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Nunca presento mi libertad de rodillas


Para decir cualquier luz o claridad racional tienes que estar libre de todas las oscuridades que existen, de intereses que solo sirven a unos, de intereses que solo sirven a otros, de excusas (que siempre conllevan cobardía para no afrontar algo), de imparables miedos (al “qué dirán”, al “si molesto o no”, al “si me cierran puertas”, etc) y de desmotivaciones indignas.

Para decir cualquier injusticia, tienes que estar seguro de que no vas a recibir indecentes beneficios por decirla, y tienes además que darte muy bien cuenta (pero racionalmente) de que es una injusticia, y tienes también como prioridad que examinarte en que tus hechos no van siendo sutilmente ya cómplices de alguna injusticia. ¡Eso es!

La libertad así se va poniendo útil para el bien, se va poniendo decente para la dignidad, se va poniendo honrada para mí y para el pueblo, se va poniendo valiente para ayudar a cualquier oprimido o explotado o silenciado o manipulado.

Para entender la importancia de la libertad: Todo bien, uno u otro, solo se defiende o se salva bien con la razón y, además, con la libertad. Tanto una como otra (razón y libertad), como pilares para el mismo bien,  son muy imprescindibles.

La libertad es la esperanza benévola que se ha llamado y es el “basta ya” que se ha llamado. Lo que ocurre es que a veces hay que llamar con gritos, o hay que llamar con decididas y limpias renuncias, o hay que llamar con una misma crítica (sin complejos) para todos pase lo que pase.

Lucha tras lucha, lo que ocurre es que a veces hay que llamar con una intensidad adecuada, y con una altura adecuada, y con una resistencia adecuada: pero... ¡nunca con indiferencia!, ¡nunca con resignación!, ¡nunca con cerrazón!, y ¡nunca incomprensión!

Porque lo que resulte de la libertad ha de ser verdaderamente libre, sin trampas, sin quedar esclavo en alguna irresponsabilidad no resuelta, o en alguna desatención o torpeza no resuelta. Lo que se consiga con la libertad, sí, ha de ser libre, ya sea lo que sea, para nunca beneficiar solo a unos privilegiados, para nunca crear abusos interminables de unos pocos.

Es muy parecida la libertad al amor; pues lo que se consiga con amor siempre ha de ser amor (a no ser que desde un principio sea un amor falso). Por eso, tanto la libertad como el amor guardan una permanencia coherente, una base inalterable para todos sus efectos.

La libertad ha de estar siempre en guardia por mantenerse siempre libertad (siendo fiel a sí misma), para no desnaturalizarse, o para no perder su coherencia totalmente libre. La libertad no solo se crea, sino se protege digna, ¡sin arrodillarse a nada!

 

José Repiso Moyano

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