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Huida hacia adelante no, descalabro


Quien no quiere reconocer (acaso rectificar) errores del pasado, solo le queda una salida útil para sortear la coyuntura y esperar tiempos o escenarios mejores: huir hacia adelante. Practicar un don Tancredo cuando las crisis embisten a cualquier sociedad harta, supone el primer rictus, la mueca diáfana, de una muerte anunciada. Huir —estrategia siempre aventurada porque quedamos errantes, dispersos— no previene ningún resultado o meta satisfactoria, pero abre cierta perspectiva que otra opción negaría rotundamente. El gobierno socialcomunista, sanchismo adverso, ha llegado a su fin; no solo en inoperancia absoluta sino en incapacidad para ilusionar. Ha quemado todos sus presupuestos sin ni siquiera avistar nada que pudiera merecer alguna glosa amable, al menos misericordiosa. Justo es considerarlo el peor gobierno… ¿democrático?

Pudiera urdirse que el interrogante final del párrafo anterior fuera algo excesivo, malintencionado o nihilista. Desmiento cualquier supuesto que se me quiera atribuir porque mis intenciones divergen de todo apriorismo. Quizás el yerro sea exógeno, ajeno a mente y voluntad propias. Abusar con detraimiento del lenguaje lleva aparejados múltiples desavenencias entre significado y significante. Los políticos, sin apenas excepción, han conseguido pervertir la semántica en su beneficio. Se habla, verbigracia, de fiesta democrática (cuando votamos) por el simple hecho de introducir una papeleta en la urna. Contraponen forma y esencia traicionando el sistema, transfiriéndolo desde sus cimientos a farsa inmunda. Cambiar de rumbo es complejo por la falta de mentores intelectuales y exceso de fanatismo social. No obstante, necesitamos reedificar un Reformismo liberal, tipo siglo veinte, tras el naufragio de Ciudadanos.

Ver a Ayuso el otro día cerca de Vargas Llosa (¡qué gran consejero de cultura!) supuso condensar un prototipo, ignoro si alegórico o esperanzador. La presidenta, creo que inconsciente pero llena de principios firmes, ha demostrado servir al pueblo con ahínco, fidelidad y rectitud, galardones que pocos políticos —ahora prácticamente ninguno— pueden ofrecer sin disfrazarse con ropajes engañosos. Percibí un ideal precursor, débil, iniciario, pero intrigante. Tal vez Madrid, España y el mundo entero, haya descubierto esa amalgama venturosa entre una política y un intelectual pioneros, precursores, capaces de racionalizar deseos extendidos por ciudadanos indefensos. Quiero pensar que a ese dúo magistral se irían uniendo personas con prestigio, solera y deseos de ser útiles. Aledaño, asomaba también Martínez-Almeida, otro personaje imprescindible, hay más, en un necesario desafío reformista. ¿Se atrevería Casado a liderarlo? Creo que no.

Lo hago por citar los clanes que acaparan el voto mayoritario, pero ni el PP de Casado (casadismo si llegara a gobernar) ni el sanchismo todopoderoso son capaces de reconstruir una democracia verdadera, rigurosa, etimológica. Antes bien, los viejos PP y PSOE han ido alimentando un sistema negrero, cleptómano, que asfixia sobre todo al mundo del trabajo. ¡Qué decir de quienes quieren sustituir —no desterrar, por mucho que lo propaguen— a la “casta”! Los “genios” del cambio ya van enseñando la patita y su música desafina tanto como su discurso antañón, anclado en clichés y alusiones inverosímiles a falta de argumentos sólidos. Todavía no quieren asimilar que, cerrado hace mucho el crack del veintinueve, el único vestigio repelente que perdura es el totalitarismo marxista. Pese a tanto esfuerzo, hasta la socialdemocracia se desvanece en Europa.

Sánchez —sus ministros y asesores que constituyen una camarilla nada desdeñable por aquella copla imperecedera “la bien pagá”, nada más— al final concede una verdad conocida por todos: es un chapucero inútil. Durante tres años fue sacando conejos excesivamente repetidos, sin inventario, de una chistera traslúcida. Madrid dejó claro que terminó las existencias, incluyendo repuestos. La exhumación de Franco le permitió entretener algunos días a sus correligionarios menos exigentes. Hubo mucho ruido, pocas nueces y al final no quedó ni eco. Supo reprimir, dolido su ego, el sorprendente fracaso de la Memoria Democrática sin germinación posible, resembrada por segunda vez en terreno infecundo, yermo. Dejaciones vergonzosas durante la pandemia, inconveniencias toleradas, patrañas infinitas, anuncio permanente de dinero europeo (fiado a largo plazo), negativa absoluta de responsabilidades, etc. le llevó al sorpasso de Mas Madrid.

Nula cualquier solución inmediata, sin solvencia patria y escasa exógena, visto el descalabro nacional, causa del suyo propio confirmado en las elecciones del 4-M, Sánchez se inquieta, se extravía, delira. Sabe que el poder hace siervos, pero su pérdida los vuelve disidentes peligrosos, que a poco —de forma brusca— logran su irrelevancia. Ante esta coyuntura, solo faltaría que Susana Díaz ganara las primarias andaluzas. Cierto, Sánchez ha sorteado momentos difíciles y siempre supo encontrar una salida airosa. Ahora su rival es imbatible: el tiempo. Años atrás, cuando perdió la secretaría general, era un seductor desconocido. Le fue sencillo convencer a los afiliados con cánticos de sirena, demagógicos, ajenos a cualquier compromiso. Ahora, militantes y ciudadanos, conocen sus andanzas, su vacuidad, engreimiento y egolatría. Adiós.

Ve, impotente, desvanecerse esa construcción palaciega conquistada a base de farsa e histrionismo continuo. Estoy convencido de que ni él se lo cree. Desde luego su peaje resulta excesivamente caro para Europa, España y los españoles. Tras purgar a rivales más o menos válidos, se ha rodeado de individuos que lo abandonarán enseguida porque integran no una coalición aparente sino una simbiosis fértil. Son estómagos agradecidos sin pies ni cabeza. Sus apoyos financieros, esos que le llevan a promover cambios sociales y alimentarios para evitar la “contaminación medioambiental”, lo dejarán (no solo los lunes) al sol ardiente, inhóspito, cuando huelan el próximo cambio. Tendrá suerte, pese a todo, de abrir alguna puerta giratoria o pertenecer al Consejo de Estado como expresidente, si es que estos momios no se lograra terminarlos más pronto que tarde.

Este “lumbrera”, digo, dejará un país descalabrado. Mísero desde el punto de vista económico, injusto por fiscalidad confiscatoria (un trabajador reduce en impuestos el cuarenta por ciento, al menos, de su salario), convulso institucionalmente, rota la institución familiar y desmoralizada la sociedad. Incapaz de ofrecer soluciones inmediatas, se inventa el Plan 2050 para ver si cuela como adormidera. Alguna referencia tengo al respecto, porque no pienso leerlo; significaría legitimar el cinismo ahora oracular de tan siniestro —nunca mejor dicho— personaje. Aparte retorcerse de risa, sospechar que este señor pueda resolver algo, con treinta años de antelación, parece osado si no psicótico. Cuando falsean soluciones se acude a la originalidad estúpida. ¿Se acuerdan de la “Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”? Este, nos endilga una fábula con espoleta de retardo. Por cierto, ¿por qué la nueva ley antifraude impide que los bancos en paraísos fiscales identifiquen a sus clientes? Seguro que hay alguna “buena” razón.

 

 

 

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