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El sentido de la vida


¿Cuál puede ser el sentido profundo de la vida en un ser humano? Una reflexión serena nos puede ayudar a entender que ese sentido comienza a descubrirse cuando el ser humano logra ser él mismo, integrado en su propia realidad; y esa realidad está en armonía con un estilo de vida coherente con los valores humanos que acreditan su identidad como persona, hasta llegar a ese mundo interior que le lleva a formular esa pregunta.

Desde aquí se proyectan los impulsos para caminar por la vida, aquella que no se puede entender si no se nos permite desarrollar todas las posibilidades de respuesta a nuestras necesidades, las que son imprescindibles para sobrevivir con dignidad. Se trata de abrir la mente y el corazón para intentar comprender dónde estamos, por dónde se mueve la realidad de nuestra existencia y la realidad de nuestro entorno: esa otra realidad que nos acompaña siempre, aunque a veces intentemos cerrar los ojos para no percibir ese campo visual cargado de sufrimiento. Y ahí está esa otra mirada profunda que nace en ese mundo interior que nos anima a encarar la evidencia que impregna nuestra existencia para seguir viviendo, aunque nos tengamos que hacer muchas interrogantes.

Y pienso que nuestra conciencia nos cuestiona para que abramos bien los ojos y miremos, con descaro, el sufrimiento que entristece este mundo en el que transcurre nuestra vida: ese mundo que tantas veces no queremos ver o se confunde con los atractivos que adormecen la conciencia humana.

Hemos de mirar si hay coherencia y honestidad con nosotros mismos y con nuestro entorno, vuelvo a decir, ese entorno en el que estamos integrados como persona. Pero la visión que envuelve esa otra realidad y que está delante de nosotros, está sobrecargada de dolor y sufrimiento a causa de tantas injusticias que destruyen la vida. Es como si la vida humana y todo lo que signifique vida careciera de valor: todo se compra y se vende, se trafica y se corrompe, se manipula y se etiqueta… cuando no… simplemente se destruye. No importa ni cómo ni cuándo. No vale.  Mientras tanto, las lágrimas y la sangre inundan y asfixian la naturaleza humana y todo lo que represente naturaleza viva. Es la consecuencia del sufrimiento. Y, precisamente, eso es lo que debemos destruir, hacer desaparecer, evitar, compartiendo lo mejor de cada uno de nosotros; sentándonos, todos juntos, en un ágape de felicidad, llenando de sentido ese sentido profundo de nuestra vida, haciendo posible una convivencia en paz, con respeto, con justicia y credibilidad, integrándonos todos como ciudadanos de un mismo mundo.

Nuestro mundo interior, nuestra conciencia nos está interpelando para que pongamos nuestros esfuerzos en ese proyecto de vida, en lo cotidiano, en el mundo presente, en lo cercano y en lo distante. Es una opción, que cada cual debe plantearse en su propia respuesta cuando formulamos aquella pregunta del sentido profundo de nuestra vida. Es nuestra libertad, que nos cuestiona por la libertad de todos aquellos que se ven privados de ella para caminar, sin miedo, por los caminos de un mundo sin fronteras; libertad para acceder a una realidad sin hambre, sin carencias esenciales para sobrevivir con dignidad; libertad para poder expresar las ideas, las creencias, las opiniones… sin temor a represalias ni persecuciones; libertad para respetar la vida en todas sus dimensiones físicas y psicológicas, culturales y de desarrollo para crecer por sí mismo, como persona y como pueblo, sin dependencias económicas, políticas ni militares; libertad para disfrutar de todo aquello que la misma vida, la naturaleza, nuestra propia existencia, pone a disposición de todos para acceder a los recursos, a las oportunidades, al derecho y al deber de compartir en igualdad de condiciones; libertad para amar y desarrollar toda la riqueza que se ha otorgado a nuestro corazón para sentir la vida con sus emociones, sus alegrías y su sensibilidad.

De esta manera, podrá tener sentido ese sentido profundo de nuestra vida.

 

                                                                           José Olivero Palomeque

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