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Risa, hazmerreír y golfería


La risa habilita una respuesta biológica, automática, a determinados estímulos. Pudiéramos concebirla como experiencia efímera de esa felicidad que vive de incógnito en nosotros; perseveramos para desenmascararla, pero rara vez conseguimos atenazarla sin darnos esquinazo. Cuando estamos agobiados por diversas crisis —ajenas las más a nuestros yerros e infracciones— la carcajada intempestiva, ruidosa, permite aislarnos y saborear brevemente el extravío. No nos hace inmunes al descalabro, pero garantiza una tregua breve, irreflexiva. Constituye otra quimera dulce, hostil a descomunales engañifas y frivolidades en que reincide un gobierno doblemente torpe. Primero por su inutilidad incuestionable, afrentosa, tanto a nivel interno cuanto externo. Luego porque, botarates ellos, piensan que todo el pueblo es idiota.

Hay, no obstante, construcciones lingüísticas que —con solo añadir un afijo o preposición— tergiversan los significados hasta llegar al antagonismo absoluto. De risa o el sosia de traca, acumulan quebranto intenso pese a que ambos (risa y traca), sin aditamentos, encarnan abuso, sobredosis y derroche de alborozo. Ignoro qué peripecia permite deslizarse, a la mínima, por caminos tan adversos sin renunciar a uno u otro cuando avanzamos adheridos a cualquier disyuntiva. He leído que Unidas Podemos propone nacionalizar sueldos e industrias, supongo con la intención de convertir España en el primer régimen comunista de Europa occidental. Noticia, aspiración, cuyo calificativo certero sería “de traca”. Vienen al pelo estas palabras de Mario Benedetti: “Mi destino es ridículo… esta historia no conmoverá a nadie… solo provocará risas”. De psiquiatra, pese a un Sánchez promotor, responsable, de este y parecidos excesos.

Dicho lo anterior, el acto de reír no debe considerarse únicamente un estallido menor, impulsivo, aviesamente alegre; sería injusto olvidar ciertas aplicaciones insospechadas. Hemos oído hablar de risoterapia, procesos curativos a través de la risa. Desconozco qué técnicas se utilizan, así como los resultados obtenidos. Sin embargo, parece que ciertas tensiones anímicas se minimizan o enmiendan con la visión jocosa del momento. Siempre que estremece una realidad engorrosa, alguien encuentra recursos, apenas perceptibles, integrados en el propio entorno. Al fin, cara y cruz constituyen variaciones ineludibles que precisan descubrir el instante propicio para proveer cuál de ellas enfatizamos. Llanto y euforia conviven de forma aleatoria según escenarios o conductas sin que, a la fuerza, puedan enlazarse unos y otros con plena fortuna.

Hazmerreír consiste en burla dirigida a persona o cosa, por parte de los demás. A todo fenómeno o iniciativa apodados “de risa” o “traca”, le sigue como sombra impenitente, casi obscena, el hazmerreír irreverente, bronco, vejatorio. Ensarta individuos escasos, si no huérfanos, de capacidad intelectiva y romos emocionalmente. Cuando estos individuos tocan poder, aunque aparezcan impertérritos, desprenden odio amainado por la suculenta vida que no esperaban disfrutar jamás. Stendhal expresaba: “No existe nada que odien más los mediocres que la superioridad del talento; esta es, en nuestros días, la verdadera fuente del odio”. Pese a su ínfimo umbral perceptivo, avizoran que existe una muchedumbre inmensa cuyo escarnio, tal vez por rencorosa dentera, fija obsesivamente. Creo acertar si considero mayoritaria la apostura guasona, como eslabón primero, en ciudadanos perjudicados por esta bandería y no motivo frívolo, ramplón.

El gobierno bate todos los récords de calamidad internacional. Iglesias y Sánchez (sigan este orden) me recuerdan al chiste que cuenta Jaime —amigo y compañero de fatigas en tiempos pretéritos— sobre un matrimonio a quien la edad originaba problemas de lascivia. Interrogada por una vecina, la señora responde: el doctor ha dicho que hagamos “tratamiento”. ¿Y qué significa eso?, pregunta pertinaz la vecina. Pues que él “trata” y yo “miento”. Que aquel tándem siniestro protagonizara narraciones insólitas, cuentos, era cosa sabida, pero que además consolide personajes chistosos solo es suposición. Iglesias “trata” de imponer el IMV (ingreso mínimo vital), conseguir gobiernos tripartitos en Cataluña y País Vasco, acallar los medios privados, aniquilar la monarquía, etc. Sánchez aclara para sí en una praxis enraizada: corroboro y “miento”.

Resultan exóticas y sorprendentes, no exentas de conmiseración cristiana, las dilatadas, vacuas y humeantes, apariciones televisivas del presidente. Conforman un autobombo inverosímil, fastuoso, indecente. Evocan las largas peroratas castristas o aquel “aló presidente” gestado por Chávez. Tienen en común, aparte propaganda corruptora propia de regímenes tiránicos y bananeros, ser el hazmerreír internacional. Ya lo dijo Publio Siro hace veintidós siglos: “El que se alaba a sí mismo, pronto encuentra quien se ría de él”. Motivos concurren. Han conseguido un gobierno convergente/disidente con oposición adherida. Entre otros desajustes, al menos en apariencia, protegen y hostigan la monarquía; asimismo, asienten y refutan el sistema constitucional. Además de enormes sombras, exige mucho cinismo vanagloriarse, tras ya gestiones tardías, ya ausencias censurables, de esta pandemia que ha ocasionado al menos setenta mil muertos, por ahora.

Golfería indica acción propia de un golfo; es decir, de individuo pillo, deshonesto, holgazán. Desde luego, los prebostes golfos constituyen una especie rancia, lejana, que pervive desde tiempos inmemoriales. A lo sumo, medios y redes sociales vigentes redescubren con pujanza —si previamente no han sido sobornados ni bloqueados— el verdadero propósito de quienes afirman estar en política. Imaginen un señor prominente, que no se le puede negar asistencia, dispuesto a “sablear” convecinos (aun foráneos) por manirroto y licencioso parásito. Sé que golfo, incluyendo cualquiera de sus sinónimos, entrañaría una concepción delicada, cuasi fraterna, casta. Por este motivo, y por no olvidarme de mi compromiso con las formas políticamente correctas, dejo a su recto saber y entender (el de mis amables lectores) que elijan en silencio, con discreta reserva, epítetos “proporcionados”, merecidos. Déjense llevar; aun así, se quedarán cortos.

Renuncio a enjuiciar al gobierno bicéfalo que costeamos porque hace tiempo que se califica solo sin abrigar duda alguna. Si empezamos por el arranque bastardo, articulando un grupo heterogéneo con excesiva afición al óbolo competencial y dinerario para batir a Rajoy, hemos de verificar la inexistencia en él de estadistas, hombres de Estado. Elecciones forzadas por partidos grises, mostraron hasta qué punto era imposible configurar gobierno unipartidario. Escaramuzas postelectorales nos llevaron a nuevas elecciones que fraguaron la insomne plataforma gobernante. Hoy, destroza el país bajo la ineptitud y ambición tiránica de Pedro y Pablo asidos al pedestal infame que forman independentistas, antiguos terroristas y alta burguesía vasco-catalana. Dos pícaros ineptos comparten anhelos divergentes: Pedro quiere eternizarse en La Moncloa, Pablo desea tiranizar el país. Aviesa, psicóticamente, a los ciudadanos nos convierten en producto de laboratorio. Si nadie lo remedia o rectifica, estamos inmersos en una verdadera golfería.                                <u></u>

 

 

 

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