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Crónica de una experiencia en Nordestina-ba


Aunque en mi libro publicado TIERRA SECA, ya queda ampliamente reflejada la experiencia que he vivido en Nordestina, junto a mi entrañable amigo Miguel Sotelo, sacerdote y misionero, integrado desde hace varios años en esa Caatinga bahiana, trataré de resumir mis impresiones, las que se han acumulado durante esa estancia y han sido compartidas con muchas personas de la ciudad de Nordestina y de las comunidades de ese municipio.

Trataré de comentar temas que hagan referencia a la situación social y humana de ese entorno caracterizado por el sertâo; a la naturaleza que conforma la caatinga; a la necesidad de resolver los problemas que afectan a muchas familias de los poblados del municipio de Nordestina y de tantos otros de la caatinga, conduciéndolas a la miseria; a las consecuencias que se derivan de la falta de agua, de la precariedad sanitaria, de la falta de viviendas dignas, del alto índice de desempleo…; a la dignidad del ser humano y de sus valores en ese contexto geográfico. Te todos estos asuntos hablo, con gran profusión de detalles, en los capítulos del libro comentado.

Antes que nada, quiero dejar constancia de algo que considero muy importante: los altos valores humanos que he percibido en las personas, y sobre todo en las más humildes, de esa localidad y de sus poblados diseminados por la caatinga. Su capacidad para compartir sentimientos de solidaridad entre los que poco o nada tienen, a pesar de sus carencias, de sus propias necesidades, de su sufrimiento. Hay una calidad humana que forma parte de su antropología, seguramente de sus orígenes más ancestrales.

Creo que ocurre lo mismo en la naturaleza de la Caatinga. La tierra estéril, debido a la desertización tan acusada y que es producto de su historia, que se remonta a sólo cinco siglos de progresiva devastación de su frondosa y fértil vegetación, así como de sus grandes caudales acuíferos, ahora todo convertido en una tierra seca permanente y con gran escasez de agua, nos ofrece, a pesar de todo, los rasgos de su belleza en el momento que la lluvia hace su presencia. Su suelo granítico y la ausencia de tierra vegetal, comparte su miseria con la gente que lo habita y también su generosidad.

Y es que, caminando por esos caminos de tierra polvorienta, que comunican a los grupos de poblaciones diseminados por ese Sertâo tan seco, da tiempo para reflexionar sobre todas y cada una de las vivencias que se acumulan cada día. No resulta nada difícil tomar conciencia de la situación de pobreza o de miseria de tantas familias que parecen estar olvidadas por quienes tienen la responsabilidad social y política para solucionar los problemas más urgentes que permitan garantizarles una vida digna como personas y como ciudadanos.

Uno de los problemas más urgentes es el agua. La falta de agua potable, de agua para cuidar la higiene básica que proteja de enfermedades e infecciones, de agua no contaminada, es una necesidad prioritaria, es un derecho de vida, de supervivencia. Lo mismo que la tierra muere a causa de la seca, las personas también mueren ante la ausencia de agua. Y esta observación no es una impresión, es una triste realidad. A los poblados no llega el agua canalizada y hay que recurrir, en pleno siglo XXI, a buscarla donde se pueda, aunque esté distante o contaminada. Y es de justicia procurar que el agua llegue a cada una de las comunidades dispersas por la Caatinga.

La carencia de recursos económicos, debido a esa tasa de desempleo tan terrible, no ayuda a dignificar la vida de los trabajadores y campesinos y, en consecuencia, de las familias. Es preciso poner en marcha una política de desarrollo que haga posible que las personas vivan de su trabajo, no de la caridad o de la voluntad de otros; porque esa actitud crea servilismo y adormece las conciencias, creándose grandes dependencias. Y he podido observar mucho negativismo en la respuesta de la gente, ante una adversidad tan terrible como es no poder llevar comida a su familia. Una consecuencia de esta frustración es el alto índice de alcoholismo en los hombres, la tendencia al consumo de drogas, la práctica de robos y la presencia de la violencia. Respecto al consumo de alcohol, he podido observar que se ha convertido en una práctica tan habitual que se ha integrado en la mentalidad del hombre del Sertâo como algo natural, transmitiéndose esta actitud a las siguientes generaciones. Esto es muy grave para la sociedad.

Son muy preocupantes, también, las condiciones de vida de una población infantil que requiere mucha atención humanitaria; es el caso de tantos niños desnutridos y con falta de atención sanitaria que sufren grandes riesgos de mortandad prematura. La iniciativa de la Pastoral de Criança es digna de valorar por su dedicación a los niños afectados por estos problemas, aportando atenciones paliativas a los niños y formación preventiva a las madres.

Por otro lado, tengo la impresión de que es la mujer de la Caatinga quien sostiene la estructura básica familiar, con las limitaciones que esas situaciones de pobreza y de sufrimiento llegan a condicionar esa unidad familiar. En general creo que es así. La mujer es el soporte que mantiene con vida ese sentimiento de familia, esa conciencia de seguir adelante, con resignación, pero con valentía. Hay que reconocerle esa dignidad. Ella es la que trata de integrarse donde puede ser escuchada, buscando ayuda para sobrevivir. Es un valor humano importante a considerar.

Otra población que también merece y necesita mucha atención es la juventud que crece en esa localidad y en todo el Sertâo. Ya estamos viendo cómo, ante la falta de expectativas para su futuro inmediato, emigran hacia las grandes ciudades brasileñas donde la masificación en favelas y las pésimas condiciones de vida que allí se reproducen, muy pocos beneficios les pueden ofrecer para conseguir una estabilidad y un desarrollo personal y profesional. Por esta razón es imprescindible que reciban una formación adecuada y realista para que aprendan a convivir en ese entorno y centren sus esfuerzos en transformarlo, porque serán ellos quienes asuman esas responsabilidades en un futuro próximo. Es un reto muy importante para quienes gobiernan y administran ahora los recursos sociales, culturales y económicos de Nordestina.

Como se trata de una crónica resumida, no puedo extenderme mucho en detalles, pero creo que merece la pena indicar que cuando una persona o una familia tiene cubierta sus necesidad imprescindibles para la vida (agua, alimento, vivienda, sanidad, trabajo) se facilita su integración en la sociedad con la dignidad que le permite reconocerse como persona; y de esta manera un pueblo se desarrolla más y mejor culturalmente, la convivencia se hace más estable y el futuro se presenta más prometedor para la sociedad en su conjunto. Y éste creo que debe ser el propósito del pueblo de Nordestina, de sus responsables sociales y políticos, de sus inversiones económicas, de su cultura como pueblo.

Cuando no se apuesta por transformar esa forma de vida, las personas caen, con mucha facilidad en conductas negativas, como ya he indicado anteriormente, que conducen a las dependencias del alcohol, de las drogas, al robo, a la violencia, a la manipulación… a todo lo que destruye la vida y hace muy difícil la convivencia humana, dificulta el desarrollo de las personas y se pierde el valor de la dignidad como ser humano y como pueblo. Es un riesgo que hay que evitar. Esa es mi impresión o quizás, mi percepción de una realidad que he visto y compartido con muchas familias de Nordestina y con sus comunidades en los poblados. Merece la pena y es un derecho y un deber de justicia trabajar por la transformación de esa sociedad humana que reside en todo el municipio de Nordestina.

 

José Olivero Palomeque

 

 

 

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