrededor en aquellos años cincuenta en que nos conocimos. Esa Madre que nos había cuidado a todos y cada uno de nosotros a lo largo de la pandemia. De hecho, uno de los contertulios nos regaló una camiseta conmemorativa que recoge los nombres de cada uno de nosotros, así como el logo de aquella congregación mariana que nos enseñó a ser personas de fe.

    ¡Qué maravilla de encuentro! Cuatro horas sin hablar de política en absoluto. Ni de enfermedades. Tan solo plena de agradecimiento a esos pinchacitos de vacuna que nos habían casi reintegrado a la vida normal. ¡Que poco necesitamos para ser felices!

    Este gran paso para nuestra pequeña comunidad llena de sentido la buena noticia de hoy. Ese largo almuerzo, asomados al puerto malagueño, junto a nuestra vieja farola, viendo aquel espacio en el que aprendimos a remar en yola en el Club Mediterráneo, figurará para siempre en la memoria de esos once chavales de setenta y tantos años. La buena noticia de hoy es que esta generación que nacimos en la posguerra hemos superado la batalla contra el bicho. Lo que nos hace muy felices.

 

 

 

 

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