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La buena noticia. Niños en los templos


    Los que acostumbramos a asistir a la misa dominical nos encontramos con la presencia de cientos de niños de alrededor de nueve años, que siguen con atención la misma acompañados por sus padres. El celebrante se esmera en hacerles la celebración más sencilla y adecuada a su edad. Lo cual nos viene muy bien a todos los demás. Hay que hacerse como niños para acercarse al Evangelio.

    La Primera Comunión, además de su profundo sentido cristiano, se ha convertido en un acto social al que casi ninguna familia quiere renunciar. Una especie de mini-boda (por los gastos que conlleva) y que hace estrujar los bolsillos de las familias y acompañantes. Es lo que yo denomino como cristianismo sobre ruedas. Vamos al templo en coches especialmente adornados y condicionados para nuestro bautismo, comunión, confirmación, boda y al último y definitivo viaje.

    Los españolitos de a pie no queremos renunciar a ese encuentro familiar alrededor de la celebración de la Primera Comunión. Lo hemos convertido en una tradición a la que no queremos renunciar. Gran parte de los celebrantes y sus familias no vuelven a pisar un templo hasta la celebración de su boda (si no se casan por lo civil u otras alternativas exóticas). Me parece que se pierde unas excelentes ocasiones de profundizar en el cristianismo.

    Mi buena noticia de hoy se basa en las caritas de esos niños (este año tengo un nieto y una nieta) que celebran su Primera Comunión. Sus catequistas y los sacerdotes de su comunidad se han esmerado en formarles en la fe cristiana y en transmitirles los valores del Evangelio. Ellos han aprendido oraciones, han cantado juntos y conocido las verdades de nuestro Credo. Van con ilusión, amor y temblor, pero llenos de esperanza en un mundo maravilloso que se abre en sus vidas.

   El problema surge en la “segunda comunión” y las sucesivas. Se producen muy pocas veces o casi ninguna. Se vuelve al cristianismo en fechas concretas (Navidad o Semana Santa) y a una fe cultural la mayoría de las veces.

    De todas formas el comulgante queda marcado para siempre. Recuerda ese día a lo largo de sus vidas y, si se lo propone, continua cimentando su cristianismo en una formación continua y de encuentro con su comunidad.

    Los padres y abuelos de los creyentes deberíamos insistir en la presencia junto a nosotros de nuestros hijos y nietos en las celebraciones dominicales. Sigo pensando que a los hijos no los educamos… nos imitan. Si ven que tú abandonas las prácticas del cristianismo, ellos hacen lo mismo.  

    Mi buena noticia de hoy la transmiten esos niños felices dentro de sus trajes de ceremonia y acompañados por sus familiares que ven cumplido uno de sus sueños: verlos el día de su Primera Comunión. Personalmente recuerdo diversas etapas. Aquellas de mi infancia, escuchando el disco de Juanito Valderrama y la presencia de neo comulgantes saliendo de los templos y visitando a sus familiares y amigos montados en las capotas de coches de caballos. Las de mis hijos, rodeados de nuestra comunidad y sus compañeros de colegio, muy mentalizados y bastante bien preparados. Las de mis nietos, algunos ya fuera de Málaga; la última, la de Pablo, el pasado otoño en medio de la pandemia y sin ningún tipo de celebración. Las próximas,  ya en este año; celebraremos primero, la de Simón en mayo y después, la de Alejandra en septiembre.  

    Aun me acuerdo con emoción de la mía. Año 1952, Iglesia de San Ildefonso de Jaén. Parece que fue ayer. Conservo mi traje de comunión.

 

 

 

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