Creo que lo mejor que se dice de Jesús de Nazaret en sus “dichos y hechos”, los evangelios, es la frase que da título a este “copo”.
Un servidor fue educado en el más puro y duro nacional-catolicismo, propio de los años 40 del pasado siglo, en un colegio religioso.
En él, a machamartillo me fue inculcado, desde mi más tierna infancia, el temor a cometer pecados mortales, el terror al infierno con sus lenguas de fuego, a que el perdón solamente podía venir de las manos de un “sacro” sacerdote; fueron muchísimas las noches que pasé miedo.
El ser joven me llevó a descubrir que no todo era pecado y, por ello, saboreé el cielo de unos dulces labios y la inmensidad de la palabra libertad que, por no poseerla, siempre intenté conseguir.
Me casé como mandaban los cánones, formé una pequeña gran familia y un día, cuando menos lo esperaba, descubrí, a través de los criticados “Cursillos de Cristiandad”, que la Iglesia, me refiero a la católica, era manifiestamente mejorable.
Para lograrlo era necesario separar el grano de la paja, y a modo de ejemplo me compararon a dicha institución con una inmensa lechuga de la que había que arrojar a los “infiernos” las hojas que impedían ver y degustar el verde claro cogollo que existía en su interior: el “gran judío”: el nacido en Belén.
Desde entonces he olvidado las mandangas de los pecados mortales y veniales, y durante mi intensa y extensa vida he intentado hacer el bien, sin haberlo conseguido en plenitud.
Hoy, cuando ya la vida se extingue con naturalidad, puedo afirmar que duermo sin sobresalto alguno y que, aunque los problemas físicos se han apoderado de mí, sigo saboreando el placer de una sonrisa ante una soez carcajada y me congratulo de haber encajado perfectamente en mi ser la vestimenta de la decencia.
No es poca cosa eso de intentar ser decente.
Manuel Rodríguez
Y también es verdad que “vino a los suyos y los suyos no le recibieron”
manuel montes
Venid benditos de mi padre porque fuí buena gente