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Diálogos con mi mar


En silencio, camino por la orilla de mi querido mar Mediterráneo. Hoy está sereno, a pesar de estar cubierto el cielo de inmensos nubarrones grises y negros. Centro mi mirada en un horizonte lejano y recorro con mi vista la serenidad de sus aguas y de sus nubes. En la orilla, tímidos movimientos traen pequeñas olas que besan la húmeda arena, ya mojada por la lluvia que regó las playas con la frescura de sus lágrimas. Camino despacio, dejando las huellas de mis pisadas como testimonio de que allí me encuentro acompañado de mis pensamientos. Una suave brisa me envuelve y acaricia para demostrarme su presencia; son abrazos amorosos cargados de ternura que me regala gratuitamente. Brisa mediterránea, ¡qué hermosa eres! Tus besos inundan mis sentimientos de emoción contenida. No te veo, pero te siento; no eres visible, pero sí perceptible. Dialogas conmigo mostrándome la desnudez de tus secretos, esos misterios que emergen desde tus profundidades oscuras, pero que se iluminan al elevarse por tu superficie acuosa hasta atrapar la atención de los seres que aman la vida con la frescura de tu cuerpo invisible. Eres realidad y misterio a la vez, como la vida misma, pues tú formas parte de esa vida creada para disfrute de quienes abren su corazón a la intimidad de sus sentimientos, frente a este mar de mis sentidos. Así eres y así te quiero, querida brisa. Acompáñame siempre cuando mi alma se muestra sensible a la hermosura de tu presencia junto a este mar que tanto significa para mí. Porque junto a esta inmensidad marina, nunca me siento solo, mi soledad se transforma en compañía y una sonrisa anima las imágenes de mis pensamientos. Gracias, querido mar. Gracias, querida brisa.  

Pasado unos días, me encuentro de nuevo caminando, descalzo y con el dorso al aire, por la orilla de mi entrañable Mediterráneo. El viento sopla de levante, fresco y reconfortante, más bien se trata de una brisa marina que me envuelve para compensar el calor de este sol ardiente de finales de Julio. El mar está rizado y finaliza su recorrido con unas alegres olas adornadas de un festón blanco, semejante a encajes de otros tiempos de felices añoranzas. Mucha gente descansa en la cálida arena para tostarse al sol o sumergen sus cuerpos en la frescura de este mar. Sobre todo me llama la atención la presencia de niños y niñas que juegan en la orilla, con la arena y el mar en un feliz encuentro, algunos de ellos acompañados de sus padres o abuelos. Allí me veo, me siento como si estuviera junto a  mi nieto Alejandro.

Precioso paseo en esta orilla remojada por la refrescante marea mediterránea. Sus aguas acogen mis pies, llenando de gratas sensaciones todo mi cuerpo. Extraordinaria experiencia bajo un cielo azul, limpio y claro, calentado por este sol veraniego que nos regala la vida.

Para hacer una pequeña parada en este entorno, me dirijo al filo de los espigones que se encuentran en este litoral paleño. Allí me detengo y, quieto, me dejo envolver nuevamente por la brisa de levante que agradezco infinitamente. Las olas se encrespan un poco en este lugar y su encuentro con las rocas salpican todo mi cuerpo. El viento y las olas me hablan, me susurran, se comunican conmigo en un diálogo perfecto de intimidades y sueños que animan la vida. Los remolinos que se forman en el ir y venir de las olas entre los recovecos de los espigones conforman una imagen sonora semejante a una sinfonía de las más reconocidas en el mundo musical. En este caso, los instrumentos los aportan la misma naturaleza: agua, viento, olas, rocas, espacios vacíos y canales que entuban las corrientes y los sonidos para componer esa melodía única en este momento de serenidad y sosiego.

Por encima del horizonte, una gaviota se cruza en mi campo de visión. Su vuelo es limpio y sereno, asciende y desciende sin apenas mover sus alas que casi rozan la superficie arrugada del mar. Sus giros son de perfecto equilibrio, desafiando la gravedad con las corrientes de aire que facilitan su suspensión en el vacío. Cierro por un instante los ojos y, envuelto en esta brisa marina, me dejo transportar también en ese vuelo imaginario que me lleva a los confines del mundo, al estilo de Juan Salvador Gaviota. De esta manera, me siento libre de toda atadura, percibo la libertad como algo gratuito que me regala mi existencia; siento mi cuerpo ligero y un mundo de gratas sensaciones invade todo lo que, en este momento, se vincula con mi vida. Mi mente y mi corazón se unen en un amor infinito.

Una vez más retorno a mis paseos por la orilla del Mediterráneo malagueño para disfrutar de mi mundo de sensaciones. La brisa sopla, una vez más, de levante, suave y agradable, envolviéndome en esta atmósfera refrescante. En esta ocasión me he dejado sumergir y abrazar por sus aguas azules, rizadas por la brisa. Nada mejor que abandonarse en este manto de aguas cálidas para sentir la cadencia de sus movimientos.

