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El Copo. Silbos de muerte


Silba el viento en la noche invernal, y su lamento es el lamento de todos los quejidos de las almas tristes.

         Silba el alma que destroza mi cuerpo, y se inicia en un intento de escape de todas mis aflicciones que se conjugan en un ¡ay! de dolor inconmensurable.

         Noches extrañas las noches de este extraño tiempo que transcurre con amarga lentitud.

         No veo luces en el horizonte que puedan iluminar todo el torrente de oscuridad viviente que se presenta ante mí.

         No existe el más suave soplo que pueda germinar felicidad, tal vez si pudiese volver los ojos hacia mi interior, podría vislumbrar la sombra de aquella “roja gaviota” que se posó en noche de mar abarquillado en mi sandalia.

         Todo es rincón oscuro, cerrojo enmohecido, arista cortante, negro candado cerrado y sin llave que impide a la libertad ser puerta batiente.

         Nada espero. Ni tan siquiera quietud. Es una tristeza dinámica que va abarcando, cual tela de araña, todo mi ser.

         Y cuando el mal intenta oprimir al amor, a la sonrisa naciente, a la libertad que desea emerger, todo se rasga y rompe.

         La quiebra es total. Me rompe en dos. Tritura al labio que camina hacia el beso, y fortifica la debilidad de saber que no es posible la normalidad, la felicidad, el poder ser.

         Sin fuerza, como “muñeco” de trapo, con corazón de hombre, voy siendo comprimido hasta que cualquier noche invernal, el débil corazón estalle cubriendo de rojo el trapo que lo envuelve.

 

 

 

 

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