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El Copo. Tedio


Los expertos en esto de teclear columnas avisan que el “escribidor” de ellas nunca debe hablar de sí mismo, sino de la interpretación de la noticia que desea transmitir.

         Al no ser experto en ese arte, sino un puro aficionado que un día -“porquesí”- comenzó a intentar construir textos que pudieran interesar al invisible lector, de vez en cuando se desliza con un devaneo personal que me viene como anillo al dedo: puro y duro psicoanálisis.

         Hoy es uno de esos días. Y es que esto de levantarse de la cama tirando de los 85 años que ya me pueden y, además, sabiendo el día que me espera es de un estoicismo total.

         La aventura comienza cuando te colocas debajo de la ducha y te encomiendas a todos los santos para evitar la posible caída. Y regresas a la cama para comenzar la operación secado, y vestimenta al canto.

         No importa la hora. Da todo igual, pues no tienes ni puedes tener una cita con alguien para hablar algo sobre lo divino y/o lo humano, al tiempo que sobas con ambas manos la taza del café humeante; no hay calor, todo es frío que atenaza tu espíritu.

         Caminar se hace cada día más difícil, y aunque uno adelgace el peso de lo que arrastra, éste se va haciendo mayor a medida que el tic-tac sigue su imparable proceso de exterminio.

         Deseas entretenerte, no pensar, no preocupar a otras con tu estado de ánimo y, aunque sea repetitivo, buscas en la “caja tonta” algo que te entretenga y te haga olvidar; pero es imposible, siempre están las vacunas, su incidencia, el virus, las estadísticas, los aprovechados, los muertos convertidos en números, etc.

         La calada al maldito cigarrillo en mi querida terraza es la única salvación, pero la vista -no la mía- que contemplo es de una tristeza tal, que me repliego de nuevo al espléndido sillón que mi hija compró para mí.

         En él me siento, y voy dándole vueltas a la existencia.

Estoy a la espera.

 

 

 

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