Ahora, camino por estas arenas oscuras que definen las playas del litoral paleño. Mis pies se hunden en esta superficie mojada, viendo cómo las olas arrastran su líquido elemento para borrar el testimonio de mis huellas selladas en la arena.

Al llegar a la zona de las playas del Deo, observo el puente nuevo que cuelga por el arroyo de Gálica, cuya desembocadura se encuentra justo al cruzar este puente. Ahora, no trae una gota de agua. Es un lecho seco cubierto de una grava formada por millones de cantos rodados. Al cruzar el arroyo, mis pies se hunden en unos montículos de una arena gruesa, inundada por el agua que arrastran las olas. Me detengo en este punto y observo el vaivén de estos remolinos que salpican mi cuerpo. Veo cómo se van acercando, con ese movimiento que no cesa, pequeñas olas, después otras más encrespadas hasta que se hacen presentes otras más grandes. Las veo levantar su cresta como queriendo embestir a todo cuanto se ponga delante de ellas; una detrás de otra. Su remontada deja entrever una cortina de agua semejante a una melena de mujer bien peinada, en este caso de un azul transparente, luminoso y elegante. Cuando ya está muy próxima a la orilla, se derrumba en una explosión de espuma violenta hasta que se deja arrastrar mansamente en la cálida arena y abrazar mis pies desnudos con su manto espumoso, simulando un crespón bordado con encajes blancos. Así, una tras otra. ¡Cuántas sensaciones!

Inmerso en este mar de gratificantes estímulos, continúo mi paseo hasta llegar al puerto deportivo del Candado. En esta última calita, me zambullo en sus aguas para refrescar mi cuerpo y llenarlo, nuevamente, de hermosas sensaciones. A mi regreso, repito estos baños en las aguas mediterráneas, alternándolos con la larga caminata.

Una nueva mañana amanece, esta vez, con el cielo cargado de nubes grises, hasta el punto de amenazar con una lluvia que no llega. Mi paseo de hoy me lleva de nuevo hasta la orilla de mi entrañable mar Mediterráneo, un mar que esconde en sus profundidades las huellas de tantas historias de griegos, romanos, fenicios…

Las nubes grises no quitan al mar su encanto porque, a pesar de ello, los matices de azules, verdes y grises se entremezclan creando una superficie rizada digna de ser inmortalizada como esas historias de los antiguos. Es cierto, el movimiento rítmico de sus aguas crea la imagen de un escenario pletórico en danzas que nunca terminan. Es inagotable. Es la frescura de una mañana que invita a la contemplación.

Camino despacio, sintiendo el contacto de mis pisadas con la arena mojada. El incesante ir y venir de las pequeñas olas que salpican mis pies descalzos se me antojan que son besos amorosos que quieren mostrar su ternura en ese contacto físico. Sensaciones. No lo puedo evitar.

En otros momentos de este caminar marítimo, mis pies se hunden en una arena menos fina, pero delicada, formada por infinidad de pequeños testigos de lo que antaño fueron grandes piedras, tal vez rocas, ahora ya molidas y desmenuzadas por ese movimiento permanente del agua que todo lo puede. Nuevas sensaciones. Tampoco lo puedo evitar.

Cuando la arena se muestra más fina, suave y delicada, las huellas de unos habitantes de estos litorales paleños, gaviotas de diferentes familias, dejan grabada su presencia en esta superficie arenosa. Son formas geométricas que diseñan grandes líneas de seguimiento, a veces lineales y otras desparramadas por doquier; estas playas acogen a estas aves como integrantes de su realidad marinera. Siempre están ahí, regalando imágenes de acrobacia y de elegancia, de fortaleza muscular y de delicadeza corporal. El resplandor de sus plumas blancas y grises contrasta, en esta mañana, con el gris plomizo del cielo.

Sin darme cuenta llego hasta el puerto del Candado, después de haber caminado por diferentes calas de esta bahía malagueña. El viento de levante se muestra agradable y acogedor. Es su brisa marina que, una vez más, acoge todo mi cuerpo, lo abraza, lo envuelve y aparecen nuevas sensaciones que son inevitables. El olor salobre de este entorno mediterráneo aporta un nuevo elemento que se integra en este escenario natural hasta dejarse percibir por todos los sentidos. Es para quedar embriagado por todo este mundo de sensaciones. De esta manera, el amor emerge desde las profundidades de mi ser como si yo mismo fuera este mar mediterráneo. Cada elemento es una pincelada que describe las formas de una obra de arte en el entorno de un mundo mágico. Así es este mar Mediterráneo. 

 

José Olivero Palomeque

 

 

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