Tras la primera declaración del Estado de Alarma, allá por el mes de marzo del año pasado, algunos dirigentes políticos instigaron a la ciudadanía para que saliera a la calle, en defensa de la libertad que se les estaba arrebatando.
Cientos de personas se congregaron en las inmediaciones de la zona de Núñez de Balboa o barrio de Salamanca, en Madrid, y en otras ciudades ataviados con banderas de España (algunas preconsitucionales), sin mascarillas, sin guardar la más mínima distancia social exigida y pertrechados de cacerolas, mientras se hacían acompañar en su denodada lucha por la libertad del himno de España, como si este fuese solo patrimonio de unos cuantos.
Fue singular la imagen de uno de aquellos manifestantes, conocidos popularmente como “los cayetanos”, al hacerlo en su flamante descapotable, eso sí, conducido por su leal chófer, que siempre han existido clases y clases.
Hoy, pasados los meses, aquellos dirigentes que alentaban la revuelta y la toma de las calles para reclamar la libertad que el Gobierno “bolvechique” les estaba restando con la implantación del Estado de Alarma, reclaman al mismo Gobierno, que lo implemente, como medida de contención ante el avance desbocado de los contagios por coronavirus.
Y, lo peor de todo, es que lo hacen sin descomponerse y sin pedir excusas por aquellos desafueros, por aquella deslealtad, no ya hacia un Gobierno u otro, sino por haber jugado con la salud de todos los españoles y haberla utilizado como arma de su trilería política.
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