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Muy bien y muy valiente


Este epígrafe me lo facilitó Bisbal que, en la Voz Kids, dijo a un niño tras presentarse cantando una saeta de modo espectacular: “muy bien y muy valiente”. Tal percepción, extraordinaria, casi inverosímil, debieron sentirla miles de madrileños pese a tener una presidenta fuera de guion y empatía, según propagaba con incontinencia un gobierno avieso, plagado de intenciones políticamente homicidas. A veces, salirse del rasgo orquestado, ese que alguien perfila cuando quiere auparse al poder proscrito por medios democráticos, entraña poseerlo sin pagar excesivos cánones o gravosas servidumbres. El niño protagonista de la primicia cometió la temeridad de interpretar algo insólito, vulneró los procedimientos normales, consensuados tácitamente, pero (a la postre y mientras no haya técnica más exacta o justa) solo cuenta el individuo en su valor intrínseco.

Ahora, con la serenidad de ánimo que retorna cuando los acontecimientos se alejan y el tiempo calma tanta dentellada visceral, es ocasión de reconocer aciertos y errores. Días después del increíble resultado electoral, todavía quedaban osados y acerbos ardores en políticos incapaces de comprender una derrota propiciada por ellos mismos. Arrogantes, altivas, las izquierdas no quisieron aceptar el bofetón social, zaherían a los madrileños (llevaban meses arruinando sus vidas al hostigar a Ayuso) y mostraban arrogancia dejando al descubierto tics totalitarios. Acompasados, les acompaña la sacudida fanática, belicosa, grosera, de unos medios que no me atrevo a calificar. ¿Alguien con sentido común, aun en semilla, piensa subsanar el camino iniciado? Luego se inquirirán ahítos de hegemonía bufa, insustancial, si los resultados pueden ser extrapolables. Sí, sin duda.

Ayuso resultó ser una política con principios inalterables, tenaz y flexible. Puede doblarse, someterse en apariencia a presiones rabiosas e inequívocas, pero es difícil quebrarla. Formar o forjar opiniones sobre personas es un escollo indiferente a su conocimiento privativo, pues —a veces— la intuición que se sustenta sobre datos inmateriales, próximos al espectro, supera cualquier examen sensorial. Es probable errar en ambos casos sin que haya preeminencia cierta de uno u otro. Quien la escudriña con cercanía, al menos por el santo y seña, ya dio su dictamen aplastante. A mí como opinador, si se quiere analista, solo me cabe añadir amén. Este debiera ser el epílogo de cualquier ser inteligente o pragmático, distintivos huidizos en la vasta clase política patria. Luchar contracorriente frustra muchas esperanzas y dilapida no pocas energías.

Sánchez, su oráculo áulico con mayor probabilidad, diseñó la campaña de acoso y derribo orquestada sobre la presidenta madrileña. Pandemia y crisis económica aconsejaban hacer mutis, pasar desapercibido, hasta el amaine aventado por aquel dicho popular, incuestionable: “no hay mal que cien años dure”. Pensaba que, si además le negaba el pan y la sal, lograría crear una atmósfera contraria, oportuna, para cobrar la Comunidad ante el presunto, acariciado, descalabro electoral. Sin embargo, con buen criterio, Ayuso supo conciliar una lucha —difícil en Madrid— contra el virus y otra peliaguda, boicoteada por medios y gobierno, que redujera la postración de los hosteleros. Ni deslealtades ni presuntas traiciones, gestadas a espaldas y con alevosía, minaron un ápice del férreo coraje acrecido, asimismo, por esa convicción plena de utilidad a su pueblo. 

Frente a lo excelso y a la valentía como motor —equidistante, simétrico— se encuentra el contrasentido: lo ineficaz y la cobardía. Teniendo todo a su servicio, BOE, dinero, medios mercantilizados, comunicadores serviles, fuerza legítima y mayoría legislativa usurera, Sánchez divulga únicamente retórica postiza. Acompañado de una banda genuflexa, indocumentada para evitar el contraste llamativo e importuno, no recuerdo acción legislativa, funcional, utilitaria, que le vanaglorie durante los tres años de gobierno. A primeros de marzo Newtral, que no parece “fascista”, publicó una información de Carmen Calvo con el siguiente texto: “Creo que somos un gobierno que en cuarenta y dos años de democracia saca adelante más leyes que ningún otro en un año”. Aparte de una redacción mejorable, dicho medio declaraba falso el mensaje.

La señora Calvo lanza fuegos de artificio cuando emite cualquier estupidez; por cierto, escenario bastante frecuente en ella. Hagamos una ronda abreviada. En dos mil veinte se aprobaron cincuenta y dos leyes, doce ordinarias y cuarenta decretos leyes. En dos mil quince, se aprobaron sesenta ordinarias y veinte decretos. En dos mil siete, sesenta y tres ordinarias y doce decretos. En dos mil tres, sesenta y siete ordinarias y ocho decretos. Felipe González (presidente que menos decretos leyes firmó) aprobó en mil novecientos ochenta y dos cincuenta y tres ordinarias y veintisiete decretos. Mil novecientos ochenta contabilizó setenta y ocho leyes ordinarias y veinte decretos. Los otros dos años de Sánchez no fueron fecundos ni mucho menos. Doña Carmen yerra o engaña porque su gobierno socialcomunista, sin desacuerdo posible, tan solo ocupa el liderazgo en aprobar decretos leyes.

A bote pronto, y salvo reglamentos varios sin recompensa social pero con dividendos electorales, aludo la Ley de Eutanasia, Memoria Democrática (ambas, deduzco, de escasa querencia general), Ley Celáa —muy espinosa— y “Ley Trans” bloqueada por el propio PSOE en bucle cruel, quizás pendenciero. Ninguna se ha consensuado con la oposición y, por tanto, su plácet tuvo plena orfandad reluctante. España, con Sánchez, conforma un escaparate virtual; no hay nada, aunque aparezca atractivo, apetecible, seductor. Cualquiera que recorra la información audiovisual con juicio somero, tendrá sensación de vivir en jauja, alejados de coyunturas tragicómicas, intransitables. Admitirán dificultades específicas, siempre con la prevención de un gobierno que tiene preparados diferentes proyectos para salvar todo tipo de contingencias. Si acaso, el éxito sería impedido por “deslealtad y acoso de las Comunidades Autónomas”.

Atónito, acongojado (desprovisto de delicadeza eufemística, acojonado), me dejaron las declaraciones de Sánchez ante la avalancha invasora en la playa del Tarajal. Dijo: “defenderé con firmeza la integridad territorial de España con los medios que sean necesarios”. Me intranquilizó tanta contundencia fiera —adviertan una gran carga irónica—pero Marruecos, que ya conoce como se las gasta el presidente con Cataluña, no hizo ni caso por lo que decidió pedir la intervención de Europa. Este estrepitoso fiasco no desalienta a quien cree ser el mejor estadista del mundo. Suspende en sanidad, tiene números rojos en la gestión económica, callo (por vergüenza) en el tema institucional y echa culpas, por carecer de sentido de Estado, a una oposición bastante maleable. ¡Sánchez! (no mereces deferencia alguna), es tu gobierno quien no tiene sentido de Estado desde el minuto cero; conformáis una cuadrilla de intereses. ¿Queréis más argumentos por los que a Ayuso pueda otorgársele ese distintivo de “muy bien y muy valiente”?

 

 

 

 

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